10 años del Club del Super 8
Por Mariana Martínez Bonilla y Pablo Gamba
El Club del Super 8 de Buenos Aires cumple diez años. Surgió en 2013 acompañando un despertar del cine experimental en Argentina cuyo comienzo se fecha en torno a dos años antes. Han confluido en el club cineastas experimentales, y también artistas de la fotografía, la pintura y la música. Sus presentaciones incluyen performances de cine expandido con música en vivo, intervenciones sonoras, lectura de poesía y otras performaneces en torno a la proyección. Hoy es uno de los colectivos de más trayectoria en América Latina junto con el Laboratorio Experimental de Cine (LEC) de México, con los que conversamos hace poco en Los Experimentos. En ese panorama, el grupo argentino se distingue, como el nombre lo indica, por su preferencia por el Super 8, lo que es una característica que en general se atribuye al cine experimental de este país.
Nos reunimos por Meet, en Buenos Aires y Ciudad de México, con cuatro cineastas que son parte del Club del Super 8 para hablar del grupo, su década de actividad y el cine experimental en ese formato o soporte: Melisa Aller, Marto Álvarez, Ernesto Baca y Macarena Gagliardi Cordiviola. También integran el club Luján Montes, Ana Villanueva, Paulo Pécora y Luciana Foglio.
Como ocurre en otros grupos análogos, la gestión colectiva de la producción, la distribución y la exhibición son prácticas características del Club del Super 8. Entre las proyecciones que han hecho, Marto Álvarez destaca una como un hito: Mapa (2013), una performance con ocho cineastas e igual número de proyectores, más un músico tocando en vivo, que se presentó en el Cine El Cairo, en la ciudad de Rosario. “Fue el hit, el suceso máximo del Club del Super 8. Tuvimos dos funciones porque la primera se llenó y quedó gente afuera”, recuerda. También destaca las películas colectivas creadas con aportes de los miembros del grupo y otros. Por ejemplo, el largometraje Delta (2019), en el que participaron Aller, Álvarez, Baca y Pécora.
El Club del Super 8, además, es parte de las redes que se han conformado entre colectivos fílmicos de diversas ciudades del mundo, lo que les ha permitido llevar sus películas a otros países y traer a Argentina obras del extranjero. Han tenido intercambios con el colectivo AgX de Boston, Echo Park Center de Los Ángeles y Shotgun Cinema de Nueva Orleans, por ejemplo.
El Club del Super 8 en la tienda Cine Sí, 21 de septiembre de 2013
Pero quizás lo más significativo de los diez años del Club del Super 8 y del cine experimental argentino actual es lo contrario a los hitos: que sus presentaciones han llegado a ser continuas, casi podría decirse que cotidianas. No es raro que en Buenos Aires haya un evento de este tipo por semana e incluso a veces dos el mismo día, en pequeños espacios públicos e independientes. Es una faceta de estos cineastas que sigue ligada a las prácticas del underground, aunque algunos son parte de la historia del cine experimental argentino, y han presentado sus películas y han sido galardonados en el BAFICI, el Festival de Mar del Plata, el FID de Marsella, el Festival de Oberhausen y el de Ann Arbor, entre otros, además de participar en la muestra antológica itinerante Ismo ismo ismo de cine experimental latinoamericano del Film Forum de Los Ángeles.
La entrevista fue una semana antes de las elecciones, en una coyuntura de acelerada devaluación del peso argentino y una inflación anualizada de 138,3 % para septiembre, y con la posibilidad de la llegada al gobierno de un candidato que ha declarado que se propone cerrar el INCAA, el instituto de cine. No son datos menores por lo que respecta al contexto de lo que se habló.
Melisa Aller
“Nosotros nos aunamos en un grupo sin muchas pretensiones más que mostrar nuestras películas, y después nos dimos cuenta de que teníamos un montón de cosas en común. Ver el mundo de una manera bastante parecida nos unía y nos posicionaba en un lugar”
Pablo Gamba: ¿Por qué el Super 8? ¿Por qué creen que este formato ha sido tan importante en la historia del cine experimental argentino?
Ernesto Baca: No sé si hay una explicación para eso. Había un festival muy importante acá, en Villa Gesell, el de Uncipar [Unión de Cineastas de Paso Reducido], de todo lo que era paso reducido [Super 8 y 16 mm]. Creo que ahí hubo una concentración de cineastas de acá, de Argentina, que veían la posibilidad de hacer cine en Super 8. A partir de esa posibilidad, muchos tomaron esa posta y continuaron.
No ocurrió de la misma forma en México, por ejemplo, donde también se vendió mucho Super 8, pero hoy en día te cuesta un montón conseguir una cámara. Las encontrás en el tianguis [mercado de pulgas], si están en muy mal estado. Como que directamente fue descartada esa tecnología. Acá no, todo el mundo guarda. Tal vez por esa cosa de que era caro comprarla, quedó la cámara en la familia. Se guardó cuido bien esa tecnología, y solo cuando está toda la gente ahorcada sale y vende, y podés conseguir mucho a buen precio. Esa quizás sea una de las razones.
Macarena Gagliardi Cordiviola: Yo creo que tiene que ver con la idiosincrasia: cuesta desprenderse de este material casero, familiar, como de una fotografía. Hay algo ahí de esta descendencia ítalo-española, a la que atañe, sin duda, esa nostalgia por la que los argentinos somos tan “conocidos”, entre comillas, un modelo vintage que nos tiñe en tantos aspectos. Quizás también está el tema de las dificultades de producción artística, y por fuera de los circuitos todavía más, desde siempre.
Melisa Aller: También contribuyó que existe un laboratorio, Arco Iris, que tiene ya un montón de años. Eso es importante: conseguir el material y poderlo revelar en un lugar. Quizás en otros países vecinos de la región no tienen esa facilidad, más allá de los costos que implica. Otra cosa importante es un técnico como Daniel Vicino. Colaboró y colabora a que las cámaras y los proyectores sigan funcionando. Es otra rueda de este gran engranaje que pone a funcionar el formato.
Marto Álvarez: En Argentina se popularizó mucho el Super 8. Mi papá era de una familia de clase media laburante y tenía una cámara Super 8. Por todos lados había para revelar Kodak, en todos los barrios. Era algo al alcance de cualquiera.
Después quedó en desuso, completamente. A pesar de que en muchas casas había proyectores y cámaras de Super 8, para el cine familiar se fue dejando de lado.
Pero no por gente más interesada en otras cosas, desde lo azaroso de creer que tenés el control pero, hasta no verlo revelado, no sabés si realmente fue lo que salió, hasta que el ojo está más entrenado y el material es finito. Cuando el material tiene una determinada longitud y sabés que es tal por una cuestión de costos, del dispositivo en sí o de lo que sea, afinás un poquito más la mirada. Cuando hacés la toma, querés hacer esa toma. No es que tirás por tirar.
Melisa Aller: En un momento el formato fue como una circunstancia social. Después pasó a ser una decisión estética y, si queremos también decirlo, política, porque es un formato catalogado como obsoleto por el sistema hegemónico.
También en el Super 8 hay una relación muy íntima con el tiempo, que es lo que más me interesa en términos filosóficos. No tiene esa velocidad, esa inmediatez de otros formatos. Están los tiempos de espera porque hay que mandar a revelar. No existe previsualización alguna en la cámara. Por la cámara no ves bien cuando compones el plano. Entra el azar, por más que uno quiera controlar todo en el momento del rodaje.
Esta relación tan profunda con la temporalidad del formato es lo que más me interesa a mí, en particular. Más que lo político de que sea un formato obsoleto, porque también podría tomar una Hi8 y hacer una película. Además, genera una especie de austeridad en la ejecución esa forma en que filmamos.
Macarena Gagliardi Cordiviola: Es interesante lo que decís sobre lo político relacionado con lo obsoleto. Me parece que se vincula con la temporalidad porque el relato que hacía Marto tiene que ver con tecnologías que se van imponiendo, tanto en el uso cotidiano como en las producciones creativas. Es tomar algo que implica otros tiempos, que está en “desuso”, también entre comillas, porque podemos hablar de que hay una moda y otras cosas, como una gentrificación de los modos de producción y los formatos artísticos. En lo de la austeridad en la ejecución está también la posibilidad de editar en cámara. Vas una tarde o dos, y tenés un cortometraje.
Melisa Aller: También pensaba en el desafío a esa cultura de la individualidad que siempre es el ámbito del cine, que es tan jerárquico. Nosotros nos aunamos en un grupo sin muchas pretensiones más que mostrar nuestras películas, y después nos dimos cuenta de que teníamos un montón de cosas en común. Ver el mundo de una manera bastante parecida nos unía un montón y nos posicionaba en un lugar, mientras que no nos sentíamos tan afines a otros. La forma de trabajar nuestra es muy colaborativa. Más allá de que uno emprenda proyectos de cortos o largometrajes de forma individual, siempre el otro te hace la segunda.
Macarena Gagliardi Cordiviola
“Emanciparse siempre es algo radical porque vivimos en un mundo que intenta siempre lo opuesto: que uno esté encadenado o encadenada a sistemas de producción. Otro rasgo de radicalización podría ser cuestionar los lugares de legitimación del arte y de lo que es la calidad artística”
Mariana Martínez Bonilla: Me parece que, si algo hay en sus respuestas como vaso comunicante, sería la idea de una especie de emancipación de la creatividad y de la práctica. Además, es un discurso que se ha repetido hasta el cansancio respecto a las prácticas del Super 8 y de los formatos pequeños. ¿Creen que podemos hablar de una radicalización de estas prácticas? En caso de que sí, ¿cómo acontece esa radicalización?
Melisa Aller: Creo que hay una idea de radicalización en el desacoplarnos de todos los enunciados hegemónicos del cine. Al menos encuentro ahí mi punto de partida. Con eso vienen esas formas nuevas de producción artesanal, de pensar una película, de tratar de incomodar con un lenguaje y no sé si innovarlo, pero hubo intención. Creo que ahí hay algo que es la base de esa radicalización. Consciente o inconscientemente, es lo que queremos casi todos los que estamos en el grupo, creo.
Está también ese status quo que te exige determinada calidad para poder participar en un festival de cine. A veces te mandan un mail: “Che, ¿no la tenés en 4K?” Es Super 8, ¿cómo la voy a tener en 4K? Después te dicen: “Enviámelo como lo tenés”, qué se yo. Esa es una anécdota práctica, pero ahí está algo de esa radicalización, en estas cuestiones de producción, de cómo se piensa la película. De ahí en adelante, cómo se la proyecta, cómo se la distribuye también. Hay algo de batallar culturalmente. Creo que todos estamos aunados, consciente o inconscientemente, en esto: en desafiar ese status quo que exige parámetros que a mí, al menos, no me interesa cumplir.
Macarena Gagliardi Cordiviola: Hay tres cosas que tomaría de tu pregunta, Mariana, cuando arrancaste diciendo “una emancipación de la creatividad”. Me parece que la idea de emancipación puede implicar la radicalización. Emanciparse siempre es algo radical porque vivimos, por lo menos hasta hoy, en una sociedad y en un mundo que intenta siempre lo opuesto: que uno esté encadenado o encadenada a sistemas de producción. Con “sistemas de producción” hablo, obviamente, del capitalismo.
Después, me parece que otro rasgo de radicalización podría ser cuestionar los lugares de legitimación del arte y de lo que es la calidad artística o no. ¿Es bueno lo que hago en la medida en que Vanity Fair escriba sobre mi película, mi corto, o no, o esté en tal o cual festival?
También hay algo de lo no seriado, de la era de la no reproductibilidad, por decirlo así, de una manera un poco loca. Si te ponés a pensar, los rollos son únicos. Yo, por ejemplo, tengo una película que se perdió en un envío a un festival en Canadá. No la tengo más. Solo me quedó la versión en digital. Al proyectar las películas, muchas veces nos pasa que perdés un pedazo: se te quema un frame, se te trabó la película y tenés que cortar. O sea, que ya se convirtió en otra cosa esa pieza única. Me parece que allí también hay un desafío, como dice Meli, y una radicalización.
Ernesto Baca: La radicalización implica eso: recuperar algo de lo áurico, de esa cosa única que tiene la pintura. Vos decís, cuando estás viendo una pintura, que es única y original. Siempre acudir a la cuestión original te da como un plus dentro de lo que se expone. Lo que estás viendo ahí es único, es una situación performática, excede lo cinematográfico, se lo come. Es casi un evento primitivo, el origen del cine.
Ese es un rol que ocupamos, que nos gusta ocupar, y el Super 8 se ocupa de eso: preservar el lugar originario del cine. El cine hoy ya pasó al digital. Toda la cinefilia se fue al digital. En el menú que nos ofrece la industria audiovisual estamos seteados. En la constitución de nuestros deseos, el algoritmo lee lo que nosotros queremos y nos presenta automáticamente el audiovisual que nosotros necesitamos. Nos están diciendo lo que queremos escuchar. Entonces, esto va por otro carril, completamente diferente, que te saca del arco que cubre la industria del cine hoy en día.
Marto Álvarez: Hay películas nuestras que van mutando todo el tiempo porque se les van agregando partes o las van perdiendo cuando se proyectan de determinadas maneras. La primera vez es en monocanal, pero la segunda es en dos proyectores en continuo, la tercera con otro material en paralelo. Eso también es interesante. Me parece mucho más radical que la postura de que el cine solo sea ir a una sala, ver una proyección ‒en formato horizontal mayormente‒, que el siguiente espectador vea la misma película, que haya 4K o lo que fuera como requerimiento y tenga que ser video o algo digital. Que eso se considere “cine” y no otras experiencias.
Melisa Aller: La experiencia de hacer estas proyecciones con materia que tocás, que es la película que tenemos ahí, es todo lo opuesto a lo que es el homo videns de [Giovanni] Sartori. El homo videns mira atrofiado por tanta digitalización, tanta inmediatez, tantos bits por microsegundo. Lo de nosotros es todo lo opuesto. Es ir con el proyector, cargar la película con todos los imponderables de una proyección.
Es lo que dice Ernest: el club se ocupa de estar en ese lugar que fue sin buscarlo. Sin muchas pretensiones, surge así. Esto de la afinidad, de ver el mundo de la misma manera nos llevó a estar diez años juntos, y esperamos seguir estando juntos. Sin mucha pretensión, logramos una comunidad de amigos cineastas que todavía seguimos viendo cómo proyectar nuestras películas. No hay más aspiración que esa.
Volviendo a lo de la emancipación, pensaba en esta idea de [Jacques] Rancière, de que nos emancipan las situaciones y las personas. Acá fueron las dos cosas: encontrarnos entre nosotros y nosotras, y las situaciones que fuimos generando culturalmente con estas proyecciones a lo largo de estos años. Me parece que ahí está un poco la radicalización, en esta idea de emancipación.
Macarena Gagliardi Cordiviola: En algunos grupos que trabajamos con Super 8, y creo que es el caso del nuestro, particularmente, hay mucha horizontalidad, una no jerarquización. En el arte existe la jerarquización, y en algún momento se planteó eso del cine profesional y el amateur, y si lo amateur es o no cine. Esto también es importante. Surgió en varias conversaciones y entrevistas que nos han hecho, en uno de los primeros panoramas del Super 8 que hacía Pablo Marín en el Festival de Mar del Plata, y en otros encuentros y tertulias “superochescas”, como decimos nosotros.
Las hegemonías, los paradigmas, la institucionalización, lo que después se llamó el modelo de representación institucional en el cine, muchas veces son cohibidores, no habilitantes. Lo tenés que hacer de esa manera; si no, no es, no entrás, no vas a ser legitimada.
Melisa Aller: Con respecto a esta idea del MRI [modo de representación institucional], [Noël] Burch dice que el cine es una ventana al mundo. A ninguno de nosotros nos interesó que nuestro cine sea una ventana al mundo. De ahí parte también esta idea de experimentar, de explorar los materiales, los lenguajes.
Macarena Gagliardi Cordiviola: Creo que es una ventana a otros mundos posibles.
Pablo Gamba: Pasando a otro tema, quería preguntarles cómo ven el panorama del cine experimental en Argentina en este momento y cómo se ven ustedes en él.
Melisa Aller: No sabemos qué va a pasar en este país. Pero hay que tener políticas culturales para que estas escenas sigan permaneciendo y se puedan seguir haciendo proyecciones en lugares institucionales del Estado o independientes. Si no hay una política cultural, eso es imposible.
Ojalá que no sea el fin de nuestra cultura, un cambio radical hacia lo libertario en las próximas semanas. Creo que podríamos ir hacia un desastre total. Hace diez u once años en los que cada fin de semana hay una actividad para ver cine en Super 8. Es una escena que se sigue alimentando y sigue creciendo. Espero que esto permanezca.
Macarena Gagliardi Cordiviola: Coincido en que las políticas culturales son muy importantes, pero en momentos políticos y sociales no las hubo por diferentes motivos, por gobiernos totalitarios o por falta de presupuesto en crisis económicas. Creo que ahí lo autogestivo sigue haciendo algo y cobra más fuerza, porque uno sigue teniendo ganas de reunirse y de mostrar lo que hace. Esto ha sucedido a lo largo de la historia. En ese sentido, a pesar del desastre que está llegando en Argentina y en el mundo, creo que estas redes van a funcionar de colchón cuando uno cae, en vez de ser caída libre.
Sí puede haber un gran impacto, porque ya ha sucedido, con la devaluación y la inflación. Hacen que el Super 8, así como es muy accesible en términos de formato, se vuelva inaccesible en términos económicos, y esto no es secundario. Podría haber un desaceleramiento, como se dice en el mercado, de esta escena tan prolífica. Pero quizás se vuelva al found footage, el trabajo con materiales ajenos, de cameraless [cine sin cámara]. Quizás se vuelva a retomar cosas que se tenían filmadas. Yo tengo muchas cajas. Esto también ha sucedido artísticamente en otros momentos.
“Los objetivos del gran cine ya fueron cumplidos, y fueron la fragmentación de la sociedad en seres individuales y egoístas. Lo que el cine tiene que hacer es tejer nuevas posturas para ver cómo nos reconstruimos socialmente, empezando por pequeñas células”
Mariana Martínez Bonilla: Más allá de las contingencias del país, ¿cómo se ubicarían respecto a las muchas redes de colectivos de realizadores que siguen trabajando en lo fílmico?
Ernesto Baca: No sé si hay un lugar de ubicación de un colectivo en relación con todos. Me parece que cada uno ocupa su lugar. Hay que analizar cada dinámica de grupo porque somos todos diferentes. Nos movemos como tribus, eso seguro, no como comunidad, como se quieren presentar algunos colectivos.
No somos una comunidad, no la hay. La forma en que nos manejamos es de tribus porque el sistema económico nos obliga a ser de esta forma, a trabajar de esta manera. No podemos escapar de la lógica del capitalismo. Aunque tratemos de construir otra cosa con nuestra manera de ser horizontales en nuestras decisiones, en última instancia las decisiones alguien las tiene que tomar y estamos en ese planteo todo el tiempo.
Nos empujan a la disolución, que es lo que quiere el sistema. Pero somos un colectivo en el que, incluso haciendo cosas propias, de cada uno, puedo decir que son nuestras películas porque siento que existe un entender, una visión común que tenemos del mundo a la que respondemos como una pequeña sociedad.
Los objetivos del gran cine ya fueron cumplidos, y esos objetivos fueron la fragmentación de la sociedad en seres individuales y egoístas. Eso ya fue perpetrado, ya está hecho. Lo que el cine tiene que hacer es tejer nuevas posturas para ver cómo nos reconstruimos socialmente, empezando por pequeñas células. Nos abren las puertas para proyectar en un barrio, en una sociedad de fomento, y vamos. No somos pretenciosos en el camino del éxito y toda esa mitología del capitalismo.
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