Avalancha

 

Por Pablo Gamba 

En la competencia internacional de la Documenta Madrid estuvo Avalancha (Colombia, 2023). El cortometraje dirigido por Daniel Cortés se estrenó en el IDFA, en Amsterdam, y pasó después en su recorrido por Punto de Vista, en Pamplona, y en la Muestra Documental de Bogotá. 

Avalancha es un complination film, una película de montaje que relata una historia de la violencia en Colombia siguiendo manifestaciones y otras movilizaciones causadas por asesinatos y masacres. Su trabajo con el material de archivo tiene como referencia en el cine actual a Sergei Loznitsa. Se distancia del cineasta ucraniano, sin embargo, en lo que respecta al trabajo con el sonido, uno de los aspectos centrales de la obra del realizador de Historia natural de la destrucción (Alemania-Lituania-Países Bajos, 2022) y Funeral de Estado (Países Bajos-Lituania, 2019), entre otras películas. 

En vez de traer las imágenes del pasado al presente recreando en el estudio ruidos que las acompañan, en el corto colombiano la relación dominante imagen-sonido es asociativa. La música y el ruido se conjugan en la banda sonora para crear el alud del título, metáfora de la movilización de las masas. Claramente, solo se escucha una voz. En su contexto sonoro da la impresión, entonces, de que su regreso del pasado es como el de los muertos que se levantaran de la tierra, el barro y las piedras que se deslizan a todo lo largo de la película, con un testimonio que desborda el sentido literal de la denuncia, y el sentido común también, en su afirmación de la mentira de la muerte junto al ataúd de una de las víctimas de la violencia. 

Visualmente, la avalancha es de la gente que colma las calles. Hay un estallido de violencia que hace pensar que la multitud se agita, entra en movimiento y rompe como una ola; choca también con la represión y desborda las ciudades, marchando por carreteras, formando columnas guerrilleras y en los convoyes de camiones o las lanchas que abordan los que tratan de huir, con lo poco pueden llevar, de quienes los persiguen. 

Al comienzo se identifican en la multitud carteles que hacen referencia a la masacre de las bananeras de 1928 y al asesinato de un estudiante al año siguiente, en vísperas de la crisis de 1930 y el fin de 44 años de gobierno del Partido Conservador. Están las inevitables imágenes del “Bogotazo”, expresión de la ira del pueblo por el magnicidio del líder liberal Jorge Eliécer Gaitán, con el que se hizo más profundo el sentido de la palabra con la que se identifica el período entre las décadas de los veinte y los sesenta en ese país, la Violencia, pero que solo es una entre otras épocas análogas. 


La avalancha es también una historia que se desliza por una diversidad palpable de los soportes de las imágenes, desde el cine silente, haciendo notar la variación en la velocidad de la película, hasta los cristalinos registros digitales de la actualidad. Atraviesan también las multitudes imágenes en color fílmicas y de video analógico, acompañando los cambios que históricamente se han dado en las maneras de manifestar la protesta. De este modo, la historia de la violencia en Colombia no se cuenta sino que mayormente se hace sentir en el cortometraje. 

En la representación del pueblo en Avalancha, sin embargo, se lee algo significativo. El paradigma podría ser Sergei Eisenstein, en particular Octubre (1927), por la distribución democrática del tiempo de presencia en el plano de los dirigentes y la gente común, que es la que hace la historia. Es una impugnación de la concepción patronal que asigna los hechos a los líderes conductores como al empresario la propiedad de la producción. Aquí se hace justicia a los personajes anónimos en las crónicas oficiales con el reconocimiento del dolor que expresaron sus rostros o del aporte que hacen con su creatividad a la manera como hoy se manifiesta. 

Significativamente también, el único personaje que da voz a las multitudes es un indígena. Pero se lo escucha primero fuera de cuadro, en over. Cuando por fin lo vemos, es en un plano general. Sus palabras no pueden asociarse a un rostro puesto que hablan por todos. Esto significa aquí que sus palabras son de personas muy diferentes, además, un colectivo cuya representación sigue en esto otro modelo de Eisenstein: el pueblo de las escalinatas de Odessa en El acorazado Potemkin (1924), tanto por la diversidad que se aprecia en su seno como por el contraste con la uniformidad de los que reprimen. La semejanza de la policía de Avalancha con la guardia zarista de la película soviética es también significativa. 

Esta no es una película sembrada de cadáveres, aunque en cierto modo la realidad de Colombia sea esa desde comienzos del siglo XX. Avalancha no trata de la muerte, a pesar de la reiteración del motivo del ataúd acompañado por la multitud en su recorrido o llevado a hombros por ella. Trata de la vida que se lanza a protestar en defensa propia, a tomar las armas incluso, aunque también a escapar. Pero no hay una dialéctica que a partir del choque de las imágenes oriente el impulso hacia la esperanza de un cambio político y social. 

La metáfora del título resulta, entonces, contradictoria, en lo que encuentro un síntoma de la atmósfera enrarecida que se respira en la actualidad. Las avalanchas son fenómenos geológicos. Se trasciende con esto el dolor individual humano, pero dándole a su profundidad una dimensión telúrica. Aunque al comienzo hay alusión explícita a las bananeras y, por ende, a la explotación de los trabajadores, y está la guerrilla con una razón de ser, la última parte enmarca claramente la película en un contexto de lucha por la paz y la justicia, y el castigo a los violadores de los derechos humanos, como corresponde a la democracia liberal y su economía capitalista, que triunfaron en el mundo en los noventa. Los carteles que recuerdan a la United Fruit Company asesina, sin embargo, advierten que la masacre es otra faceta del mismo orden social.

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