Fragmentación de un paisaje patagónico y La noche manchada

 

Por Pablo Gamba 

Hay dos cortometrajes argentinos que se destacan entre las películas experimentales que forman parte de la programación del 24.° BAFICI. Uno es Fragmentación de un paisaje patagónico (2023), de Ernesto Baca; el otro, La noche manchada (2023), de Andrés Medina. Ambos son estrenos mundiales en el festival de Buenos Aires. 

Baca es una de las figuras mayores en la historia del cine experimental argentino y forma parte de una generación posterior a la del Grupo del Goethe, del que fueron parte Claudio Caldini, Narcisa Hirsch y Marie Louise Alemann, entre otros, en la década de los setenta. Trabaja principalmente con soportes fílmicos ‒Super 8 y 16 mm‒ aunque recurre a la digitalización. 

En el contexto de este tipo de cine, Baca se distingue por sus más de diez largometrajes, en los cuales se vale de tópicos de la cultura popular, como los de la ciencia ficción, que introducen códigos que un público amplio puede entender. Su manera de narrar sin apoyarse en escenas con diálogos se caracteriza, además, por la alternación con partes abstractas que son pausas de placer visual o paréntesis que se abren para que el espectador piense o para que su mente vuele con las imágenes. 

Varias de las películas de Baca han sido estrenadas en el BAFICI desde su ópera prima en el largo, Cabeza de palo (2002). En las dos ediciones anteriores presentó Historia universal (2022) e Israel (2021), respectivamente, que también son largometrajes. Fragmentación de un paisaje patagónico está en la sección Trayectorias del festival. 

Esta es una película hecha a partir de la apropiación de un film en Super 8 encontrado. Se titula Viaje a Puerto Stanley, 1981, lo que hace referencia por el nombre en inglés a Puerto Argentino, la única ciudad de las islas Malvinas, territorio del país suramericano que el Reino Unido ocupó en 1833 y que es colonia británica desde entonces. 

El tipo de registro, la referencia en español al título en el catálogo del BAFICI y el hallazgo de la cinta, que presumiblemente es argentina, dan a entender que pudo ser filmada por turistas de este país en las Malvinas. En 1982, la dictadura cívico-militar trató de recuperar el archipiélago y otras islas en poder del Reino Unido por la fuerza, y el Ejército Argentino fue derrotado y expulsado. Nunca se volverá a poder filmar, por tanto, una película como la que Baca encontró, en particular por los planos que hay en ella de soldados británicos. 

Hago la síntesis histórica, no porque sea mi posición al respecto sino porque parece ser la de Baca. Su cine experimental, que como tal tiene un contexto internacional, se caracteriza por su anclaje nacional. Se ha hecho incluso extensivo a México, país en el que también trabaja desde hace años, como se expresa con profundidad notable para un extranjero en Israel

El patagónico del título hace referencia a la región continental que se extiende a las Malvinas. La película propone una apropiación poética de las islas que responde a su pérdida por la separación geopolítica de la tierra firme argentina. Expresa la consecuente ruptura mediante cortes en el film y el correspondiente ruido que podrían hacer los empalmes al pasar por un proyector. 

Este quiebre fílmico del paisaje, en los que la reiterada presencia de la bandera británica en algunos fragmentos es la parte sangrante de la herida, están en tensión con el gesto que acompaña la apropiación, que es la intervención del material con dibujos sobre el soporte. Se manifiesta en ellos también un deseo de reconciliación con la naturaleza, que el capitalismo inherente a la colonización solo sabe explotar.


Es todo un poco “amor y paz”, hay que decirlo. Pero hay que ponerlo en relación con la decisión que tomó la dictadura de usar su fuerza militar genocida para reapropiarse de las islas. Esa es la herida abierta para quienes viven allí y a los que estaría dirigido, como otro gesto de reconciliación, el texto de Roberto Santoro leído en inglés. El poeta argentino fue secuestrado y “desaparecido” por los mismos gorilas que, más que liberar, reinvadieron las Malvinas. 

Si el sonido es parte importante de Fragmentos de un paisaje patagónico, omitirlo es clave en La noche manchada. El corto, ópera prima de Medina, transita así el camino de la música visual, que se remonta a los orígenes del cine experimental en las vanguardias de los años veinte, en divertido contrapunto irónico con el registro de un recital que parece ser de rock en un lugar multitudinario. 

El resultado es notable aquí por lo que respecta al uso del video digital de baja resolución. Medina logra crear un contrapunto sin solución de continuidad entre la imagen fija y el movimiento, al comienzo, y sobre todo entre la abstracción y la figuración. Me hace pensar en el estilo onírico de Norman McLaren en Blinkity Blank (Canadá, 1955), aunque allí se trata de animación y se trabaja con el “dibujo” de la banda sonora. 

Medina se inscribe tempranamente con este corto en un cine en el que las búsquedas formal y técnica son dominantes, como parece ser lo característico de la escena experimental argentina actual. La película es principalmente una investigación del uso de la luz como parte de la puesta en escena de los espectáculos de rock y del ruido que se produce en la imagen electrónica. La música visual de esta película podría se calificada, por tanto, de ruidista o noise rock, quizás.

La noche manchada es también una obra que se desarrolla en el intenso presente de la inmediatez del disfrute, lo que la diferencia de la apertura modernista al futuro que es constante en el cine de Ernesto Baca. Pareciera que la escena del recital podría desarrollarse en cualquier país ‒en el que la mayoría de la gente sea “blanca”, habría que acotar‒, lo que marca otra diferencia con el anclaje nacional de Baca. Son detalles que revelan una brecha entre ambos cineastas, entre el que debuta en el festival y aquel al que el BAFICI hace homenaje, y que no es solo generacional.

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