Notas para el futuro y Malestar transatlántico
Por Pablo Gamba
El impulso de archivo, identificado hace 20 años como tendencia del arte por Hal Foster, sigue expresándose en proyectos institucionales que para los y las cineastas de América Latina son experiencias de formación y oportunidades de hacer películas. Es el caso de Karin Cuyul y Diego Murillo en Notas para el futuro (Chile, 2023) y Malestar transatlántico (Venezuela-Suiza, 2023), respectivamente. Ambos cortos fueron parte del festival Habitar el Cine en Caracas.
Cuyul es realizadora también de Historia de mi nombre (Chile-Brasil, 2019), largometraje autobiográfico que recibió una mención especial en la competencia Bright Future de Rotterdam y, entre otros festivales, estuvo en Valdivia. Allí se estrenó Notas para el futuro.
El proyecto del cortometraje participó en el taller de cine de archivo Anticoagulante del festival chileno Aricadoc en 2021 y se hizo a partir de material en 8 mm de Filmoteca.cl, que se dedica al rescate de cine familiar y amateur en Chile. Es metraje en el que vemos mujeres en diversas situaciones de la vida cotidiana y momentos de un pasado que podría situarse con referencia a la disponibilidad de cámaras y película en color para uso doméstico.
Hay en Notas para el futuro una mirada al material de archivo que tiene como correlato una puesta de relieve del formato fílmico de una manera habitual en el cine experimental, encuadrándolo de forma tal que se hacen visibles el fotograma, las perforaciones y parte de los fotogramas adyacentes. El pasado que parece cobrar vida en las imágenes en movimiento queda claramente enmarcado así con referencia al soporte, lo que crea dos capas de tiempo, esa y la del escaneo digital de las películas. Esto interfiere en la impresión de viaje a otra época que podría producir el material si se lo reprodujera del modo habitual, cubriendo toda la pantalla.
También hay un contrapunto entre el pasado de las imágenes y el presente del personaje de la realizadora y tres amigas. Ellas le envían mensajes de voz que se reproducen en la banda sonora junto con la voice over de Cuyul. A esta capa de presente se le añade otra, en texto en pantalla, que conforma la débil línea narrativa de la película. Es un recuento de menstruaciones con la correspondiente descripción de su desarrollo. El tiempo allí es del cuerpo.
La dominante es la voz de la Karin Cuyul del corto, que reflexiona a partir de la noticia de la muerte de su abuela. La lleva a pensar en lo poco que la conoció. Su realidad como mujer se le ocultaba tras el estereotipo femenino que descarta el deseo, y la posibilidad de una vida sexual después de cierta edad, y de haber sido madre con hijos y nietos, a pesar de la evidencia contraria de que la abuela se separó de su marido. Es algo que por lo menos evidencia insatisfacción con el rol de esposa.
La referencia en la voz a la abuela lleva por hábito a buscar su personaje en el material de archivo que se despliega en la pantalla, aunque no hay registro ninguno de ella en la película. Vemos allí, en cambio, otras mujeres cuya diversidad también construye tiempos distintos. Asociamos al pasado a las que bailan una danza tradicional con hombres y a una campesina, y al presente de entones a las que tienen el aspecto de mujeres modernas. También la abuela se presenta como adelantada a su época, aunque no sepamos fechas, por su decisión de separarse.
El meollo de esta película es la relación entre estos barruntos de futuro y lo que a la vez percibimos con un sentido contrario en algunas imágenes, por lo que respecta a la persistencia de los roles tradicionales. En el sonido también, en las cuitas amorosas de dos de las amigas, que encuentran correlatos sutiles en el material filmado, y en las anécdotas del personaje de Cuyul sobre la cotidianidad y violencia del abuso sexual, que le fue cercano en su infancia y del que le siguen llegando noticias terribles en el presente.
Pero la narradora de Notas para el futuro también podría tener una alter ego en la imagen. Es la enfermera que aborda una avioneta con una cruz roja en la cola y que despega de una pista de tierra rural. Cuyul dice que ha tomado la decisión análoga de hacer de su vida un continuo estar lista para giros imprevistos, rupturas y partidas sin otra compañía que su mascota, una perrita. Quiere estar siempre a punto para el despegue de donde esté, renunciando a los roles tradicionales de esposa y madre.
Hay una parte en la que el personaje de la cineasta relata un sueño y una de las amigas le cuenta otro sueño. Es otra manera de partir del mundo, pero también de aterrizar en él: la narradora hace una descripción detallada de la sensación que suele invadirla al despertar, de no saber dónde está, como si no reconociera el mundo al que regresa del sueño. Es una poderosa sensación de volver al aquí y ahora, y por ende de la continuación de la vida como si fuera siempre un comienzo de historia.
Esto podría referir al existencialismo e incluso a la generación beat, entre otras mitologías que cultiva el tipo de público al que pertenezco. Pero los referentes de la película son de la cultura popular, de la televisión y la radio. Uno es el personaje de Olguita Marina en la telenovela chilena Sucupira (1996), que de vez en cuando en su pueblo se sentía ahogada, en un sentido literal de no poder respirar, y partía por temporadas dejando a su marido farmacéutico. La otra es “Barre con el pelo”, de Tomasa del Real, para el que encuentra en el archivo chicas que parecen haber querido bailar el reguetón del futuro en el pasado.
Hay en esta película, en síntesis, una expresión moderna de identidad individual femenina que se confronta con el pasado de otros y el presente propio para lanzarse hacia el futuro, aun siendo desconocido. Responde a un deseo de invención y búsqueda, de ruptura y desplazamiento, algo no realizado por las mujers de las películas aunque haya indicio en algunas de deseos análogos. Se enfrenta con la prolongación del pasado en la tradición y el origen familiar de los cineastas que se encuentran a sí mismos en los materiales de archivo, como Andrés Di Tella, por ejemplo.
En Malestar transatlántico encontramos una actitud confrontativa como la de Notas para el futuro, pero con una rebeldía que se dirige contra las instituciones que imponen la práctica del cine de archivo al dar materiales y fondos para que se hagan estas películas. La irreverencia es ácida en el corto de Diego Murillo y la vincularía con su realización en un taller con el cineasta al que considero más representativo de la actualidad, Radu Jude, en la Locarno Spring Academy.
Malestar transatlántico se estrenó en el festival que aceptó a Murillo como participante en su “academia de primavera”. Aunque se trataba de usar material de archivo suizo, el cineasta venezolano inventó la manera de adaptarlo al tema que lo persigue y que es la diáspora de la que es parte. Lo ha trabajado de un modo que se destaca por su alejamiento de los tópicos del cine sobre migrantes, por ejemplo, en Antílope (Estados Unidos-Venezuela, 2020), un corto de cine fantástico que fue seleccionado para el Festival de Sitges, y como ensayo en Tal vez el infierno sea blanco (Venezuela, 2021), que estuvo en Lima Alterna y en la muestra Cruzar la frontera hacia adentro que presentó Los Experimentos en Buenos Aires.
Apropiarse de tópicos de la ciencia ficción y recurrir a una historia ficticia para justificar el uso de las imágenes de archivo son lugares comunes del cine documental y ensayístico de hoy, y Diego Murillo recurre a ellos de un modo que parece irónicamente exagerado en Malestar trasatlántico. Usando intertítulos, crea una narrativa extravagante en la que el gobierno de la República Bolivariana de Venezuela envía al protagonista como agente a Suiza, con la misión de buscar material de archivo para una película que dicen que necesita hacer. Le sugieren que busque allí una esposa rubia para “mejorar la raza”, expresión emblemática del racismo venezolano.
Llegado a Locarno, el personaje enferma de una manera misteriosa pero vinculada con su procedencia del Sur. De modo que el viaje, el delirio por la fiebre, que insólitamente se torna erótico, la noticia de la muerte de Hugo Chávez, que aquí ocurre en 2033, y la consecuente orden de buscar en el país europeo un video de su nacimiento, son el impulso para un montaje de materiales que incluyen pornografía, en un supuesto video de las hijas e hijos del ministro de relaciones exteriores suizo. Es políticamente revelador que diga que no encuentra imágenes del presente de Venezuela en ese país, salvo las del “pueblo huérfano”, como lo describen con paternalismo en la cobertura de las manifestaciones de duelo por Chávez. Hay una parte, que no es de archivo, en la que Murillo evoca otros sentimientos: la tradición de amor-odio a Caracas.
Es una verdadera lástima que por la falta de una crítica de cine trascendente en Venezuela, y de conocimiento e interés por la obra de los cineastas venezolanos de la diáspora, no se haya valorado hasta ahora la irreverencia salvaje de Malestar transatlántico. Para mí, se destaca como un raro ejemplo por lo que respecta al coraje de llevar a la práctica la crítica a las instituciones europeas que no desinteresadamente patrocinan obras de cineastas del “Sur global”.
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