El juicio


Por Pablo Gamba 

El juicio (2023), de Ulises de la Orden, se estrenó en la sección Forum del Festival de Berlín. Es una película argentina de montaje de imágenes de archivo, de casi 180 minutos de duración, que se hizo a partir de más de 500 horas de registro del juicio por violaciones de derechos humanos a los miembros de las juntas de la dictadura cívico militar que hubo en este país de 1976 a 1983. Lanzada después de Argentina, 1985 (2022), de Santiago Mitre, pasa también a ocupar el lugar de una respuesta documental a la nominada al Oscar como mejor película internacional. 

Es una obra única El juicio, en el contexto latinoamericano, tanto por los hechos que relata como por el testimonio que quedó de ello. Sus antecedentes se remontan a los documentales sobre los juicios de Núremberg a líderes y funcionarios de la Alemania nazi por crímenes similares que se produjeron después de la Segunda Guerra Mundial. Ejemplos citados por Eric Barnouw son Núremberg (1948), de Stuart Schilberg, producida por el gobierno militar estadounidense de Alemania, o la película soviética El juicio de las naciones (1947), de Roman Karmen. 

Lo más resaltante del documental argentino es su forma narrativa dominante. El juicio está relatada como una película de ficción, incluso de estilo clásico por lo que respecta al montaje, en particular por uso de las diversas escalas de plano, y el sonido onoff, en función de contar de la manera más clara y atrapante posible la historia con las imágenes disponibles. El resultado es magistral, según los cánones de ese estilo, aunque con elementos que ponen en evidencia la tensión entre el material y los fines que persigue el cineasta. Un ejemplo son los testimonios registrados en planos dorsales, lo que impide contar con algunos close ups para subrayar el efecto dramático de las palabras. 

Por lo que respecta al tiempo, la condensación es problemática. Quizás por eso se incluyó una parte en que la defensa de los comandantes militares se queja de las muchas horas de sesión continua. Es algo que se inscribe en el recurso narrativo de ridiculizar a los que se presentan como “villanos” de la película, por una parte, pero también a que el tiempo de la historia se borra en el tiempo del relato. Por otra parte, la redondez de la narración transmite una impresión de completud engañosa, como si se hubiera visto y escuchado todo lo que había que ver y escuchar en el juicio, aunque es una selección del material disponible y un resumen apretado del proceso. 

El relato está en tensión con otro dispositivo subordinado a él: la forma no narrativa categórica, es decir, la organización del material de archivo en segmentos con criterio temático. Esto es un contrapeso del problema de la selección con fines narrativos porque el resultado, aunque sea incompleto, hace de El juicio una película notable por la diversidad de crímenes de la dictadura que cubre. Van más allá del secuestro, la “desaparición”, la tortura, los asesinatos y el sadismo nazi de los represores para abarcar robos, extorsiones y otros delitos comunes que ponen de manifiesto la actuación de los esbirros como hampa organizada y protegida por el poder. Al resaltar el aspecto criminal de la dictadura, refuta el discurso oficial de la “guerra contra la subversión”, por no hablar del “honor militar”. 


El tipo de análisis que se hace de la represión por la vía de lo categórico es también lo que aporta espesor a un relato que se limita al desarrollo del proceso en el tribunal. Dado el material con el que trabajó exclusivamente De la Orden, no pueden ser parte del argumento otros aspectos del trabajo de la parte acusadora, que es lo que desarrolla Argentina, 1985 para hacer del fiscal Julio César Strassera y su equipo los héroes de una historia épica cívica. Pero lo más significativo es que tampoco el documental puede abarcar el contexto político del juicio. 

La película de De la Orden pone entre paréntesis lo que ocurrió en el país para que la dictadura cívico-militar fuera desplazada del poder y se restableciera la democracia, y también lo que sucedía en torno al juicio, que sí está en Argentina, 1985. El documental, por tanto, hace del proceso judicial una máquina cuyos engranajes se mueven hacia la producción de un veredicto de culpabilidad por ninguna otra razón aparente que el peso mismo de los testimonios y las pruebas. Esto expresa una confianza ingenua en las instituciones, por decir lo menos. 

Los textos incluidos al final, sin embargo, ponen de manifiesto fisuras. Después de todo lo visto y escuchado, no se entiende por qué Jorge Rafael Videla y Emilio Massera fueron sentenciados a cadena perpetua, pero otros a condenas de pocos años de cárcel e incluso hubo absoluciones. 

El referente de las películas de Núremberg recuerda también que es una paradoja que los militares argentinos, que se presentan a sí mismos como vencedores de una guerra, estén en el banquillo, lugar que en la historia es siempre el de los perdedores. No es posible hallar explicación en la película de la derrota política que los puso en esa posición. 

Las fisuras del final no solo relativizan la victoria de la justicia sino que hacen manifiesto que el poder militar comenzó a revertirla pronto con la Ley de Punto Final y la Ley de Obediencia Debida y, finalmente, los indultos presidenciales de 1990 a los comandantes que fueron condenados. No fue sino hasta 2010 que la justicia de la democracia tuvo efecto de nuevo y restituyó las penas impuestas en 1985 con un proceso que se inició en 2003. 

El cine tuvo que esperar todavía más en democracia, a pesar de que el registro audiovisual de los juicios estaba disponible y en un estado de conservación que permitió su restauración digital. En este sentido, hay que recordar, como ha insistido en ello el crítico Nicolás Prividera, que la presencia de cámaras de televisión en el tribunal da la impresión engañosa de que el juicio se transmitió “en vivo y directo”, y no es verdad. 

Por eso El juicio es una película reveladora aún hoy. Más problemática todavía es la sensación de completud que da la película si se recuerda que los archivos de la dictadura siguen sin desclasificar, por lo que aún falta mucho por conocer sobre el alcance de los crímenes y de hasta dónde llegan las responsabilidades. 

La fecha del estreno hay que vincularla con que en 2023 se cumplen 40 años de gobiernos democráticos ininterrumpidos en Argentina. En medio de la crisis que atraviesa el sistema, hay que devolverle a la gente la fe en la democracia. Por eso, si El juicio bien es una gran película, sin duda alguna, es más grande la tarea política hacia la que se debería apuntar, a partir de ella, para que se complete el triunfo de la memoria, la verdad y la justicia. La forma narrativa, sin embargo, es un obstáculo para eso, porque el tipo de participación que exige atrapa al espectador en la historia y le da una recompensa al final, en vez de estimular su inconformidad como ciudadano.

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