Sobre las nubes

Por Pablo Gamba

Había visto Sobre las nubes antes de que ganara la competencia nacional del Festival de Mar del Plata y me había impresionado. De inmediato pasó a mi lista de las mejores del año. También era una referencia para mí la realizadora, María Aparicio, por una película entrañable, Las calles (2016), que ganó el premio a la mejor dirección en la descontinuada competencia latinoamericana del BAFICI.

Sobre las nubes es el segundo largometraje de una directora que además es parte del cine de Córdoba, el más importante entre los que se hacen en las provincias de Argentina. Se estrenó en competencia en el FID de Marsella, donde se lanzan muchas de las películas que más me gustan, y ganó el premio principal en el Ficvaldivia, en Chile.

Las historias de Sobre las nubes se desarrollan en la capital de la provincia. Es una Córdoba en blanco y negro, cuya fotografía no parece tener como referencia el gris del registro documentalista sino la creación de una atmósfera de cotidianidad desabrida. Hay cuatro personajes principales que no se relacionan entre sí en la trama. Esto pone de relieve el protagonismo de la ciudad, que tampoco es una “jungla de cemento” sino que parece, por el contrario, un lugar de vida tranquila, apacible incluso, aunque bajo esa superficie calma, como también bajo la expresión parca que la interpretación les da a todos los personajes, vibran tensiones sociales angustiantes.

Parte de lo agradable de esta Córdoba se representa como resultado del trabajo del personal municipal que la cuida y una barrendera es un personaje secundario. El trabajo es también el principal impulso de la causalidad narrativa, tanto por lo que tiene que ver con la búsqueda laboral como por lo que respecta a la necesidad de encontrar tiempo y espacio para hacer otras cosas de los que están ocupados. En este sentido se destaca el rechazo a la identificación de la vida con el tiempo “libre”, como en el único tipo de películas que puede ver la mayoría de la gente, que no es cinéfila. También la intención de evitar los tópicos de la marginalidad, el crimen y la estridencia política, tan bien cotizados en el mercado de exportación de lo latinoamericano. Resalta, además, la importancia justa que tiene el azar. El orden de lo laboral cumple una función determinante en la manera de actuar de los personajes.

Sobre las nubes es finamente detallista. Hay un hombre de edad madura, un técnico en informática que, por lo que cuenta en una entrevista, se entiende que fue explotado en tareas propias de un ingeniero para pagarle menos y que es su única carta de presentación como “profesional”. Trata de mantener su nivel de vida anterior, en particular por lo que respecta la hija adolescente que vive con él y que aún cursa el secundario, pero su actitud en la búsqueda de trabajo muestra cómo este impulso se viene debilitando.

Otro personaje es una chica que no ha logrado graduarse de profesora y que consigue que la tomen en una librería. Allí se le abre la posibilidad de acceder a un mundo diferente, en torno a un taller de lectura de obras literarias para gente como ella, pero la pérdida de gusto por la vida se manifiesta en su falta de voluntad para ello. La tercera es una técnica quirúrgica casada con un vigilante VIP que trabaja de noche, lo que hace que la pareja se quiera, pero tenga poco tiempo para la vida en común en el departamento que comparten. Esto mueve a la mujer a buscar ser otra haciendo teatro de aficionados. El cuarto personaje principal es un joven gay que labora como cocinero en un pequeño restaurante y le falta el amor del hogar, y el de una pareja.

A pesar de lo dicho sobre lo apacible de la ciudad, el espacio también está construido como un laberinto. Se hace explícito en la parte en que el dueño cierra el restaurante al marcharse de noche junto con otro empleado, sin reparar en que el cocinero se había quedado dentro para ir al baño. En consecuencia, debe buscar una salida por una pequeña puerta del depósito, caminando por el techo y bajando por los pasillos de otro edificio. Encuentra muy rápidamente una solución al problema y sin manifestaciones de desesperación que rompan el tono contenido del personaje, lo que sutilmente de la impresión de que hacer frente a situaciones en las que parece haber caído en una trampa y buscar vías de escape es una experiencia corriente para él.

En el espacio gris que es la Córdoba de la película por causa de la desazón, como se dijo, aparecen, sin embargo, puntos aislados en los que otras posibilidades de la vida brillan con una intensidad bella y fugaz relacionada con luz y la música. Es como si entreabrieran ventanas hacia otro mundo en el que está lo que les falta a los personajes principales y que es rozado por otros que intentan vivir eso, y de eso, lo que puede ser imposible allí. Es preferible ahorrar detalles en dos casos para no arruinar la sorpresa del encuentro con lo hermoso, pero sí se puede traer a colación, sin ser aguafiestas, el personaje de un vendedor ambulante de linternas y globos luminosos. Narrativamente, también desempeña la función de recordar que la hija del informático desempleado es todavía una niña, aunque a veces parezca mayor.

Hay un tiempo que se escapa en esta película y que es el tiempo propio que tratan de encontrar los personajes principales. También se siente en esto la cuestión laberíntica, porque la organización de la vida cotidiana en torno al trabajo y otros compromisos es un obstáculo para hallar los momentos que buscan para compartirlos con los que quieren. Pero no es motivo de frustraciones dramáticas sino parte de la inquietud sutil que se percibe en la atmósfera, especialmente en el caso de los jóvenes que sienten la tensión sexual de la soledad. Es con relación a esto que adquiere su peso sensible el azar, por el teléfono que se moja e impide la comunicación de los que comienzan una relación, el encierro inesperado que altera la recurrencia de un encuentro, la pérdida de un reloj que se convierte en síntoma de una desincronización profunda de la vida.

Por otra parte, sin embargo, hay otro tiempo, correlato posible de las brechas hacia otros espacios inalcanzables que se abren en la película. Es el tiempo de la naturaleza que, además de en un acontecimiento que detiene casi totalmente a la ciudad y que es un eclipse de sol, se siente en el paso de las estaciones y en la lluvia. El título podría leerse como una referencia, incluso irónica, a esta otra dimensión temporal. Se les añade, finalmente, el tiempo social del movimiento de la ciudad. También es significativo que no esté construido como ritmo de máquinas, a la manera de las sinfonías urbanas, sino referido en un relato de la ya exbarrendera, que describe cómo Córdoba va cambiando entre el fin de la noche y el comienzo de la jornada laboral.

En contrapunto con las fisuras espacio-temporales, hay una escena en la que todo lo que tiene de levemente espantoso el mundo de Sobre las nubes se concentra y hace sentir su peso, subrayado por la iluminación. Es una entrevista de trabajo colectiva kafkiana, en la que los participantes no solo deben competir entre sí por lo que respecta a la habilidad para responder un cuestionario sino también en la resolución de un extravagante problema de escoger elegidos para salvarlos del fin del mundo. Es significativo que la entrevista no ocurra solamente a puertas cerradas sino mientras toda la ciudad contempla el eclipse, lo que subraya no solo su deshumanización sino también su antinaturalidad. Irónicamente, dos de los que descartaron para el puesto de trabajo en el proceso son elegidos por el azar para que se encuentren en una parada de colectivos y establezcan brevemente una cálida comunicación con aquel recuerdo.

Otro detalle kafkiano es el enorme bolso que lleva a cuestas por la calle una joven y que es su “emprendimiento”, la tienda “en físico” de la ropa que vende virtualmente, por internet. El probador puede ser el baño de un shopping. La ciudad se percibe allí, más que como laberinto, como un mundo extraño y absurdo en el que los personajes han aprendido a moverse con habilidad, como el joven que escapa del restaurante.

Pensando en los espectadores que la vieron por primera vez en el Festival de Mar del Plata de este año, y no antes, como fue mi caso, me da la impresión de que Sobre las nubes podría llamar la atención por la representación que hace de la cotidianidad de una ciudad de un país que atraviesa una de las peores crisis económicas en Latinoamérica. Pienso en la teoría del iceberg del escritor Ernest Hemingway, que postula una ficción parca en su argumento, que le dé al espectador lo justo necesario para que trabaje intensamente completando los personajes y situaciones que se le presentan poniendo en juego sus experiencias personales. Lo que parece apacible puede funcionar, así, como un removedor de lo que puede haberse sedimentado muy en el fondo de cada espectador por la fuerza petrificadora del hábito. En este sentido, podría decirse que Sobre las nubes es una película sintomática, y lleva a pensar que quizás lo fueron también, en su momento, Mundo grúa (1999), de Pablo Trapero, y Silvia Prieto (1999), de Martín Rejtman, dos referencias en los comienzos del nuevo cine argentino. Dos años después, en 2001, vendría el estallido.

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