Muertes y maravillas

Por Pablo Gamba 

En la Competencia Internacional del BAFICI se estrenó la segunda película de Diego Soto, Muertes y maravillas (Chile, 2023). Es el realizador poco conocido de Un fuego lejano (Chile, 2019), que estuvo en Transcinema, en Perú, y en pocos festivales más. Merecía más atención por su mirada a la cotidianidad de una ciudad de provincia, Rancagua ‒allí también se desarrolla Muertes y maravillas‒, en especial por el contrapunto del realismo y un trío de personajes jóvenes que parecían sacados de una película del cine mudo. 

El “cine de la VI región”, como lo identifica la productora Santiago Independiente, del cual Soto forma parte, es una de las cinematografías de provincia emergentes en Sudamérica, como también el de Trujillo, en Perú, y el de Córdoba, en Argentina, por citar otros dos ejemplos. En el caso chileno, ha dado hasta ahora por lo menos una película de destacado recorrido por festivales internacionales: Al amparo del cielo (2021), de Diego Acosta. 

Una de las características que la productora atribuye al “cine de la VI región” la formula como consigna de manifiesto: “Muerte al naturalismo”. La cuestión podría inscribirse en una búsqueda de trascender el modelo en el que el nuevo cine argentino de los años noventa se convirtió para realizadores independientes de otros países, en particular por su apropiación del neorrealismo como rechazo del costumbrismo y otros tópicos de la producción industrial nacional. 

En el caso de Muertes y maravillas, cuyo título es de un libro de Jorge Teillier de 1971, la fuente de inspiración principal para ello es la obra de un autor emblemático en Chile de la “poesía lárica”. Esta busca también distanciarse del naturalismo para “afirmarse […] en el mundo del orden inmemorial de las aldeas y los campos”, como escribió Teillier.

Hay que agregar que lo mágico parece venir también del cineasta tailandés Apichatpong Weerasethakul, cuya impronta en el cine latinoamericano es lugar común y que rodó Memoria (2019) en Colombia. Pero aparece apenas en dos detalles en Muertes y maravillas

Lo más destacado de esta película es cómo lo lárico pone en tensión lo genérico. Digo esto porque la película pareciera presentarse como otro coming of age latinoamericano de los que tanto parecen gustar en los festivales internacionales, como si nos vieran como eternos jóvenes en el sentido de “en formación”, no pueblos maduros como los de Europa. 


Muertes y maravillas está ambientada en un verano en el que los tres jóvenes protagonistas se encuentran de vacaciones. El trío conversa y deambula de un modo que podría recordar a los slackers del cine indie estadounidense. Fuman marihuana y hasta tienen una banda de rock. Hay una escena en la que se cruzan con otro grupo de jóvenes que montan bicicletas. La muerte de un amigo, en este contexto, podría ser metáfora del fin de la juventud.

Sin embargo, las historias que pudieran desarrollarse a partir de eso se quiebran por inesperados giros de la trama e interrupciones bruscas que agrega el montaje. Sobre todo, naufragan en la atmósfera que crea la muerte del amigo enfermo, un recurso característico de una narración débil, modernista, que se confronta así con la forma genérica. 

Es en este contexto, lo lárico se expresa también como una percepción vinculada con otra sensación de pérdida. De esta manera se construye una mirada singular a la ciudad provinciana, que pone de relieve el contraste entre la modernización de la arquitectura y el entorno rural que no parece tener solución de continuidad con lo urbanizado, y que es correlato de la relación entre el material genérico y la evocación poética de lo que se está perdiendo. 

Los personajes parecen también integrados plenamente a la modernidad, pero a la vez caminan a la vera de los caminos, por los márgenes de la ciudad que crece para los autos y la carretera. Al comienzo se mueven entre los vehículos por donde no deberían cruzar una avenida. 

Más sutil es la expresión que tiene esto en la fotografía. En Muertes y maravillas hay grandes planos generales que integran los personajes al ambiente, en particular en situaciones de poca luz que hacen borrosa la distinción figura-fondo. Pero también la cámara se eleva hacia los árboles para “ver” en el movimiento de las ramas lo invisible, lo que se ha ido como llevado por el viento. Este motivo se hace explícito en un poema de Juan Pablo, que se destaca en el trío como personaje principal. 

Otra tensión relevante en esta película es la que se da entre poesía y reflexividad. La mejor escena de Muertes y maravillas es para mí la que se desarrolla en el taller de escritura al que invitan a participar a Juan Pablo. Allí lee el texto citado, que antes se escucha en voice over, y como devolución recibe comentarios de los participantes, que lo analizan en profundidad y le hacen recomendaciones bien y malintencionadas. 

Pero no ocurre lo mismo en la escena en la que el trío se encuentra con el personaje del director de cine que les dice el tipo de películas que se propone hacer, sobre gente común y corriente, su vida cotidiana y sus sueños, y agrega que no se gana dinero con eso pero es un cine que hay que hacer. La razón había sido puesta sobre la mesa al comienzo, cuando otro de los tres protagonistas critica la fantasía de una película de James Bond que fue a ver con sus amigos a un complejo de cines con cuya descripción visual comienza Muertes y maravillas. No pareciera hacer falta explicar esto así, aunque reconozco que no sé nada del público de Rancagua. 

Con todo, la segunda película de Diego Soto resplandece en la Competencia Internacional del BAFICI frente a otras dos latinoamericanas, Las demás (Chile, 2023), de Alexandra Hyland, y Blondi (Argentina, 2023), la ópera prima como directora de la actriz Dolores Fonzi, las cuales se apropian de los géneros de un modo trasnacionalizante. En ellas domina, por tanto, la imagen que Soto combate con su apelación a la poesía lárica y que el gran cineasta chileno Raúl Ruiz llamó sarcásticamente “utópica” porque no es de ninguna parte. Rehúye todo lo local que pudiera limitar su alcance global.

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