Corazón embalsamado

 

Por Pablo Gamba 

En la sección de óperas primas del BAFICI estuvo Corazón embalsamado (Argentina, 2024), de Julieta Seco, que se estrenó en el festival Punto de Vista de Pamplona, España. Seco es una cineasta que se formó en el videoarte y el cine experimental, y ha desarrollado una carrera como montajista de películas como Esquirlas (Natalia Garayalde, Argentina, 2020); Solo la Luna comprenderá (Kim Torres, Costa Rica-Estados Unidos, 2023), y Lumbrensueño (José Pablo Escamilla, México, 2023), entre otras, las dos ultimas comentadas en Los Experimentos.

Corazón embalsamado es un acercamiento experimental a la memoria de una niña que creció en Catamarca. Es una provincia del Noroeste argentino del que es parte la Salta de las películas de Lucrecia Martel La ciénaga (2001), La niña santa (2004) y La mujer sin cabeza (2008). 

Esto impacta desde el comienzo por el material de archivo sobre una celebración religiosa. Se desarrolla en los años noventa, con Argentina en democracia, pero puede ser descrita con los adjetivos que se usan para calificar a la dictadura de 1976-1983: eclesiástica-cívica-militar. Se ven allí uniformados que exhiben orgullosamente sus ametralladoras y niños que hacen filas que parecen menos de alumnos que de soldados.

Lo local, sin embargo, es sobre todo una atmósfera. Se hace tangible en detalles como el corazón embalsamado de Mamerto Esquiú ‒fraile y obispo que es una figura de la historia política argentina‒, y una sequía real y simbólica. 

La cineasta citó como referencias las películas de Su Friedrich y Sadie Benning en el diálogo con el público después de la proyección a la que asistí. El modo en que está conformada Corazón embalsamado, con segmentos separados por intertítulos, me hace pensar en Sink or Swim (Estados Unidos, 1990), de Friedrich, igual que la relación entre la imagen y la voz. 

La sucesión de las partes no conforma una narración. Por tanto, la película tiene menos de autobiografía que de autorretrato, entre la infancia y la adolescencia, del personaje de la realizadora, a la que vemos reflejada con la cámara en un plano. 

Hay, sin embargo, un desarrollo de la atmósfera y de la forma fílmica que va de la sequía a la lluvia, y de la imagen borrosa a los planos diáfanos y amplios de exteriores del final, respectivamente. Lo primero trae a colación un tiempo, el de la naturaleza, que no solo atraviesa el clima sino también al personaje del autorretrato. Plantea una pregunta por el orden que bendice la religión y que no cambia, mientras que en el orden natural sí hay transformaciones.


La voz en over puede hacer pensar en un diario, pero el fechado automático de los videos del archivo por las cámaras no funciona como el equivalente de las entradas en un texto de ese tipo. Aunque las partes están numeradas, una repetición altera tanto la secuencia como el círculo que los capítulos forman siguiendo una figura que los presenta como las cuentas de un rosario. 

Más reveladora es, para mí, la construcción del “espacio” de la memoria. La dominante es el contrapunto entre los planos detalle de la mirada del personaje y el material de archivo. También entra en juego la relación entre el texto verbal y la imagen, que no es de paralelismo. Siempre hay un intersticio que invita la participación de las espectadoras y los espectadores. 

Escribí “espacio” porque la memoria tiene una materialidad aquí. Seco aprovecha la baja resolución de los videos que grabó y el deterioro del material de archivo, que no descarta por esta razón, para construir una mirada subjetiva desintegrada por el olvido, por momentos velada y que se dispersa también como una visión táctil que explora diversas superficies. 

Esto da profundidad a la complejidad con la que se presentan los recuerdos, a la misteriosa densidad propia de la memoria. Tiene como correlato la exploración de otros misterios por el personaje que habla, los del ambiente en que crece, los de su cuerpo y su sexualidad, los de un espacio en el que dominan los varones, fuera y dentro de la casa. 

Corazón embalsamado encuentra así un lugar propio en el amplio panorama del cine argentino actual del archivo y la memoria. Frente a películas que se han destacado por la capacidad de trabajar con el material recuperado para sacar a la luz aspectos oscuros del pasado, o revelar lo que se ha querido ocultar ‒de lo que son ejemplos notables El silencio es un cuerpo que cae (Agustina Comedi, 2017) o la misma Esquirlas que montó Seco‒ la lucidez de esta película es otra. Ahonda en lo confuso y lo borroso a la búsqueda de lo insondable que también puede haber donde se encuentra verdad. 

Me refiero al plano con ametralladoras que cité al comienzo, por ejemplo, o al dominio de los varones sobre el mundo de esta película, que se hace visible en los videos de rugby, los afiches de Pamela Anderson, las revistas pornográficas... En los intersticios de Corazón embalsamado hallamos la claridad sumergida siempre en la turbiedad de la memoria, por lo que es una película sobre la dificultad para entender algunas cosas cuando se nos presentan en la vida y también, por tanto, sobre la ironía que puede haber en la lucidez cuando se refiere al pasado.

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