Cigarras y Estirpe

 

Por Pablo Gamba 

En el Bogotá Experimental Film Festival, que incluye una programación online gratuita que se puede ver en el extranjero, se estrena Cigarras (Colombia, 2024), ópera prima como director de largometrajes de Nicolás Rivera. Se exhibe también Estirpe (Colombia, 2023), de Ana María Ferro y Daniela Ruiz, cortometraje que ha sido parte de la Muestra Internacional Documental de Bogotá (Midbo) y de Bogoshorts, entre otros festivales. 

Es raro encontrar hoy películas capaces de sorprender, y es el caso de Cigarras. Es un film que se inscribe en la producción latinoamericana reciente que presenta nuevas maneras de ver los barrios periféricos de las ciudades, en lo que la encuentro particularmente cercana al cine de César González en Argentina. En este caso, además, el barrio está un espacio sin solución de continuidad entre lo urbano y el ambiente natural, el bosque que se extiende más allá de donde llegan las viviendas en el cerro. 

Rivera recurre a los géneros, como lo ha hecho notablemente Adirley Queirós, cineasta de la periferia de Brasilia. Pero no es aquí la ciencia ficción que abre una perspectiva de futuro sino el musical y el mystery film, las películas en las que un detective investiga un crimen misterioso. Es un recurso correlativo de los dos mayores logros de esta película, que son construir una mirada desfamiliarizadora de este ambiente social y los personajes que son parte de él, con lo que llega incluso a darle un aspecto desconcertante que exige esfuerzo del espectador para entender. 

La película de Rivera se presenta así como un lúcido desafío de los estereotipos sobre la “marginalidad”, hecha de una manera que también la identifica como un cine periférico en tanto amateur, ubicado fuera de los márgenes que circunscriben no solo lo artístico sino también lo profesional. Esta es la resistencia más importante que es capaz de ofrecer Cigarras al espectador cultivado y que apunta contra la que puede ser su concepción, estereotipada también, de las películas “de arte” que vale la pena ver. 


Por algunos de los recursos con los que se expresa su irreverencia, Cigarras me hace pensar también en un conjunto de películas latinoamericanas a las que se rinde culto hoy en América Latina: el cinema marginal de finales de los años sesenta y comienzos de los setenta en Brasil. Digo esto en particular por la imagen abyecta que caracteriza a ese cine, según Fernão Ramos, aunque no por el horror que también lo identifica, según el crítico brasileño. A esto se añade aquí la presencia reiterada de los cuerpos desnudos en espacios que domésticos distintos de las habitaciones y los baños y al aire libre, los pocos diálogos y la expresión corporal de la danza. Esto igualmente me remite a las películas del también llamado undigrundi

Hay una escena con mierda, en Cigarras, y otra en la que un personaje orina con connotaciones sexuales. También cuerpos que se arrastran desnudos por el piso y que salen así al exterior de las viviendas. Otros desnudos que se cubren de barro en un cerro. Pero, sobre todo, vemos a los personajes interactuar con el espacio de maneras extrañas, en una rarísima escena en la que la escalinata que sube por el cerro y su entorno está invertida, pero ellos no, por ejemplo. Hay coreografías que interpretan, con y sin música de salsa, en las escaleras que suben a la que parece ser una pasarela de peatones, en un río o en parques dotados de aparatos para niños. 

El misterio que investiga el detective ‒acerca del cual hay que añadir que es ciego‒ es el de la desaparición de uno de los chicos que, junto con una joven, integran un trío de personajes principales. Pero el misterio desborda esta débil línea narrativa y se extiende a otra, que se desarrolla en una casa, con las otras protagonistas: una chica que quiere hacer una película, su madre y un personaje que parece que las amenaza desde la distancia y que es la misma joven bailando con un vestuario de fantasía en el bosque. 

La búsqueda de Cigarras podría sintetizarse citando el espejo roto, tirado junto con desechos, con el que termina la primera escena. En él se reflejan los personajes, al término de una carera cámara en mano por el cerro que introduce la mirada enrarecida. Yo interpretaría este plano como una metáfora de la experiencia que se propondrá al espectador, de romper con sus prejuicios, atreverse a mirar en lo que podría considerar basura y dejarse sorprender por el hallazgo de lo nuevo donde menos lo esperaba. 


Estirpe es una película que se inscribe entre los acercamientos a la memoria de un pasado traumático, como es en Colombia la larga guerra de los partidos Liberal y Conservador que se conoce como la Violencia. Se trata de la tarea terrible, pero necesaria, de hacer hablar a los muertos para que cuenten historias que el terror ha sepultado con ellos en el silencio nunca roto de los vivos, como la masacre que arrasó el pueblo de Yacopí en 1952. 

Hay en Estirpe un relato que se desarrolla fluidamente, con dos voces en over de personajes, uno invisible y el otro como una silueta negra, que conversan y se dirigen o se refieren a un tercero que vemos, pero que no dice nada. Las voces son del fantasma de una hija y una nieta viva, a través de la cual la otra habla, como si la joven fuera su médium. La tercera es la abuela, que ha cumplido la promesa hecha a la muerta de volver al lugar de la masacre, pero que nunca ha roto el silencio sobre la hija que perdió allí. 

El correlato visual del sonido es también una memoria rota. Hay partes que reimaginan simbólicamente la masacre, rodadas en soporte fílmico en blanco y negro intervenido, de un modo que ya es lugar común para expresar analogía espectral con la memoria. Incluyen un segmento bicanal, con dos imágenes en la pantalla, en la que parece una apropiación de las film performances experimentales. En contrapunto con estas imágenes están las de la actualidad, en digital, donde vemos al personaje silencioso. 

Los planos de la abuela establecen en Estirpe una evidente relación del pasado y el presente que de algún modo socava lo más poderoso de la pieza, que es la atmósfera de misterio terrible de la historia. Algo parecido ocurre cuando entre lo fílmico se incluyen imágenes de archivo y el diálogo con el fantasma deriva en relato que explica la masacre al espectador. 


Pero Estirpe no pierde por eso el interés que despierta como paradójica película testimonial de un testimonio imposible, y que por ende problematiza uno de los recursos más usados en el cine de la memoria. La atenuación de su fuerza misteriosa no invalida el intento de sumergirse en lo oscuro y lo terrible. Al menos por momentos intenta que lo sintamos de ese modo, y afrontemos la verdad de que la relación con aquello de lo que no se puede hablar puede requerir el auxilio de medios mágicos, como la comunicación con los fantasmas. A esta dimensión de lo real es que trata de ser fiel esta película con sus dispositivos de ficción en el documental.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Mitopoiesis de Tenochtitlán: ¡Aoquic iez in Mexico! / ¡Ya México no existirá más!

El auge del humano 3 y Solo la Luna comprenderá

La máquina de futuro