El piso del viento

 

Por Pablo Gamba 

El piso del viento (Argentina, 2021) es la primera película que han codirigido Gustavo Fontán y su pareja, Gloria Peirano. Ella fue finalista del Premio de Novela Rómulo Gallegos por La ruta de los hospitales (2019) y había colaborado antes en los guiones de dos películas de él: La deuda (Argentina-España, 2019) y El día nuevo (Argentina, 2018). También el largometraje experimental El estanque (Argentina, 2017), de Fontán, se basa en textos de Gloria Peirano. 

En El piso del viento recurren a un dispositivo documental para generar las situaciones que filman. Varios personajes disímiles van llegando a una casa solo llena de luz y con las paredes pintadas de blanco. Pero se trata de visitas que no resultan comprensibles con referencia al contexto de la respuesta a un aviso de venta. No actúan como eventuales compradores, ni siquiera como posibles asesores de la decoración, como podría parecerlo el primer visitante por su aspecto de arquitecto. 

De esta manera, el espectador es estimulado a participar, como se lo hacía con las pistas falsas y el escamoteo de información en La deuda. Lógicamente, se hará preguntas, al comienzo, sobre el propósito de las visitas. Cuando le quede claro lo que sucede, porque no se subestima su inteligencia, sus interrogantes se centrarán en la relación de los visitantes con el espacio, con Peirano, a la que se escucha hablar fuera de cuadro, y también se preguntará sobre los visitantes mismos, y los vínculos entre ellos y con personajes de los que ellos hablan, pero quedan fuera de campo. 

En uno de los diálogos, Peirano da la clave de lo que se trata. Cada visitante llega a la casa vacía a “llenarla” con su imaginación y a llenarla también con lo que es: el volumen de su cuerpo en el vacío del espacio, su figura contra el fondo blanco, sus desplazamientos por el lugar interactuando con el personaje invisible o con el que lo acompaña, que en un caso es un perro, o a solas, lejos de la escritora y de la cámara. 


Esta es, obviamente, una película sobre el espacio, pero también sobre el tiempo, porque cada visitante llega con un pasado que despliega imaginariamente en ese lugar con la disposición que quisiera darle a lo necesario para habitarlo. Trae, asimismo, recuerdos vinculados a las casas en las que ha vivido –una memoria de familia– pero también la historia de la Argentina, y los conflictos sociales y políticos del presente. 

Las escenas son separadas por planos a los que podría llamarse por su función “almohadas”, tomando como referencia a Yazujiro Ozu, aunque no se parezcan a los del maestro japonés. En algunos de ellos, Fontán despliega una vez más el interés en la percepción que es clave en su cine experimental. Otros son de un exterior tormentoso y traen a colación la casa como refugio de un mundo amenazante, lugar común cuyo sentido ha renovado la pandemia del COVID-19. El monólogo final de Peirano, sin embargo, es un llamado a salir de las casas y hacer del encuentro una forma de habitar el mundo, algo más que pertinente en aquellas circunstancias. 

La casa no es un interés que haya surgido en la obra de Gustavo Fontán con la pandemia y el consecuente confinamiento masivo, aunque también ha hecho su aporte al “cine del COVID-19”: el díptico de cortometrajes Jardín de piedra y Luz de agua (Argentina, 2020). El ámbito doméstico ha sido un tema reiterado de sus películas, una de las cuales se titula, precisamente, La casa (Argentina, 2012). En ella se acerca de un modo diferente a la relación entre el espacio, el tiempo y los personajes que se trabaja con los visitantes en El piso del viento

Fontán ha explorado en su cine, sobre todo, la desestabilización de forma de percibir que acompaña la manera habitual de estar en el mundo, la rasgadura de lo que se presenta normalmente como “real”. Es lo mismo que ocurre aquí, porque el contexto de las visitas no es el de relaciones compra-venta. 

Gustavo Fontán es uno de los realizadores más importantes del cine argentino actual, aunque todavía no tenga el merecido reconocimiento fuera del país. No pudo lograrlo con películas en las que trató de acercarse a una ficción capaz de insertarse en el circuito del “cine de arte”: El limonero real (Argentina, 2016) y, sobre todo, La deuda, producida por Lita Stantic y Agustín Almodóvar. Esto quizás se debe a que la orientación dominante en su cine es hacia lo documental, en contraste con las ficciones de Raúl Perrone o de Mariano Llinás, por ejemplo, cineastas a cuyo nivel está Fontán. 

En Los Experimentos hemos comentado también su largometraje experimental Sol en un patio vacío (Argentina, 2017), que junto con El estanque y Lluvias (Argentina, 2017) integra la Trilogía del lago helado. Es una película liberada en Youtube y que está inserta en la nota.

Esta nota se publicó originalmente en Desistfilm.

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