La noche del minotauro y otros cortos del Festival de Mar del Plata

 

Por Pablo Gamba 

Entre los pocos cortos experimentales que he podido ver en el Festival de Mar del Plata hay tres que quisiera comentar aquí. Son La noche del minotauro (Colombia, 2023), de Juliana Zuluaga Montoya, que está en la Competencia Latinoamericana; Lo que los humanos ven como sangre los jaguares ven como chicha (Bolivia, 2023), de Luciana Decker, que compite en Estados Alterados, y Corrientes mercuriales (Argentina, 2023), de Carolina Fusilier, de la Competencia Argentina. 

La noche del minotauro es una película que se hizo utilizando material encontrado, en el marco de las actividades del Archivo Shub de Colombia. La semblanza de la cineasta en el catálogo del festival indica que el postporno es uno de sus intereses en su trabajo y aquí reunió fragmentos de películas eróticas, en particular lésbicas. 

Pero no se trata de un documental sino que se desarrolla como una película de ficción fantástica que rescata el legado de otro realizador colombiano: Luis Ospina. La noche del minotauro es un relato acerca de Luz Emilia García, precursora del porno en Colombia, personaje que recuerda a Pedro Manrique Figueroa, introductor del collage en ese país, en el mockumentary Un tigre de papel (Colombia, 2007) de Ospina. También la manera de trabajar el material de archivo, construyendo una ficción, recuerda la película póstuma de este cineasta, Mudos testigos (Colombia, 2023), terminada por Jerónimo Atehortúa, sobre la que hemos escrito en este blog. 

El relato del corto trae a colación asimismo el realismo mágico de Gabriel García Márquez, en particular por los pájaros que van a morir en un pueblo. Hay incluso un elemento de ficción autobiográfica, porque se lo identifica como el lugar donde nació la abuela de la cineasta. Pero veo en esto otra recuperación de la tradición del cine colombiano, del gótico tropical del Grupo de Cali, del que fueron parte Ospina y también Carlos Mayolo. Lo importante de esto es que no solo rescata un cine que suele estar entre sombras, como es el porno, sino que le da un lugar imaginario en la cultura nacional, en un ambiente mórbido, tenebroso pero muy colombiano.


Hemos escrito antes en Los Experimentos sobre otra película de Luciana Decker, Spoils (Bolivia, 2023), por su participación en el Festival Light Matter. En Lo que los humanos ven como sangre los jaguares ven como chicha, Decker vuelve a la línea etnográfica boliviana de su trabajo, con referencias que pude identificar a su largometraje Nana (Bolivia, 2016), sobre su relación estrecha con una empleada doméstica de su casa, y el corto Belén (Bolivia, 2020), sobre un mercado en La Paz. También a Spoils, por lo tocante a la animación de piezas arqueológicas. 

Hay una diversidad de acercamientos a lo real en este corto que me lleva a inscribirlo en la vertiente del cine etnográfico experimental de las realizadoras latinoamericanas Laura Huertas Millán y Ana Vaz. Es una película sobre la actividad del campo que centra su atención en detalles del trabajo manual de la siembra y de la preparación de los alimentos, pero los pone en contrapunto con planos que hacen de los animales personajes de diversas escenas. Es un modo de describir, con un toque de humor, otra manera de entender las relaciones entre las personas y los no humanos. Lo expresa el título del corto.

Está asimismo en la película el tópico del rescate de la tradición oral. Pero aquí no se desarrolla como una entrevista sino como una llamada telefónica a una persona con la que la realizadora tiene una relación afectiva, presumiblemente el personaje de Nana. La autocita que Decker hace de Belén consiste en un lento paneo observacional de 360°, en una larga escena en la que registra a un grupo de jóvenes interpretando música del lugar y que los integra así al entorno. 

El resultado de esta combinación de técnicas es una fragmentación que por sí misma problematiza la mirada “científica” dirigida al “otro”, propia de la etnografía, y los discursos eurocéntricos y patriarcales que le están aparejados. La confrontación incluye la que por el estilo se identifica como la mirada de una realizadora que hace cine como artista, una película experimental. Se expresa en la animación mencionada, por ejemplo, y también en la manera de registrar un lago. 

Pero, sobre todo, se destaca el modo como Decker trabaja las posibilidades de manipular el soporte fílmico para lograr un efecto de trance en una parte en la que centra su atención en una vaca como cualquiera. Es una manera de hacer explícita su posición de distancia cultural y social frente a lo que registra, como ocurre en la llamada telefónica de una manera distinta. Pero se me ocurre que quizás sería más interesante considerar que de este modo Luciana Decker incluye el cine experimental en la cultura boliviana ancestral y a la vez moderna que describe.


Conocí el trabajo de Carolina Fusilier por el largometraje El lado quieto (México-Argentina-Filipinas, 2021), que hizo en colaboración con Miko Reverza. En Corrientes mercuriales parte de referencias autobiográficas para hacer un breve documental sensorial sobre la economía argentina en el período de “reformas estructurales” de los noventa. 

El “mercuriales” del título del corto, que también una versión como instalación, viene del símbolo de la Bolsa de Comercio de Buenos Aires. La pieza es una aproximación al mercado, a las crisis financieras que reiteradamente se producen y a sus consecuencias económicas y sociales, pero de una manera que deja de lado la información de tipo periodístico y las explicaciones técnicas, como si la experiencia histórica demostrara que no pueden aclarar nada o que los que parecen capaces de explicar las crisis no lo son de evitarlas, y es lo que cuenta. La atención de Fusilier se centra, en cambio, en construir una experiencia de inmersión en la bolsa como un dispositivo técnico-financiero en el que hombres y máquinas son como la misma cosa, pero que en uno de sus extremos toca a las personas de carne y hueso por sus repercusiones en la vida familiar. 

La ciencia ficción produce también un monstruo aquí: una representación visual de las llamadas “burbujas”, que en la mirada personal de Fusilier son como lágrimas. Todo esto recuerda la manera como Karl Marx describe el capitalismo, no solo con datos sino también con imágenes espectrales que se refieren al domino de las mercancías sobre las personas, como si fueran criaturas que adquieren vida propia y se vuelven contra sus creadores. Pero los problemas son que falta la representación de los creadores del valor, los trabajadores, y que Marx insistía en que la tarea del pensamiento no es tratar de entender el mundo, lo que puede incluir un arte sensorial como el que despliega Fusilier. Se trata, sobre todo, de cambiar el mundo, y es en la dirección opuesta, la de una parálisis por causa del terror, que apunta esta pieza.

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