Por Laura Indira Guauque Socha
Barbitch (2024), primer largometraje del director y guionista colombiano Diego Fernando Cruz, es un documental realizado a propósito de “Barbie”, una mujer transgénero oriunda de Cali, Colombia, que luego de trabajar como modelo webcam viaja a España en búsqueda de mejores condiciones de vida. Estrenada el 27 de junio en salas nacionales, la película ‒grabada entre Colombia y España‒ me plantea una serie de inquietudes no solo en relación con la identidad como constructo personal y social en permanente desarrollo, sino también a propósito del cine como lugar de enunciación de diversas formas de interpretar la vida y el cine mismo. En este sentido, el presente texto busca indagar sobre la mirada de la película respecto de la identidad de género y por ende la condición humana, y su relación con el universo cinematográfico, específicamente en el ámbito documental. Lo que queda de este ejercicio no es nada más que la expansión de los interrogantes señalados.
Barbitch se inicia con un día de rodaje. Bárbara García recibe una llamada de un amigo al que le cuenta que están haciendo un documental sobre ella. Está feliz. El artificio queda registrado y se evidencia, de ahí en adelante, un vínculo entre director y protagonista. De hecho, durante cinco años ambos mantuvieron una relación frente a las cámaras y telefónicamente, en la que “Barbie” le permitió a Diego ‒su amigo de la cámara‒ registrar audiovisualmente su vida. Esta relación, que se evidencia en la pantalla, es también narrada por el director que, desde su voz personal, presenta la alteridad como un lugar de reflexión y aprendizaje. Es decir, a la historia de vida de esta mujer, que es documentada durante cinco años, se agrega un espacio para comentar ‒casi de forma fabulesca‒ las lecciones aprendidas luego de verla a ella tomar decisiones, luchar por sus sueños y romperse entre los prejuicios socioculturales y las nefastas condiciones económicas que adolecen ciertas poblaciones.
La mirada a ella, su cuerpo, su mundo y sus preguntas se hace explícita. El universo del trabajo webcam, el universo familiar y el universo más personal ‒el de los sueños y las transformaciones propias‒ son documentados sin ninguna pretensión de “censura”. Así, en la primera parte de la película, antes de que Bárbara tome la decisión de partir, vemos a una mujer trans que trabaja con su cuerpo, transforma su cuerpo, vive su cuerpo, mientras habla de su trabajo, de sus sueños, de su búsqueda identitaria y corporal, de sus frustraciones con las dinámicas socioculturales que la rodean, y de su deseo de partir para construir, lejos, un espacio más seguro y con mayores posibilidades para vivir. Su madre, su abuela, su hermana, mujeres con quienes convive, reconocen las condiciones de dificultad que sobrevive “Barbie”, hija, nieta, igual y diferente. Sus voces apoyan, hablan desde la ternura, pero también desde el miedo y el dolor.
En la segunda parte de la película, Bárbara está en Barcelona. Diego la contacta después de tiempo de ausencia. Contacta a su familia y decide viajar desde Colombia a encontrarse con ella y, según él, también a encontrarse a sí mismo. En este punto, la mirada documental toma nuevas formas. El sueño, las fotos en redes sociales, la expectativa de una vida más libre y en mejores condiciones ‒imágenes que responden al imaginario fantástico “afuera es mejor”‒ pronto se empiezan a desdibujar y en dimensiones catastróficas. Progresivamente el horror es revelado para ella: precarias condiciones laborales, experiencias indignas para quienes trabajan con su cuerpo, afectaciones en la salud mental, discriminación, consumo de sustancias, riesgos físicos y psicológicos, hacen parte del panorama de su caída, registrada con detenimiento.
¿Cómo retratar a otrx? En el caso específico del cine documental, que responde a las complejidades de una persona, un grupo de personas o un hecho/suceso particular, cuya historia se desea documentar, ¿cuáles son las posibilidades? Barbitch parece proponer en su inicio, casi a modo de manifiesto, la existencia de un vínculo entre quienes participan en la película, planteando una relación de interacción que desea ser horizontal. Hay un diálogo entre quien filma y quien es filmada. Sin embargo, y aun cuando permanece a lo largo de la película, la interacción parece ceder su espacio a una mirada obsevacional en la que el tratamiento se modifica y el retrato se deforma. Pasa de una aparente relación de iguales a mirar a esx otrx desde la distancia, desde la lupa, desde el lente que no tiene compasión.
En efecto, el retrato de Bárbara, una “Barbie perra”, plantea crudamente una mirada microscópica sobre el destino fatal de una mujer que, en su condición transgénero y de clase, es acribillada por la sociedad. La muñeca empoderada, afirmación a la que podría aludir el título de la obra, evidencia la distancia entre las realidades de muchxs, sus desafíos y dolores, y la construcción de discursos ideológicos, moralizantes y/o políticamente correctos. Ahora, si bien por un lado el testimonio de ella, la mujer en pantalla y fuera de esta, visibiliza el terreno pantanoso que atraviesan quienes se permiten cuestionar la identidad y asumirla en movimiento, afirmando su valentía y poder, por otro lado, el registro de su trasegar dicho camino revela la intimidad y el dolor desde un lugar tan personal y delicado que termina por percibirse como un espacio de contemplación de la miseria.
¿Para qué retratar a otrx? La dimensión histórica de las narrativas queer tiene que ver, precisamente, con las condiciones de resistencia y afirmación vital que originan la apropiación del término por parte de poblaciones que se distancian de la noción de género canonizada por la religión y el discurso biológico. En este sentido, las narrativas que se inscriben en este proceso ‒cuyas discusiones hacen parte hoy en día de la agenda global y en esa medida se han expandido y popularizado‒ se orientan principalmente hacia la afirmación de la diferencia y la resistencia como acción digna y vital, y la identidad de género como una decisión, una construcción móvil que dista de ser única y de estar acabada, la resignificación de ciertos elementos que han sido utilizados de forma violenta, y la generación de procesos dialógicos y de reflexión sobre la sociedad y la identidad, en permanente construcción.
Teniendo en cuenta lo anterior, cabría preguntarse ¿a qué responde el retrato de Bárbara?, ¿toma en consideración la construcción sociohistórica que antecede a estas narrativas?, ¿desde qué lugar se cuestiona quien enuncia?, ¿desde qué lugar quien enuncia cuestiona a quien filma?, ¿cómo cuestiona la película a quienes la observamos?, y finalmente, ¿cuándo el documental y su búsqueda de visibilizar y cuestionar las crudas realidades de otrxs, cruza la línea hacia una suerte de extractivismo del dolor ajeno? La voz del autor podría aclarar algunas intuiciones al respecto, pues, luego de ventilar la fatalidad de las experiencias de “Barbie”, él decide nuevamente ponerse en primer lugar y confesar su aprendizaje personal, como si se tratara de un “espectáculo ético”. La forma en que la obra pone de manifiesto las realidades queer no cabe en la moraleja del autor.
La escena final de la película reúne a autor y protagonista frente al mar, aludiendo a la figura de sirena que “Barbie” lleva tatuada en la piel, a modo de una culminación romántica y esperanzadora del doloroso retrato construido a lo largo del documental. Aquí, la obra nos deja un gesto de afirmación por parte de Bárbara, que se ríe al ver la importancia desmedida que Diego ‒su amigo que la filma‒ le otorga a los instrumentos del rodaje. En el momento en que una ola casi alcanza el micrófono y la voz de él ‒que deja entrever amplia preocupación‒ le solicita cuidado, ella se ríe de eso importante y entonces se burla de la película. Ese pequeño gesto me llevo, junto con las preguntas. Buena suerte a Bárbara.
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