Upon Entry

 

Por Pablo Gamba 

Upon Entry (España, 2022) es un thriller psicológico sobre la inmigración y la ópera prima como directores de dos venezolanos, que son también los guionistas: Alejandro Rojas y Juan Sebastián Vásquez. Se estrenó en el Festival Black Nights de Tallin, Estonia, y ganó el premio a la mejor película en el Festival de Calcuta, en la India. Pero más significativos resultan quizás, como pieza de género que es, el Premio Police y el galardón del público que recibió en el Festival de Cine Policial de Reims, Francia. 

El tema de la migración es recurrente hoy en las películas porque es una cuestión de actualidad en todo el mundo. En este contexto, Upon Entry se distingue porque no trata de personajes que se arriesgan a morir cruzando la selva del Darién o el desierto de Sonora para llegar a los Estados Unidos, ni los que son “rescatados” de botes que naufragan en el Mediterráneo tratando de pasar del norte de África a Europa. No reproduce este lugar común “humanitario” del migrante.

Los protagonistas son aquí una pareja de clase media formada por un profesional venezolano, inmigrante en Europa, y una profesora de baile europea, española o “de Barcelona”, como prefiere decir ella. No son “ilegales” puesto que han completado los trámites para instalarse en los Estados Unidos, y llegan en avión, con las correspondientes visas. Pero son retenidos en el aeropuerto de Newark, donde hacen escala para una conexión a Miami, su destino final. Los someten a la “segunda revisión”, que es un largo e intenso interrogatorio policial. 

Upon Entry está hecha con escasos recursos. Se apoya en las actuaciones del argentino-español Alberto Ammann, que hace de su Diego un venezolano completamente verosímil, y Bruna Cusí, ambos ganadores del Premio Goya en el renglón de actor y actriz revelación por Celda 211 (2009) y Verano 1993 (2017), respectivamente. Es algo esencial en un género que se basa en el enfrentamiento entre los personajes, que aquí no solo se da entre la pareja y los funcionarios de inmigración sino también entre ella y él. Eso es parte de lo que se busca en un interrogatorio que se da en una situación en la que están completamente a merced de los que hacen las preguntas y que, aunque no recurren nunca a la violencia física, psicológicamente los presionan de maneras inimaginables para alguien que no ha vivido una experiencia como esa. 


La construcción del espacio y el tiempo son también claves en esta película. Por lo que respecta a lo primero, la historia comienza cuando la pareja se sube al taxi que los llevará a tomar el vuelo a los Estados Unidos. Esto los ubica desde el inicio en espacios del tipo que el antropólogo Marc Augé llama “no lugares”. Son aquellos de tránsito o de consumo en los que es prácticamente imposible establecer relaciones del tipo de las que considera propiamente sociales, por lo que cada persona o grupo está solo, aislado entre desconocidos. La tarea de migraciones en un aeropuerto es diferenciar los que es conveniente dejar entrar de aquellos que pueden ser un problema para el país entre toda la gente que transita por un “no lugar” así. Como casi todos son desconocidos y no hay vínculo de la sociedad con ellos, sospechan de cualquiera.

Un detalle brillante de la película es que construye el área de la “segunda revisión” de aeropuerto como un ambiente en el que se percibe desorden e improvisación por los trabajos que se desarrollan alrededor de la sala de interrogatorio. Es una manera de poner sutilmente en duda la racionalidad burocrática del marco institucional en el que se da el procedimientos al que se somete a los migrantes. Se hace extensiva, entonces, a las preguntas de los funcionarios a pareja, los dos juntos y por separado, cuando parecen impropias, además de abusivas. Hasta un detalle como la iluminación, que en un policial suele responder a la lógica del interrogatorio, se manifiesta aquí como resultado de decisiones caprichosas o de la misma desorganización. 

En cuanto al tiempo, el de esta película es kafkiano y se hace parte del drama psicológico por la desestabilización que causa. El interrogatorio interrumpe las duraciones justas previstas en un viaje que comprende la conexión con otro vuelo y la posibilidad de reunirse brevemente con un familiar en el aeropuerto en el que los viajeros hacen escala. Se instala así ese otro no-tiempo en el que la duración de las esperas y los procedimientos no tiene límite ni justificación conocidos por los protagonistas, y que también es clave en el poder arbitrario que se ejerce sobre ellos. 

Aunque la situación en la que el espectador llega a conocer a la pareja protagonista es inhumana, otro acierto de esta película es la manera como humaniza a los migrantes. Entra en juego en esto la paradoja que conlleva la aspiración administrativa a que las personas produzcan un relato coherente acerca de ellas mismas, respaldado por una documentación, y la imposibilidad que Stuart Hall ha señalado de hacer esto de una manera verosímil, puesto que lo que cada persona “es” cambia de acuerdo con las situaciones sociales en las que se desenvuelve, de un modo contradictorio, además.

Un modo de resolver esta paradoja podría ser darles la razón a los funcionarios en sus sospechas de los desconocidos, en particular desde una perspectiva que defiende a rajatabla la “verdad” y la “legalidad”. Se supone que el respeto a los derechos humanos tiene ese límite. Pero lo expuesto por lo que respecta a las causa de las sospechas, la dudosa racionalidad de los que investigan e interrogan a la pareja y las diferentes versiones que hay inevitablemente de toda persona son argumentos para debatir esa toma de posición y defender a los migrantes de esta historia.

Esta posibilidad de debate hace de Upon Entry una película profunda, de dos realizadores que tienen un conocimiento experiencial de la migración y evitan la “dignificación” caricaturesca y autocomplaciente. Al inmigrante, a fin de cuentas, si se lo recibe porque es un ser humano, hay que aceptarlo como es, con sus virtudes, pero también su inevitable incoherencia, con su verdad y la de sus problemas, pero también sus mentiras y autoengaños, en vez de construir personajes políticamente correctos, pero imaginarios. Los sistemas de gobierno injustos se afirman en lo contrario, en sostener que formalmente son perfectos y es la gente la que “falla”.

Fotos: Oscar Fernández Orengo

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