El placer es mío

 

Por Pablo Gamba 

Uno de los dos largometrajes argentinos en la competencia internacional del BAFICI este año es El placer es mío (2024), ópera prima de Sacha Amaral, cineasta nacido en Brasil que estudió, vive y trabaja en Argentina. Fue el guionista de Adiós entusiasmo (2017), película de otro extranjero que hace cine en este país ‒y que actúa en un papel secundario en El placer es mío‒, Vladimir Durán, ganadora de la Competencia Vanguardia y Género del festival de Buenos Aires. Amaral ha dirigido, además, tres cortos. Uno de ellos, Billy Boy (Argentina, 2021), se estrenó en la Cinéfondation del Festival de Cannes. Con Grandes son los desiertos (Argentina, 2019) estuvo en el BAFICI y en el Festifreak de La Plata. 

La función de estreno de El placer es mío fue en la inmensa sala Leonardo Favio del Cine Gaumont, uno de los más queridos por la cinefilia de Buenos Aires. Se dio el mismo día que el gobierno de Javier Milei puso en práctica la medida de cierre del Instituto de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA) con el pretexto de una “reorganización” que comprende el desmantelamiento del área de fomento. También cerró los cines del INCAA, como el Gaumont, que solo seguirá pasando las películas del festival. Lo calificón de “censura” y “abismo” el director del BAFICI, Javier Porta Fouz. Rompió su silencio frente a las políticas contra el cine en la presentación, donde leyeron una declaración más explícita trabajadores del festival. 

El título de El placer es mío hace referencia a La venganza es mía (Shoei Imamura, Japón, 1979). El protagonista de la película de Amaral no es un asesino en serie, pero sí otro tipo de depredador, un vendedor de marihuana y gigoló, que sobrevive de aprovecharse de los demás manipulando sus sentimientos y sus deseos sexuales para robarles todo lo que puede. Amaral, también guionista, demuestra maestría para darles profundidad a los cruces, más que relaciones, de Antonio con los otros. 


Una característica del relato es el escamoteo de partes claves, en particular referidas a los encuentros sexuales. Se hace patente desde el comienzo como una clave para el espectador acerca de que ese aspecto de las relaciones no es lo que más interesa en la historia, aunque Antonio pueda disfrutarlo, sino la dependencia que se crea en torno a eso. Lo mismo ocurre con los mensajes de WhatsApp dirigidos a él que se escuchan sobre limbo negro, como si las palabras de quienes lo llaman cayeran en la nada. No hay comunicación posible de sentimientos con alguien como Antonio. 

El director ha citado como referencia Rebeldes del dios neón (Taiwán, 1992). Hay mucho también de la deriva de los personajes del director de esa película, Tsai Ming-liang, en el Antonio de El placer es mío, que no tiene lugar ni tiempo para dormir, que a veces anda en moto por la calle y que recorre una diversidad de departamentos y edificios con los que la película describe la Buenos Aires de una vida automarginada y precaria que refiere también a un tipo de individualismo característico de la actualidad. 

Hay algo la venganza del título de Imamura en cómo Antonio afronta el mundo. Incluye, a mi manera de ver, su decisión de no trabajar, como si viera claramente en las “changas” que le ofrecen la estafa de poca monta que son frente a la posibilidad más placentera y provechosa de engañar a los demás. Es algo que trae también a colación la decisión de retirarse de la escuela del personaje principal de Rebeldes del dios neón. El otro pilar de la película es, por tanto, la actuación de Max Suen en el rol protagónico, por cómo transmite la tensión que hay entre Antonio y todo lo que lo rodea. 

La película plantea, en este sentido, un diálogo irónico con el amor idealizado de las canciones populares. Cita el vals “En un pueblito español”, de Carlos Gardel, como si fuera de otro continente, además de otro tiempo, ese amor, no de Argentina ni Latinoamérica, periféricas aún más hoy. Esto tiene como correlato, además, una cita fílmica, de El ruiseñor de las cumbres (España, 1958), película del cantante Joselito dirigida por Antonio del Amo.

Hay algo de clásico en el paralelismo entre la desestabilización de la cámara y las oscuridades de la iluminación, por lo que tienen de correlato visual con el estado emocional y el modo de actuar del protagonista. Pero Amaral se aparta de esp en su rechazo de la historia trágica moralizante, lo que lo inscribe en la modernidad del cine y en el marco de la renovación incesante del nuevo cine argentino de los noventa, en particular por la mirada al personaje tal cual es, sin juicio ni sanción. 


El placer es mío, sin embargo, no deja de ser por eso una película dirigida a un público amplio, objetivo hacia el que la encamina su adquisición por un agente de ventas en el marco de su estreno en el BAFICI. Es cine argentino del que, aún sin fondos de producción del INCAA, se levanta sobre la calidad profesional que solo puede alcanzarse en el marco de una industria fomentada por el Estado y que funciona como base y “medio ambiente” que hace posible también los proyectos independientes de bajo presupuesto. No es el único cine nacional posible ni deseable, ni las películas que más me gustan, pero es una realidad cultural y económica. 

Esto me lleva de vuelta al conflicto del Antonio de esta película con la sociedad, al secreto deseo de venganza que puede haber en él, como dije. El placer es mío, aunque no sea una obra de contenido social ni político explícito, capta con escalofriante lucidez una manera de ser que quizás haya que vincular con las transformaciones profundas que ha experimentado Argentina. 

Ver a los demás como medios para los propios fines, aunque apenas vayan más allá de la supervivencia y la búsqueda del placer inmediato; el engaño como relación con los demás... Aun frente a los vagos destellos de lo que llamamos “humanidad” en la historia, son síntomas que encuentro estrechamente relacionados con la medida irracional, desde una perspectiva economicista, de cerrar el INCAA, pero motivada por un oscuro resentimiento y odio social que se hicieron mayoritarios. En Antonio podemos ver un personaje que tiene mucho de eso, al que la película nos hace contemplar sin inducir juicio. Quizás por eso temen y odian tan profundamente del cine, no solo porque muestra lo que para algunos no debe ser parte del mundo sino por esa mirada reveladora, aunque ni siquiera sea crítica, con la que puede confrontarlos con su verdad.

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