Los hiperbóreos

 

Por Pablo Gamba 

En la competencia latinoamericana de ficción del Festival de Lima está Los hiperbóreos (Chile, 2024), el segundo largometraje de Cristóbal León y Joaquín Cociña, que se estrenó en la Quincena de los Cineastas de Cannes. Su ópera prima, La casa lobo (Chile-Alemania, 2018), que recibió una distinción especial en el Festival de Annecy, es una de las mejores películas de animación que se han hecho en Latinoamérica en la historia y fue parte del ascenso de este cine en la región en la segunda década del siglo XXI. 

Ambos filmes tienen en común la importancia de la construcción del espacio en su forma de narrar. Hay en ella una transfiguración de nuestra percepción de lugares y objetos que podemos reconocer como de la vida cotidiana en alucinantes, porque todo se transforma y cobra vida en el movimiento que adquieren, junto con la cámara, con la animación. Es algo que refiere a lo fantástico como desestabilización de la experiencia natural del mundo por lo que parece sobrenatural, siguiendo la definición de Tzvetan Todorov. 

Esto ocurre, además, como resultado de una animación hecha con materiales que, por la producción artesanal, podemos identificar también en las figuras a las que dan forma y que se animan. Se extiende a ellos, así, la percepción delirante de lo real como un “collage móvil tridimensional”. Ana Fernández describió de esa manera la La casa lobo en La Fuga.


Los hiperbóreos, como la película anterior, recurre a lo fantástico para ventilar aspectos políticos oscuros del pasado de Chile. Sin embargo, hay significativas diferencias en las técnicas, el estilo y el tono. En primer lugar, es una película de títeres con los que interactúan actores. La protagonista está interpretada principalmente por una actriz, Antonia Giesen, y también participa Francisco Visceral, cuyo personaje es un heavy metal que impulsa con su locura el comienzo de la historia. En este sentido, Los hiperbóreos refiere a películas del animador checo Karel Zeman como El barón fantástico (1962), su versión de los cuentos del barón Munchausen.

La casa lobo tiene como referencia los cuentos de terror para niños y se destaca por la apropiación chilena del estilo de animación con muñecos y objetos del surrealista checo Jan Svankmajer, con el significativo añadido de dibujos animados que se despliegan en superficies como las paredes y que profundizan, así, las transformaciones del espacio. En Los hiperbóreos, León y Cociña se decantan por la comedia negra y la sátira, y se acercan también al cine de fantasía estilo bajo presupuesto de Michel Gondry, en películas como La ciencia del sueño (2006), a pesar de lo insólita que parezca la comparación. También hay un homenaje a Georges Méliès por lo que respecta al stop trick como origen de la magia de los efectos visuales. 

La película comienza relatando su propio rodaje, lo que ofrece un pretexto en la ficción para el modo de producción artesanal y su estética. En este caso se cuenta, además, la historia de la búsqueda de otra película cuyo material fue robado. Los directores, que se interpretan a sí mismos en la ficción como títeres macabros de palos y siniestras cabezas realistas que parecen de decapitados, atribuyen la autoría del guion a Miguel Serrano, insólito filósofo y ocultista nazi chileno, que es considerado una figura capital del esoterismo hitleriano. Era uno de los convencidos de que el führer no murió sino que escapó de Alemania y en 1945 se refugió en el territorio de la Antártida que reclama Chile. 

Otro personaje histórico de la película es Jaime Guzmán, político vinculado a la dictadura de Pinochet. Fue uno de los redactores de la cuestionada Constitución de 1980, aún vigente con modificaciones, que entre 2019 y 2023 se intentó sustituir, sin éxito, mediante proceso que comprendió una Constituyente, un Consejo Constitucional después y tres plebiscitos. 

La dictadura de Pinochet y la Alemania del nazismo establecen conexiones entre Los hiperbóreos y La casa lobo, así como las confrontan con la versión industrial Drácula del dictador en El Conde (Chile, 2023), de Pablo Larraín. La protagonista de La casa lobo es una niña que escapa de una comunidad. El referente histórico del cuento de terror es la Colonia Dignidad, fundada por alemanes en Chile y que estuvo bajo el poder de un pederasta. También operó allí uno de los centros de detención y tortura de “desaparecidos” del régimen cívico-militar.


Pero otra diferencia significativa es que no solo el espacio es cambiante en Los hiperbóreos sino también la historia, lo que permite ubicar esta película en el contexto de la búsqueda narrativa actual de un cine mutante en el que se explaya la capacidad de fabulación. Ejemplos emblemáticos recientes en América Latina son Trenque Lauquen (Argentina, 2022), de Laura Citarella, y Eureka (Argentina, 2023), de Lisandro Alonso, a los que se podría añadir Ramona (República Dominicana, 2023), de Victoria Linares Villegas. Hemos escrito notas sobre ellas en Los Experimentos

Se produce así en Los hiperbóreos una extensión de las transformaciones del espacio hacia la deriva entre diversos géneros cinematográficos. En consecuencia, el personaje de la psicóloga del comienzo se convierte en investigadora, en oficial de Carabineros y en damisela en apuros, en un relato que se desarrolla en un mundo de referentes reconocibles como históricos, aunque  transfigurados, pero también como teatro, documental, videojuego, film de serie B, etc. 

Ahora bien, esto es fascinante, pero también problemático. La cuestión es que la historia delirante cobra relieve por sí misma en Los hiperbóreos, debido a la complejidad de la trama, y con ella la importancia del guion, al que incluso hace referencia la historia en su parte reflexiva, lo convierte en tema. Esto conlleva una subordinación de la dirección de arte y la animación que no vemos en La casa lobo, donde el desbordamiento de los dibujos de las paredes al piso es parte de un rebasamiento mayor de su función narrativa. 

Por tanto, aunque Los hiperbóreos parece más subversiva en su humor político, hay algo en ella que la homologa al cine hegemónico que trata de captar al público porque le cuenta historias. Es por esto que es un ejemplo destacado del cine mutante latinoamericano actual, como indiqué, pero no una obra maestra de la animación, como el primer largo de León y Cociña.

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