El auge del humano 3 y Solo la Luna comprenderá


Por Pablo Gamba 

Dos de las películas vistas en el Festival de Mar del Plata tienen en común que compitieron en el Festival de Locarno y sus personajes jóvenes de extracción popular del Tercer Mundo, un grupo que, como decía Nelson Pereira dos Santos de los campesinos de Vidas secas (Brasil, 1963) en la época del cinema novo, constituyen en la actualidad la mayor parte de la población mundial entre las personas de su edad, por lo menos, aunque esto no se vea reflejado así en los medios de comunicación. Los títulos son El auge del humano 3 (Argentina, 2023), de Eduardo Williams, que ganó en la sección Zabaltegui de San Sebastián, y Solo la luna comprenderá (Costa Rica, 2023), de Kim Torres. La primera es parte de la Competencia Estados Alterados del festival argentino y la segunda de la Competencia Latinoamericana de Cortometrajes. 

Aunque la película de Williams lleva un tres en el título, es la segunda parte de su primer largometraje, El auge del humano (Argentina, 2016), por el que ganó el Leopardo de Oro en la Competencia Cineastas del Presente en Locarno. Los personajes también son aquí de varios países ‒este caso Sri Lanka, Taiwán y la Amazonia peruana‒, y están en constante movimiento por la ciudad y espacios naturales y tienen identidades de género diversas. Son como el pueblo del mundo globalizado de hoy, al que haría referencia el “auge humano” del título, pero en un futuro de ciencia ficción postapocalíptica que se construye con detalles sutiles como unas viviendas rurales que se ven al comienzo y que parecen de La Guerra de las galaxias (1977), y una enfermedad relacionada con la contaminación ambiental. 

Un cambio significativo con respecto al largometraje anterior es el uso de cámaras de 360, lo que Williams había hecho antes en el corto Parsi (Argentina, 2018). Formalmente, la película está marcada por la tensión entre el registro esférico y el rectángulo bidimensional del plano cinematográfico. Es algo que enrarece los movimientos de los largos travellings de seguimiento a escala de plano general y distorsiona los planos cerrados. También juega el cineasta con el sonido y lo que queda fuera de cuadro en el “recorte” del 360 para captar y mantener la atención. 

Por su interés, no en contar una historia sino en observar los cuerpos y su relación con los diversos ambientes, esta película puede inscribirse en la que Isaac León Frías llama la “segunda modernidad” del cine, aunque la técnica pone el cine tal como se lo entiende en crisis y apunta hacia algo “post”. También es moderna El auge del humano 3 por su interés en el tiempo de los personajes, en función de lo cual usa planos de larga duración en los que no pasa nada salvo las conversaciones entre ellos y sus interacciones. Un detalle significativo es que se entienden entre sí cuando hablan lenguas diferentes, como si el mundo del futuro fuera una Babel al revés. 


Pero El auge del humano 3 es principalmente una película del espacio, como se evidencia en lo dicho con respecto al 360 y su tensión con el encuadre cinematográfico. Otra característica trascendental del espacio es que parece no existir solución de continuidad entre una playa en Sri Lanka, la ciudad en Taiwán y la selva peruana. Es como si en el futuro de la película las distancias hubieran dejado de existir, igual que las barreras lingüísticas, y se pudiera pasar de uno de esos lugares a otro caminando y charlando. Los personajes están en una deriva entre civilización y naturaleza, como si se hubiesen reconciliado no solo las nacionalidades entre sí sino el ser humano ‒o al menos estos seres humanos del Tercer Mundo‒, con los animales y las plantas. 

Hay importantes detalles de El auge del humano 3 que contradicen la reconciliación, sin embargo. Unos son las descripciones del empleo como una experiencia dolorosa, lo que significa explotación, un conflicto de clases que queda fuera de campo. También hay reiteradas referencias al reclutamiento voluntario o forzoso en las fuerzas armadas o de seguridad, lo que indica que en ese mundo hay conflictos internos o entre naciones. Pero lo más importante es que en la última parte el mundo del futuro ‒o quizás sería correcto decir los mundos, porque son de varios países, urbanos y naturales‒ se disuelve en la materia electrónica de la que están hechas sus imágenes. El espacio se revela así como análogo a un videojuego, comparación pertinente al final por otros personajes que aparecen y lo que uno de los jóvenes hace interactuando con la cámara. No habría, por tanto, reconciliación humana ni con la naturaleza sino disolución en lo digital. 

Una manera de interpretar esto podría ser que el “auge del humano” del título ha empoderado y ha hecho a sus jóvenes tercermundistas dueños de su mundo, que es un mundo de videojuego, lo que se haría explícito en la escena en la que una chica toma en sus manos la cámara. Personajes que parecían estar allí para ser observados y escuchados se revelarían como el protagonista de Agarrando pueblo (Colombia, 1977) contra el cine vampiro de la pobreza. Los jóvenes, además, parecen resistirse al encuadre de un modo análogo a la tensión entre el plano cinematográfico y el registro en 360, lo que se percibe cuando quedan fuera de cuadro o se desplazan dentro del espacio encuadrado en vez de permanecer en el centro. Pero esta manera de hacerse dueños del espacio es algo diferente de lo que se entiende por ser alguien dueño de su vida, y lo que vemos en la película es la respuesta de un personaje a la cámara y su ubicación, no a los cineastas ni al cine que hacen, como en el corto de Luis Ospina y Carlos Mayolo.


Kim Torres también recurre a un futuro de ciencia ficción en su acercamiento a los chicos de pueblo que filma en la localidad costera de Manzanillo, en Costa Rica. Su interés se centra en la observación de estos personajes, pero con un dispositivo que consiste en hacerles imaginar el fin del mundo cuando esperan la llegada del año nuevo. De modo que no solo vemos cuerpos jóvenes en constante movimiento y los escuchamos también cuando estos chicos interactúan unos con otros. Tenemos en esta película un acercamiento a la manera de pensar, de sentir e incluso de imaginar de personajes que habitan un lugar donde parece que nada pasa y del que probablemente se irán, como suele ocurrir en los pueblos. La referencia a otro país como posible destino se hace sentir en la participación de un narrador que habla en inglés. 

El registro fílmico cobra relevancia aquí por lo que respecta a lo que su textura visual puede tener de análogo al tono de una narración oral o escrita. Es lo que eleva así cinematográficamente las historias que inventan estos niños de Manzanillo a la altura de los mitos sobre el fin del mundo de la época actual, no del origen del mundo, como los de la antigüedad ni los de su transformación, como en la modernidad. 

Hay un plano del corto de Torres que me recuerda los personajes de Raúl Perrone, en particular los de las películas que integran de la Trilogía de Ituzaingó (Argentina, 1994-1998), aunque se trata allí de adultos jóvenes y no de adolescentes como acá. Es el de uno de los chicos visto desde el interior de un auto que se aleja, lo que transmite una sensación de abandono, de desamparo. Pero los personajes del cineasta argentino tienen una dimensión social y una hondura existencial, espiritual incluso, que no se encuentra entre los de Solo la luna comprenderá, a mi modo de ver.

De El auge del humano 3, en cambio, podría decirse que está en las antípodas de Perrone. La mirada de este otro cineasta a los jóvenes es de una observación atenta y amorosa, como calificaba André Bazin la de los neorrealistas, mientras que en la película de Williams los distorsiona, los deforma incluso, cuando es cercana, como se dijo. Se sitúa, en cambio, esa mirada en la distancia propia del que se asombra y hace patente que no pertenece al mundo representado. Le fascina porque le parece exótico, aunque es el mundo de la mayoría de la humanidad joven.

Afortunadamente el cine puede dar obras que son la antítesis perfecta de El auge del humano 3, como lo es en este Festival de Mar del Plata Juventud (primavera) (China, 2023), otro documental monumental, de tres horas y media, de Wang Bing. Es otra película de observación de los cuerpos de los jóvenes, en este caso llegados de provincia a la ciudad a trabajar en los muchos pequeños talleres textiles de la gran fábrica capitalista que es hoy ese país, lo que incluye sus “negociaciones” sin sindicato con los gerentes. Por esto se enfrenta plano a plano con la de Eduardo Williams, a pesar incluso de las sospechas que puede despertar el alcance limitado de la técnica documental, que se hacen evidentes en que no se representa ningún accidente laboral. Muestra que el trabajo es ciertamente hoy una experiencia dolorosa para chicos como esos, aunque el sufrimiento se diluya entre los placeres de la juventud y el consumo. Es ese dolor, y las débiles luchas que se liberan contra él, lo que hace falta mirar para poder conocerlo y, quizás, vencerlo, como lo hace Wang Bing.

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