¿Qué hago en este mundo tan visual?


Por Pablo Gamba 

El primer largometraje documental del músico y cineasta Manuel Embalse, ¿Qué hago en este mundo tan visual?, tiene como protagonista a un singular invidente. Es Zezé Fassmor, que tiene un canal de Youtube, ZZ no TV, en el que publica las que llama “entreoídas” y no entrevistas, porque no las puede ver. Se dedica a promover a artistas y a organizar de eventos culturales, y es también fotógrafo y videasta. Lleva adelante, en síntesis, actividades que no parecen posibles para alguien como él. Sin embargo, no se trata de contar la vida heroica de un triunfador que vence la discapacidad con su esfuerzo y logra pequeños cambios que no cambian la sociedad. 

La película es un retrato que se desarrolla narrativamente como un viaje de Fassmor a “ver” las cataratas de Iguazú. Está relatada, además, como un diálogo audiovisual. Hay un contrapunto de los puntos de vista del protagonista, que filma el viaje con su propia cámara y se lo escucha hablar de la manera convencional, en voice over, y la figura textual de otro narrador, testigo, que se ubica detrás de la cámara que filma a Fassmor y que tiene diálogos en off con él. 

El diálogo es clave porque este documental también se aleja de la fabulación piadosa y, sobre todo, invierte por completo el juego siniestro de saber más que el personaje que explotan las películas de terror sobre invidentes, en las escenas donde el espectador se da cuenta de detalles horrorosos o peligros que el ciego o ciega no puede ver aunque estén frente sus ojos. Ejemplos clásicos son Espera la oscuridad (Wait Until Dark, 1967) o Terror ciego (See no Evil, 1971). 

Aquí Fassmor se presenta ante el narrador y los espectadores como poseedor de una capacidad única y secreta de percibir el mundo que ellos no tienen, y que es el enigma que trata de desentrañar la película. La cuestión se plantea desde los planos iniciales por la habilidad que demuestra, como camarógrafo, para registrar planos que se ajustan a su función narrativa. También hay una escena en la que Fassmor se propone dibujar unas cataratas como podrían ser para su imaginación las de Iguazú. Al comienzo, todo parece ser cruelmente irónico, porque la lapicera no escribe y él, obviamente, no puede darse cuenta hasta que el personaje del narrador testigo se lo dice. Sin embargo, cuando la tinta comienza a fluir normalmente, el resultado es extremadamente simple, casi abstracto, pero inteligible: una catarata dibujada. 

Esto abre la posibilidad de una explicación de su misteriosa percepción con referencia al pasado. Fassmor no es ciego de nacimiento. Perdió la vista por un accidente en un ojo y complicaciones relacionadas con la genética que lo llevaron a quedar invidente. Pero, ¿qué es lo que podría “ver” con la memoria de lo que vio de niño y lo que hoy percibe? La mirada del narrador testigo está orientada por esta interrogante, lo que ayuda a que el espectador se identifique con ella. 

El diálogo incluye intentos de traducir a imágenes no filmadas por Fassmor lo que él dice de sus sensaciones visuales, por una parte. Por otra, fotos y otros planos en video hechos por el protagonista que contrastan con los antes mencionados. No parecen poder haber sido registrados sino por alguien que capta lo real con una visión diferente y otros sentidos, con resultados que son de una belleza extraña y sorprendente. Del contrapunto se va pasando así a un progresivo acercamiento de las miradas, hasta llegar a un punto en que no parece fácil distinguir lo que registró la cámara de Fassmor de lo que filmó la otra. ¿Qué hago en este mundo tan visual? es también, por tanto, una película sobre un invidente que enseña a ver a alguien que ve. 

Es igualmente enigmática la experiencia del personaje por lo que respecta al tiempo. Hay en el relato un motivo repetido que lo sincroniza con los ritmos de la naturaleza y que son las escenas en las que el personaje se levanta cuando ya ha salido el sol. El transcurrir de los días está cuidadosamente representado y hay un regreso al pasado, visto en las fotos de cuando era niño. 

Pero Fassmor, que se sometió a un complejo tratamiento y varias operaciones que trataron de evitar que quedara ciego, no ha perdido la confianza en que la ciencia supere los obstáculos que no pudo vencer entonces y le haga recuperar la vista. Cuando graba videos, lo hace con la esperanza de poder verlos algún día. Esto les da a las imágenes una ubicación en un tiempo que ninguno de los espectadores vive al verlas en el presente. La cámara de video es para Fassmor una máquina con la que aspira a llevar sus recuerdos para disfrutarlos en un futuro mejor. 

No es el único tópico de ciencia ficción aquí. También hay referencias a las inteligencias artificiales con las que el cine imaginó que la gente podría conversar en el futuro, como Hal 9000, en 2001, odisea del espacio (1968), o Samantha, en Her (2013). Esta forma de interacción parece hoy una realidad con el sistema Siri que Fassmor utiliza, aunque en la película se recurre al humor para poner en evidencia las limitadas capacidades actuales de esta tecnología. Los intentos de traducir a imágenes sus experiencias también incluyen una representación de la que podría ser una visión mental cibernética del futuro, creada con figuras abstractas y palabras escritas. 

Todo esto añade un subtexto utópico sutil a ¿Qué hago en este mundo tan visual?, puesto que la tecnología se presenta como un dispositivo de la ciencia ficción en su vertiente profética. Es un recurso que hoy utilizan algunos documentalistas: jugar con la verosimilitud que persigue el cine de lo real, y la que se desprende de la mitología de este género literario y cinematográfico. Sobre esta base, el espectador puede encontrar un modo de entender la extraña esperanza de Fassmor aunque sea irónicamente, en el marco de un mito del avance del progreso en el que, supuestamente, ya nadie puede creer en la época actual posmoderna. 

Pero la película se burla de las falsas promesas de adelantos tecnológicos comerciales como Siri, no de la esperanza de Fassmor de poder volver a ver con el avance de la ciencia. Por tanto, la esperanza se presenta aquí tan desafiante del sentido común como el cuestionamiento de la noción de “discapacidad” que discrimina a los que no ven como los demás. No son nuevos productos tecnológicos ridículos los que necesita el personaje sino que cambie el mundo “tan visual” del título, en el que no encuentra lugar, por uno que le devuelva la vista. Si la ciencia no logra esto, que por lo menos sea un mundo que acepte que hay otras maneras válidas de ver.

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