Minha mãe é uma vaca
Por Pablo Gamba
En la selección de cortometrajes brasileños del Festival de Río de Janeiro estuvo Minha mãe é uma vaca (Brasil, 2024). Se estrenó en competencia en la sección Horizontes del Festival de Venecia y es una película de Moara Passoni, realizadora a la que conozco como directora de Êxtase (Brasil-Estados Unidos, 2020), que ganó la competencia de largometrajes juveniles en el Ficvaldivia. Ha sido también colaboradora en los guiones de los documentales políticos Democracia em vertigem (Brasil, 2019) y Apocalipse nos trópicos (Dinamarca-Brasil, 2024) de Petra Costa.
Como Êxtase, Minha mãe é uma vaca es una película construida en torno a una situación límite de una adolescente. Incluso hay una escena en la que Mia se niega a comer, lo que recuerda la anorexia de Clara en el largometraje, como también lo hace la relación entre el cuerpo y el espacio.
Ubicaría además al corto en una corriente de psicodramas espectaculares en la que se destaca por su abstracción María Silvia Esteve, la realizadora de Criatura (Argentina-Suiza, 2021), que ganó el premio al mejor corto de autor en Locarno, y de The Spiral (Argentina, 2022). Igualmente entre las películas que plantean una nueva mirada al campo moderno de Brasil, en el que los vaqueros usan walkie-talkie, como notablemente lo hizo Boi neon (2015), de Gabriel Mascaro, en particular a una zona mitificada por la telenovela brasileña homónima, Pantanal (1990).
La crisis de la protagonista se debe a que tiene que separarse de su madre activista y refugiarse en la estancia (hacienda) de una tía. Desde el comienzo, su estado emocional tiene una expresión corporal tanto en la necesidad del contacto con el otro cuerpo como en el síntoma de la nariz que le sangra. En el Pantanal tendrá una respuesta análoga en la menstruación, además de la inclinación señalada a dejar de comer. Pero la crisis se expresará, sobre todo, como un impulso hacia la integración ritual con la naturaleza y la transferencia de sus sentimientos hacia el animal del título, una vaca en la que en una escena tendrá un acercamiento corporal como a la lejana madre.
El corto dura 14 minutos, durante los cuales la narración está brillantemente condensada por el montaje. Se destaca en particular el modo como Passoni maneja los dispositivos que aportan al espectador o espectadora la información sobre el complejo contexto de la historia, sin llegar al desequilibrio que haría que se sientan forzados. Son recursos trillados, además, como la información que llega por la radio y la que se escucha en conversaciones, lo que le da relieve a su habilidad para usarlos.
Esto refiere la situación límite psicológica de Mia a problemas ambientales, sociales y políticos de actualidad. Es una diferencia con respecto al tipo de psicodrama que practica Esteve. Se añade al realismo psicológico de Passoni, que contrasta con el estilo de la realizadora argentina, el cual vagamente me refiere al cuestionado cinéma du look de las décadas de los ochenta y los noventa.
La separación de la madre está relacionada con las protestas contra un proyecto de ley de tierras que abrirá el pantanal a la minería, a la ganadería y a la explotación forestal, como se escucha decir por la radio. Otras noticias llegan de un gran incendio que arrasa la región, con el que podrían relacionarse también los ataques de jaguares a las vacas de la hacienda.
Es un conflicto que atraviesa la familia de Mia, en la que ella y su madre son personajes con los que no simpatiza su tía cristiana. Pero así como este problema se expresa también como bullying de un adolescente contra Mia, por otra parte hay una fascinación con el trabajo rural y los trabajadores, así como con los animales, del que nace el amor de la chica por la vaca.
Todo esto parece muy programático e incluye una transformación de la protagonista de adolescente en crisis a un personaje capaz de conectarse con el mundo natural y defenderse como los jaguares. Trae a colación la cuestión chamánica y, por tanto, las culturas de los pueblos originarios, otro tema de la agenda progresista, junto con el ambiental. Pero la condensación del relato tiene el atractivo de que se desvía de los lugares comunes contemplativos de la narración débil hacia una intensidad narrativa y sensorial. Plantea así otro modo de tratar la cuestión del cuerpo y el espacio.
Me parece que películas como las de Esteve son una buena razón para mantener el prejuicio contra la espectacularidad que acompaña este giro y que se expresa aquí en la llamativa relación con la vaca, así como también en lo que el estilo tiene de vibrante. Pero creo que hay que considerar el trabajo de Passoni en los documentales políticos de Petra Costa para entender bien hacia dónde apunta con esta manera de hacer cine y el problema que hay en ella.
Lo programático y lo espectacular podrían ser modos de darles atractivo, para un público amplio, a películas que se interesan por el cuerpo y sus sintomatologías, enmarcándolos en problemas que se debaten públicamente en una democracia y con un estilo cuyo impacto puede explicarse por el estado actual de atrofia de la sensibilidad. La cuestión, sin embargo, es que lo crítico refiere estética y políticamente así a lo hegemónico, por lo que parece dudoso que pueda haber un verdadero cuestionamiento de lo establecido cuando se recurre a esta manera de narrar.
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