Con los pies en la tierra y Voy y vuelvo

 

Por Pablo Gamba 

Una de las dos “retrospectivas del presente” que integran la programación del BAFICI está dedicada a Cristián Sánchez. El nombre de la sección parece una paradoja, pero no lo es por tratarse de cineastas que han rodado dos o más películas en el período que las hace elegibles para el festival y son realizadores con una trayectoria que respalda también su selección. 

Los dos largometrajes de Sánchez son Con los pies en la tierra (Chile, 2024), que se estrena en el festival de Buenos Aires, y Voy y vuelvo (Chile, 2023), que se estrenó en el Festival de Valdivia. En 2021 estuvieron otras dos películas suyas en la competencia americana del BAFICI: La promesa del retorno (Chile, 2020) y Date una vuelta en el aire (Chile, 2020). Antes había presentado otra mas: Tiempos malos (Chile, 2013).

Sánchez es una de las figuras más importantes del cine chileno, aunque no sea tan conocido como los directores de películas de mayor escala por lo que respecta a la producción. Sus primeros trabajos se remontan al gobierno de Salvador Allende, derrocado por el golpe de Estado de 1973, e incluyen tres largometrajes que se estrenaron durante la dictadura de Augusto Pinochet. Esa circunstancia limitó su difusión también por la situación del país y las expectativas en torno al cine, puesto que lo dominante en ellas no es un sentido político explícito ni alegórico, aunque hay algunos detalles que hacen referencia crítica al régimen en esas películas. 

La obra de Cristián Sánchez se destaca por su intento de continuar el proyecto de la vanguardia surrealista, que el cineasta considera inacabado. Una referencia cinematográfica fundamental es, en este sentido, Luis Buñuel. Es fuente de inspiración, pero también punto de partida para expandir su búsqueda hacia lo que Sánchez llama “desfondar el realismo”, explorando conexiones que se extienden del inconsciente hacia las mitologías europeas y originarias de América, así como también hacia los vínculos del ser humano con el mundo animal.


 Con los pies en la tierra

Estilísticamente, sus películas desestabilizan la representación realista, al igual que la propia de los géneros cinematográficos. Entre los recursos que ha empleado con este fin están la puesta en tensión de las narrativas genéricas con abundancia de citas eruditas de la filosofía, la literatura y el arte, siempre en tensión con una manera de hablar característicamente chilena hasta cuando se leen textos, y un singular trabajo con el sonido que expande el espacio dentro y fuera de cuadro hacia otras dimensiones misteriosas, como la que crea en particular con los ruidos de animales. 

Los libros circulan entre los personajes humildes, populares, comunes y corrientes de las películas de Cristián Sánchez. Disfrutan del arte, además, y esa experiencia y otras de alguna manera los transforman. Es una manera de continuar el programa surrealista de cambiar la vida. Pero el hecho de que hay delincuentes que también en leen en su cine es una revelación sintomática de que no basta para que eso repercuta en otro tipo de cambios, sociales. 

La obra de Sánchez ha experimentado una radicalización estética reciente. El peso que el realismo aún tenía en sus películas hasta Tiempos malos lo superó con el giro que dio en La promesa del retorno y Date una vuelta en el aire. Pero se percibe otro cambio de rumbo en las dos películas que presenta en el BAFICI, marcado por el modo de producción de aún más bajísimo presupuesto. En el caso de Con los pies en la tierra, además, por una realización que respondió a un encargo, dijo el cineasta cuando la presentó en su primera función del festival.


 Con los pies en la tierra

El subgénero del que Sánchez se apropia en su estreno del BAFICI porque los productores se lo pidieron es el de las películas de zombis. Naturalmente esto se presta para un juego con el motivo de la muerte en la ficción que se hace extensivo a Voy y vuelvo con más vuelo que aquí. El título, Con los pies en la tierra, resulta una ironía involuntaria en este sentido. El cine de muertos vivientes se conjuga con dificultad en esta película con las citas culteranas que son características de su cine. Lo mismo ocurre con las referencias al mundo animal y a las culturas ancestrales. 

Otro problema es la autorreferencialidad. No funciona bien cuando las películas no son familiares para el espectador, como es aquí el caso. Sánchez actúa por primera vez en Con los pies en la tierra. Se interpreta a sí mismo, pero lo que esto significa solo se entendería bien sabiendo de su relación con el difunto actor Andrés Quintana, que trabajó en sus películas Vías paralelas (Chile, 1975), codirigida por Sergio Navarro, El zapato chino (Chile, 1978), Los deseos concebidos (Chile, 1982) y El otro round (Chile, 1984), por ejemplo. Lo mismo ocurre con el regreso en esta película de los personajes inmigrantes en Chile de La promesa del retorno y la adolescente Marlene de El zapato chino, entre otros más, quizás, que yo mismo no pude identificar. 

Más lúcida es la manera como el canibalismo de los muertos vivientes se trasciende como un motivo referido al cine en el uso extenso de la repetición simple o con alguna variación. Es como si Con los pies en la tierra se nutriera de su propia “carne” fílmica igual que los zombis. Encuentro en esto lo mejor de la película en tanto parodia, no de un subgénero en particular sino del cine genérico reiterativo en general, así como también una manera inteligente de sortear las limitaciones de la producción. Repitiéndolos se completa un largometraje con menos planos.


 Voy y vuelvo

Si Con los pies en la tierra no deja de evidenciar la fuerza del encargo, Voy y vuelvo es completamente distinta y, sin embargo, surrealistamente parecida. No es algo forzado sino un tour de force. Se trata de una película que fue rodada entera en la que parece ser una habitación, en una casa y que funciona como una brillante sinécdoque del espacio análogo de la celda, emblemático del género del que se apropia aquí Sánchez: el drama carcelario. Esto aproxima Voy y vuelvo a Tiempos malos, en la que la apropiación es del género del drama criminal. En ambas hay una parodia crítica feroz de un tema que explotan las películas y las series: la marginalidad, la violencia y el narcotráfico de América Latina como espectáculo pornomiserabilista. 

La cárcel es sobre todo aquí la prisión mental de los géneros, los encierros de la imaginación por sus crímenes contra la industria audiovisual, sus violaciones del régimen de las ficciones hegemónicas. También del estilo documentalista que cultiva el cine de arte, con la participación de un personaje documentalista que busca lo real con la ayuda de una psíquica. El drama carcelario se expande en múltiples direcciones delirantes en Voy y vuelvo, hacia el encuentro con obras literarias de Franz Kafka, Fiódor Dostoievski, Herman Melville y Jorge Luis Borges, el teatro y la filosofía, buscando la conexión con el público con el humor y el habla popular. 

El tour de force es en particular el trabajo de Sánchez con el espacio fuera de campo, debido al rodaje en un lugar de dimensiones tan estrechas que hacen imposible cualquier representación que se base en la verosimilitud realista ni en la propia de los géneros cinematográficos. Voy y vuelvo se presenta así, en particular, como un desarrollo de aspectos de Date una vuelta en el aire, película que Sánchez describe como “aérea” en una entrevista publicada en Los Experimentos.


 Voy y vuelvo

El juego con lo que se ve y se escucha, incluido el constante ruido de fabricación de cuchillos fuera de campo, se extiende a la identidad de los personajes, que pueden cambiar de una escena a otra aunque sean interpretados por los mismos actores. La película llama así la atención cómicamente sobre la performatividad de las identidades, y quisiera destacar por antixenofóbico el tratamiento de los personajes inmigrantes, como ocurre también en La promesa del retorno

Voy y vuelvo también lleva a un grado de mayor profundidad la pregunta por la materialidad del cine con referencia a la aparente inmaterialidad de la palabra de la literatura y el teatro de la que se apropia Cristián Sánchez. Es el corazón de la apuesta riesgosa, porque es una película que en todo momento está desmaterializándose, disolviéndose en el aire, como si aquello de lo que está hecha fuera menos de este mundo que de otros. Abre la puerta así al sueño de un cine del futuro hecho con esta materia paranormal y no con los recursos “normales”, materiales, humanos o financieros, ni siquiera con la materia fílmica con la que nos deleita el cine experimental.

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