Colección privada


Por Pablo Gamba 

Colección privada (España-Venezuela, 2020) es uno de los cortometrajes que integró la sección Impresiones del Festival Frontera Sur de Concepción, Chile. Es un film experimental en Super 8 de 13 minutos de duración y sin sonido de Elena Duque, una realizadora de estilo “hágalo usted mismo”, calificado también de “animación doméstica”, por el uso de objetos de la vida cotidiana, o “povera”, por no decir “pobre”, cuya obra ha llegado a festivales como el de Mar del Plata o Documenta Madrid, en los que estuvo también Colección privada

Hay que ver con mucha atención esta película, sin embargo, porque su sencillez y espontaneidad son expresiones de una sensibilidad y un humor inteligente que tocan cuestiones profundas. Es algo que se hace patente en el manejo de la autobiografía y el autorretrato. También en el enfoque de la cuestión de la deriva del yo migrante que, en el caso de Duque, quizás habría que calificar de trashumante por tantos lugares donde ha vivido. Se incluye una lista en Colección privada

La película llama a tratar de establecer una singular versión del llamado “pacto autobiográfico” porque en la colección del título –que se desglosa en varias– hay papeles de identidad, fotos y un fragmento de una película familiar de la que Duque es personaje. Estos indicios llevan al espectador a apreciar también los otros elementos de las diversas colecciones como documentos de la vida emocional de la cineasta. 

Así se genera una tensión entre la relación de la coleccionista con los objetos que colecciona, y las asociaciones que descubre o inventa entre cada objeto y los otros. Lo segundo trae a colación, con tierna ironía, lo que Walter Benjamin en el Libro de los pasajes llama “compleción”: “El grandioso intento de superar la completa irracionalidad de su mera presencia [la de cada objeto] integrándolo en un nuevo sistema histórico creado particularmente: la colección”. 

Esta tensión recorre el corto en la puesta en cuadro, la animación y el montaje. Un ejemplo de lo primero es el plano que confronta los pasaportes venezolano y español de Elena Duque. Son documentos que refieren a su vida, en tanto demuestran su origen y sus dos identidades nacionales, pero lo que los reúne en el plano es que también forman una colección de pasaportes. 

Por lo que respecta a la animación, al darles movimiento, la autora implícita hace que algunos objetos coleccionados cobren vida en el film. Pero esto genera una tensión con respecto a su función de documentos de la vida emocional del personaje de la cineasta. 

Un ejemplo es la colección que forman sus vestidos. Ellos son, obviamente, parte de su vida cotidiana y también la retratan por su singular estilo. Pero la animación les infunde esa otra vida propia de los objetos. La autora implícita crea así un personaje que se confronta con el suyo en la película: un fantasma de Elena Duque que aparece, radiante, bajo la luz del sol. 

La tensión se extiende a todo lo largo de la película en el montaje, porque es allí donde se tejen las asociaciones entre las diversas colecciones y lo que estas, en conjunto, dicen del personaje de la autora. Hay que agregar que ella también desempeña una tenue función de narradora en el film con las intervenciones en el plano de la mano que, al abrirse, muestra objetos que la retratan o el dedo que traza sobre mapas recorridos que son parte de su autobiografía. 

En tensión con todas las colecciones hay un fragmento enigmático que cobra relevancia por sí mismo en la película. Es aquel en que la autora implícita se apropia del lugar común de las películas familiares y juega con él, como también su coleccionismo tiene mucho de juego. 

El fragmento incluye filmaciones de la cineasta por otro personaje que se presentan como reunidas en un diario fílmico de no se sabe quién. Llama la atención también por la manera como se indican las fechas: las imágenes en movimiento están en una parte del cuadro mientras que en otra figuran el día, mes y año, pero no escritos a mano, como cabría esperar en un diario, sino impresos en páginas parcialmente ocultadas. Podrían ser de un tipo de libro que llevaría a incluir el fragmento en la colección que integran las encilopedias, pero es una asociación débil.  

Este modo de datar las imágenes trasciende lo que sería un film familiar para atribuirles otra cronología. Esta tampoco parece de la vida del personaje de Duque sino de acontecimientos históricos del tipo de los que se registran en las enciclopedias. Pero, ¿cuáles hechos serían esos? Creo que para entenderlo hay que volver a la compleción de Benjamin y el sentido que le da a la palabra “históricos” cuando se refiere a los sistemas de objetos que crean los coleccionistas.

Todas las tensiones mencionadas se trasladan a la autobiografía y el autorretrato. Ponen en crisis el relato autobiográfico porque no hay la voz de un yo que someta los objetos coleccionados a la función de contar la vida del personaje de la coleccionista. En cuanto al autorretrato, Colección privada acentúa el problema de la referencia de la obra al personaje representado en ella por el hecho mismo de que recurre a diversas colecciones de objetos para su representación. 

El otro tema de la película es, como se dijo, la deriva del yo migrante. Aunque Elena Duque es venezolana, no hay aquí fragmentos de una posible historia con el dramatismo de personajes que deben abandonar su lugar de origen por graves problemas y que se los percibe como causa de otras dificultades en los países en los que intentan radicarse. El vínculo emocional con Venezuela se hace bella y dolorosamente explícito en la asociación con una página de cuaderno escolar de biología en la que hay un dibujo del corazón, pero como un órgano extraído para su estudio al que sigue una rana abierta en disección. La situación política y social puede quedar, así, fuera de campo.

Con relación a la migración hay que volver también a la colección de rocas del comienzo y la veloz animación de postales que le sigue. Parece implícito allí lo que mueve al personaje de la cineasta: si bien se entiende que ha sido, en parte, un destino personal, familiar y nacional, también es algo propio de la vida que da impulso a los objetos animados en contraste con las piedras. La disposición de los objetos en el montaje, además, permite seguir un recorrido de esa vida que tiene un punto de llegada cuando las colecciones se presentan en el contexto de la única casa que parece un hogar. Migrar puede ser también, por tanto, buscar un lugar en el mundo.

La cuestión identitaria, finalmente, lleva a considerar de nuevo lo que significa que Colección privada sea una obra fílmica que se clasifica como película experimental. Fue rodada, además, en el soporte frágil y disidente, incluso anacrónico, que es hoy el Super 8 y en ella se recurre, como se dijo al comienzo, a una animación llamada “doméstica” o “povera”. 

Son opciones por un tipo de creación que no solo se confronta con las tecnologías y formas de circulación hegemónicas del cine sino también con la videocreación. Su posición frente a esta se remarca por la omisión del sonido, que es una “banda” de materialidad distinta añadida al film, lo que no es el caso en los soportes electrónicos. 

Con Colección privada Elena Duque se posiciona en los márgenes del campo cinematográfico, donde las autoridades tienen menos poder en comparación con la inserción del video en el campo del arte, donde imperan estrictos regímenes curatoriales. El cine experimental sigue siendo una región, si no liberada, al menos sí más libre, pero cuyos pasaportes artísticos despiertan dudas en los funcionarios que guardan las fronteras de la institucionalidad. Siempre les intriga la pregunta de qué hacer con obras que parecen llegar de donde aún quedan focos de resistencia underground.

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