Malqueridas

Por Pablo Gamba 

Malqueridas (Alemania-Chile, 2023) llegó a la sección oficial de la Muestra de Lanzarote, en las islas Canarias, después de ser galardonada como mejor película de la sección Estados Alterados del Festival de Mar del Plata. El primer largometraje dirigido por Tana Gilbert se estrenó ganando el Gran Premio en la Semana de la Crítica de Venecia y estuvo en el Ficvaldivia, en Chile. 

Esta película fue hecha con cerca de mil videos y cuatro mil fotos hechos por mujeres presas en Chile, según la directora. Algunas de ellas son madres, a las que se les permite convivir en la cárcel con sus hijos hasta que alcanzan los dos años de edad. Esto abarca una parte importante del material que recopila el documental de Tana Gilbert. 

Una referencia ineludible en el cine latinoamericano es O prisioneiro da grade de ferro (autorretratos) (El preso de la reja de hierro, Brasil, 2003), en la que el director Paulo Sacramento dio cámaras de video a reclusos del poco después demolido penal de Carandiru, para hacer una película con esos autorregistros. Hay incluso una escena, la de los fuegos artificiales de la celebración de fin de año, vistos a lo lejos desde la ventaja enrejada de la cárcel, en la que Malqueridas parece citar este documental. 

Pero la película de Gilbert se diferencia de O prisioneiro da grade de ferro porque el uso de los celulares con los que se registraron las imágenes está prohibido en las cárceles de Chile, como en las de otros países del mundo. Antes era una disposición reglamentaria cuya violación se sancionaba con medidas de disciplina, pero poco antes del estreno fue elevado a delito penal castigado con hasta 18 meses de prisión. 


Esto hace de Malqueridas una película cuyas imágenes desafían lo prohibido y que rescata una memoria femenina perseguida por las autoridades. Plantea, además, el problema de cómo una medida que se toma para impedir la comunicación de los capos mafiosos con las organizaciones criminales que controlan desde la cárcel puede cortar la relación que presas comunes mantienen con sus hijos con el teléfono. Es un castigo para ellos también, aunque no han delinquido. 

Un gran acierto retórico de la película es la síntesis de los testimonios de más de 20 mujeres. Se creó así el relato de un personaje de ficción puesto en la voz de una exreclusa, Karina Sánchez, que también colaboró en el guion. Es una ruptura con el estilo véritè de O prisioneiro da grade de ferro, tanto en la falta del anclaje que tienen las voces en directo en las imágenes como en el evidente contraste entre la primera persona en singular del sonido y la diversidad de personajes. 

También rompe Malqueridas con la espectacularización del género de explotación de las “mujeres en prisión”, entre cuyas expresiones en el cine de arte latinoamericano está Leonera (Argentina, 2008), de Pablo Trapero, con Martina Gusmán en el papel de la protagonista, una joven y bella mujer que cae del espacio exterior social de la clase media a la cárcel. Allí se entera de que está embarazada, da a luz a su hijo en prisión y convive con él tras las rejas. 

Las ventanas que los celulares abren a los hogares y la ambigüedad de las escenas de intimidad con los hijos o entre las parejas sexuales que se forman entre las reclusas, que no parecen registradas en una prisión cuando los elementos que identifican lo carcelario quedan fuera de cuadro, desestabilizan la construcción del espacio y el tiempo en Malqueridas. Parece que ese lugar es y no es una cárcel, y que la narradora no está presa en ese mundo, aunque sí lo está. Esto transmite la experiencia de la privada de libertad de un modo que desborda el relato verbal.


Hay un discurso análogo a los de las ONG que rodea esta película y de algún modo es un lastre para Malqueridas como obra de arte. La inscribe en una zona en la que el campo cinematográfico pierde su autonomía frente a las causas que se defienden en la sociedad civil democrática, como los derechos de los privados de libertad, que se presentan como más trascendentales que el cine. 

Sin embargo, el ojo sensible puede encontrar algo que se resiste a eso en las imágenes de fotografía y video en baja resolución que conforman el documental de Gilbert. Por una parte, exigen la participación del espectador, que es invitado a sumergirse en ellas para completar personajes representados por borrosas siluetas, por ejemplo, o la escena del allanamiento de la que solo se pueden mostrar pocos detalles en movimiento, porque hay que esconder el celular. 

Pero, sobre todo, hay momentos en los que la materia digital del registro se transmuta y pasa de evidenciar pobreza, una carencia de resolución en la imagen, a revelar valores plásticos insospechados que la sitúan en otra dimensión, la del experimento cinematográfico. Grabar con celulares en prisión puede ser también eso, entonces: una práctica que es capaz de producir imágenes bellas, las cuales cristalizan en pequeños y frágiles fragmentos de arte amateur. 

¿Por qué negarles esta aspiración a las mujeres que siguen grabando cuando el registro que suponemos hecho exclusivamente para el recuerdo se transmuta en esta otra cosa? Hacerlo es arrojar sobre ellas otro estigma, un candado más a su prisión. Entiendo que es por esto que premiaron a Malqueridas en la sección Estados Alterados, la que el Festival de Mar del Plata dedica al cine “fuera de la caja”, como se dice coloquialmente en inglés, y en este sentido insiste en la búsqueda de lo valioso y nuevo, aunque en estos tiempos se la declare a priori imposible.

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