Cortos de Valentina Alvarado Matos



Por Pablo Gamba 

Valentina Alvarado Matos (Maracaibo, 1986) es una cineasta experimental y artista venezolana que ha desarrollado una destacada carrera internacional desde que emigró y se instaló en España. Este año participó en una muestra de cineastas del país donde vive y que trabajan como ella en 16 mm y Super 8, en el Museo de la Imagen en Movimiento, en Nueva York, por ejemplo. Presentó allí fuegofocfire (2020-2023), una de sus performances con Carlos Vásquez Méndez. En la Muestra de Cine Periférico de La Coruña programó ¿Se puede deletrear la hoja? (2022), sobre la que escribimos en Los Experimentos. En 2021 estuvo en la Viennale con Arrojalatierra (2021), y en 2018 en la sección Bright Future del Festival de Rotterdam con Trópico desvaído (2016). 

El collage es uno de los aspectos claves de la obra de Alvarado, así como los planos detalle de manos en actividad, en particular trabajando la arcilla, el papel y la pintura. Cuando las manos son protagonistas, no se trata solamente de revelar la actividad de creación artística sino de representar la constante recreación de la cineasta de sí misma y de su lugar en el mundo como migrante. También la fragmentación del yo vinculada a la experiencia de la diáspora. 

La imagen puede presentarse en sus películas como resultado de una actividad que no la fija sino que la dota de un movimiento real o posible, lo que expresa lo diverso y cambiante. En Trópico desvaído Alvarado filma un flip book, por ejemplo. Crea así una imagen que se mueve de otra manera, manual, en la imagen en movimiento mecánico del dispositivo fílmico, y otro tiempo, además. Los recortes con los que hace collages frente a la cámara en esta película no terminan pegados en ningún papel. Forman extraños paisajes que siempre pueden cambiar.


En la búsqueda de una mirada subjetiva, Alvarado recupera un recurso de la vanguardia impresionista francesa: la intervención y distorsión de la imagen interponiendo elementos entre los objetos filmados y la cámara. Un medio que utiliza con este fin son vidrios en los que derrama aceite para crear el efecto que busca. Pinta, además, sobre los vidrios, “rehaciendo” a mano la imagen que se registra mecánicamente la cámara de cine. 

En El mar peinó a la orilla (2019), el “peine” que acicala el paisaje es el pincel. En Levantamiento de una isla (2017) “rehace” de manera similar la portada de un libro pintando un vidrio colocado sobre ella. Los mapas del país y del mundo, pero también de su región natal, el estado Zulia, son un tópico geográfico de sus cortos, junto con el calco que hace de ellos. El amasado de barro frente a la cámara lo es también de una “tierra” propia que crea con su arte. 

En las películas de Alvarado las palabras son collages de letras en la materia del papel. Incluso el significante sonoro es materia que puede desprenderse de su sentido y de su referente. Puede haber en la materia de las palabras también una huella del origen nacional de la realizadora, tanto en lo que respecta a la sintaxis de un español que no es peninsular como en la musicalidad característica del habla de su ciudad natal, que persiste en ella a pesar de sus años en España. 

Las claves secretas de la venezolanidad o de cualquier otro tipo son, sin embargo, pocas. La voluntad dominante en sus cortos es de la comunicación, en lo que lo emocional tiene un papel importante. Lo que quiere decir con la mayoría de los recursos expresivos simbólicos es fuerte y claro en los cortos que refieren a su experiencia como migrante. Se les añade la reiterada aparición de palabras y frases dichas, o escritas y filmadas, que tienen un significado explícito. 

Cuando Alvarado juega con el sentido valiéndose de las letras o el sonido, las asociaciones suelen ser evidentes. De hecho, lo que puede sorprender es descubrir que sean tan obvias en el sonido, como ocurre con país-raíz en (2019). También es obvio el sentido de las ruinas de la puesta en escena de ese corto y la bandera de ningún país. Algo parecido sucede en el montaje. A los planos iniciales del campo, sigue en Trópico desvaído el dibujo de una casa en un papel que se enciende en fuego real, por ejemplo. Es una expresión contundente del sentimiento de pérdida.


Regional-nacional-global es otra tensión que marca sus filmes. Con relación a lo local, también la propiedad agropecuaria, lo que la vincula con una clase social a la que quizás ya no pertenece como migrante. Es entre estos polos que se da la búsqueda de la identidad y el territorio. La distingue del genus loci (espíritu local) que los cineastas del movimiento experimental del Super 8 venezolano de los setenta tomaron de la transvanguardia para afrontar la crisis de la identidad nacional, que se desdibujaba entonces por el vertiginoso incremento de la riqueza petrolera. 

La búsqueda identitaria de Alvarado en los cortos sobre la migración está vinculada con lo contrario, con el colapso económico del país por el agotamiento de otro boom petrolero. 
Yo me arriesgaría a poner también en relación con esto el protagonismo del tacto en las películas de Valentina Alvarado. Es nuestra conexión inmediata con el mundo y el que nos da la sensación constante de estar en él. También es una sensibilidad que recorre todo nuestro cuerpo. Pienso en lo que Alberto Elena decía de la necesidad de lo real que expresaba el cine de Abbas Kiarostami en el contexto de un país, Irán, desbordado por el discurso político-religioso del islamismo. 

Pero quizás la reinvención en los cortos de Alvarado también expresa la ilusión de autodeterminación individual que se forjó en el régimen democrático venezolano y que aún persiste. Es algo que mueve a la gente a buscar sus propias soluciones para llevar adelante su vida. Si no es enfrentando al régimen, es tratando de construir al margen o fuera del país, con una voluntad que impulsa a irse de cualquier manera. Lo mismo expresa ella al filmar sus manos: una voluntad de reconstruirse a sí misma y su territorio con el trabajo de la imagen y el sonido.

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