Combo15
Por Pablo Gamba
Con el estreno de Combo 15, Raúl Perrone llega a 24 películas presentadas en el BAFICI, según el cálculo de Agustín Masaedo en el catálogo del festival. En 2022 ganó el premio de la crítica de la competencia argentina por Sean eternxs (2022), en 2013 el de mejor director en la misma sección por P3nd3jo5 (2013) y en el lejano 2002 una mención honorífica en el renglón de largometraje por Late un corazón (2002).
Con una filmografía que supera los 60 títulos, Perrone es una figura legendaria del cine argentino y una de las más importantes en el ámbito latinoamericano desde los noventa, al que la Viennale, el festival de Viena, dedicó un foco en 2015. Comenzó en el cine de forma paralela a una exitosa carrera como caricaturista en un diario, y se ha dedicado a realizar películas no solo independientes sino también de producción local, trabajando en Ituzaingó, ciudad satélite del oeste del Conurbano (zona metropolitana) de Buenos Aires, donde nació y vive.
No está a mi alcance hacer un repaso de su filmografía, que no conozco en su totalidad, pero creo que puedo identificar ciclos significativos en ella. Uno es el de la que se conoce como Trilogía de Ituzaingó, con el que Perrone comenzó a hacerse notar por la crítica: Labios de churrasco (1994), Graciadió (1997) y 5 pal peso (1998). Son películas que se caracterizan por una apropiación del slacker, género que proviene del cine independiente estadounidense de los ochenta.
Otro ciclo es el de las películas con su difunto suegro, Nicéforo Galván: Late un corazón (2002), La mecha (2003) y La Navidad de Ofelia y Galván (2007). En ellas Perrone recupera el neorrealismo en general y la mirada de Vittorio de Sica en particular a las personas mayores.
En 2013 comenzó con P3nd3jo5 una serie que se ha extendido más de una década, hasta Combo15 inclusive. Son 17 películas, según mi cuenta, que excluye otras del mismo período. Una es la recuperación del esplendor que alcanzó el lenguaje cinematográfico en los últimos años del cine mudo, a finales de la década de los veinte del siglo pasado, con el expresionismo alemán, el impresionismo francés y la vanguardia soviética. También de la primera modernidad fílmica en el contexto de la segunda modernidad del cine, en la que se inscribe la obra de Perrone.
Aquí las apropiaciones son en particular de Pier Paolo Pasolini, con quien Perrone comparte tanto el interés por los personajes jóvenes como la experiencia de un catolicismo moderno y abierto, y del cine japonés ‒Kenji Mizoguchi en especial‒ en algunos títulos. Se expande la búsqueda de este ciclo a la literatura y la plástica. No excluye tampoco el diálogo con cineastas de la actualidad, como el Raya Martin de Independencia (Filipinas, 2009) en Favula (2014).
La otra característica es el empleo del medio digital como herramienta para volver a expresiones características de un cine en soporte fílmico y renovarlas, recurriendo para ello a tecnologías subestándar en términos de lo que se considera profesional en la industria. Es algo que hace Perrone desde que optó por el entonces aún llamado “video” en Labios de churrasco.
Esta larga introducción la hago para llegar a la pregunta que plantea Combo15: qué es lo que aporta la más reciente película de Perrone a la larga serie en la que se inscribe. En principio, se podría calificar de prejuiciosa esta interrogante, porque presupone el darwinismo estético que cuestiona el crítico de arte italiano Achille Bonito Oliva en defensa de las apropiaciones y el rescate de lo local de la hoy ya vieja posmodernidad. Pero los festivales de cine siguen buscando lo nuevo, y no deja de ser tampoco una aspiración a la que deban renunciar los cineastas.
Diría que lo nuevo de Combo15 en su ciclo está, por una parte, en el trabajo de la banda sonora, que es del mismo Perrone, según los créditos. Es el más intenso montaje sonoro que recuerdo haber escuchado en sus películas. Se aparta sobre todo del uso de la música como recurso narrativo, pero a la vez de goce formal por su efecto hipnótico, en particular en Favula. Aquí la música se integra al collage que es el sonido en su conjunto.
También destacaría en Combo15 el montaje visual con el que Perrone persigue la cohesión formal, en contrapunto con la fragmentación y dispersión narrativas. Construye para ello un ritmo de repeticiones, tensiones y relajamientos. Va de secuencias de intenso uso de los cortes y superposición de imágenes a escenas dialogadas, en las que la palabra regresa después de haber sido desplazada por subtítulos o una expresión verbal puramente sonora reproducida en reversa.
Al escucharlos hablar, los personajes principales, dos chicos y una chica adolescente que viven y se prostituyen en la calle, podrían recordar vagamente la Trilogía de Ituzaingó. Sin embargo, los desplazamientos de la joven en patines, la fotografía de un blanco y negro de alto contraste dominante, con partes en color, la distorsión óptica en los bordes y otros recursos para intervenir la imagen los ubican en un espacio que es una pequeña parte de Ituzaingó, pero transfigurada, lo mismo que el montaje crea un tiempo de los personajes en contrapunto con el de la ciudad.
Esa es la parte espectral, la poca realidad de la juventud marginada, precarizada y frágil de las películas de Raúl Perrone, cuya existencia es milagro cotidiano de un Dios que los ama, los sostiene y los perdona. Las imágenes cristianas vuelven a ser explícitas en Combo15, e implícitas en las citas de La pasión de Juana de Arco (1928), de Carl Theodor Dreyer. Hay incluso una batalla en el cielo, del bien contra el mal, no como la de la película homónima de Carlos Reygadas (2005) sino del Apocalipsis, el fin de los tiempos en un microcosmos de pequeños comercios y prostitución, aunque pueda tener el aspecto de sector acogedor para la clase media.
Más que esta búsqueda de renovarse, sin embargo, yo repararía en la insistencia en lo mismo. Durante más de una década de continuo y profundo deterioro social en Argentina, estas películas no han dejado de llamar la atención poéticamente hacia personajes en los que eso se hace patente de un modo agudo, jóvenes cuya belleza encuentra Perrone, y que viven y gozan, pero sufren y pueden transformarse en fantasmas a plena luz del día. Lo hace con la mirada de un cine de esplendor eterno que resucita como por milagro de Dios y una tecnología pobre, y que los sostiene en sus imágenes precarias, reclamando amor y caridad al que sepa ver y escuchar.
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