Los ríos
Por Pablo Gamba
El Doc Buenos Aires confirió este año por primera vez el Premio a la Trayectoria. Recayó en Gustavo Fontán, a quien hemos descrito en Los Experimentos como una figura importante del cine argentino y latinoamericano actual cuya obra sigue sin tener la valoración que merece.
Este déficit de la crítica se debe a que a sus películas son difíciles de clasificar. Pueden entrar dentro de lo que se ha llamado “cine de flujo”, en particular por su rechazo a “la racionalización del mundo y la aprehensión intelectual de sus formas”, como escribe Isaac León Frías. Pero tienen referencias literarias fundamentales en poetas como Juan L. Ortiz, y en la narrativa de Juan José Saer y los textos de su pareja, Gloria Peirano, entre otros que, con el lenguaje de las palabras, inspiran en Fontán la búsqueda de la experiencia de abismamiento en la percepción que se puede alcanzar, por las vías sensoriales del cine, en el paisaje y en el espacio doméstico.
Más allá de eso, la dificultad reside en lo problemáticos que pueden ser los territorios fronterizos entre el documental, el cine de ficción y el experimental. Es un hecho del campo cinematográfico que limita la circulación de sus películas radicales e incluso afecta las obras menos desafiantes de esas categorías, como La deuda (2019) y La terminal (2023).
Con motivo del premio, se estrenó Los ríos (2024) en el Doc Buenos Aires, con la que Fontán regresa a la vertiente más experimental de su producción. Es una película que, como ocurre con las que se reúnen en ciclos, tiene una relación con otra de modo que podrían conformar un díptico. Se trata El rostro (2012), de la que se apropia varios fragmentos. Hay un personaje ‒o “presencia”, como prefiere llamarlo el cineasta‒ que también viene de allí y la voz de otro, Godoy, que Fontán no pudo incluir entonces en el montaje.
El rostro es una película que parece nacer, no solo de las inquietudes señaladas acerca de la percepción sino también de una interrogación sobre los hechos narrativos que conforman las historias, tal como habitualmente se narran. Podría resumirse en un cuestionamiento de distinciones como la que Roland Barthes establece entre núcleo y catálisis. La débil línea narrativa ‒un viaje del protagonista a la isla del delta del Paraná donde viven los suyos‒ abre espacio allí a un relato en el que esa diferencia se disuelve en la experiencia del nada más que estar en ese mundo y ser parte de él, de remar, pescar, comer, bañarse en el río, la compañía de la mujer, los amigos, quizás los hijos ‒no queda claro‒ y, sobre todo de la contemplación del paisaje, de abismarse en él. Es el resultado también de un trabajo que da cuenta de lo variable en la percepción, de la subjetividad, hecho en video, Super 8 y 16 mm.
El blanco y negro de esa película, junto con el alejamiento del personaje de la isla, al final, remando en su bote, introducen en El rostro, además, la cuestión de la memoria. Más sutilmente ocurre a todo lo largo de esa película por lo que respecta a ciertos desacoples del sonido y la imagen.
En Los ríos pasa a ser la memoria la cuestión central con un giro de la forma narrativa a la abstracta. No hay ni siquiera un relato débil como en El rostro sino que la película se articula en torno a las repeticiones, tanto en los intertítulos, compuestos como un collage de citas de autores como el poeta Héctor Viel Temperley y el narrador, además de poeta, Arnaldo Calveyra, como en las palabras de Godoy en el sonido. Es un recurso que refiere a las aliteraciones del poema “El nadador”, de Viel, por ejemplo.
Otra pregunta como la de El rostro plantea así Los ríos. ¿Qué es lo que hace que nuestras experiencias se fijen en la memoria y se conviertan en la base de aquello que contamos como nuestros recuerdos? Lo que la responde aquí es, una vez más, el abismamiento sensorial en el paisaje y la luz en las imágenes. Pero también que la suspensión del relato nos abre al puro asombro que fija en el recuerdo un pajarito que choca reiteradamente contra una ventana cuyo cristal probablemente no puede ver, por ejemplo, o los intentos de un perro de trepar hacia el otro lado de un desnivel en el camino de tierra por que anda su amo, sin que sepamos hacia dónde va, ni por qué ni para qué.
El tiempo se disuelve así en el espacio en Los ríos. Se dispersan también los personajes en la ausencia de relieves que puedan imponer a la memoria un orden que trascienda la experiencia de percibirlos con asombro en su mundo, junto con las cosas, las plantas y los animales. Es una memoria con la que es imposible conformar biografías, solo identidades con el paisaje.
Hay un momento en el que Fontán recurre a un truco, tan viejo como Georges Méliès para que nos sea patente la poca realidad de Héctor Maldonado como un ente que se pudiera “recortar” de su entorno para convertirlo en fondo de su figura en una historia. En contrapunto, los textos dibujan un personaje invisible que toca la puerta del que escribe en primera persona en los intertítulos. Su materia verbal, que lo diferencia del visible de Maldonado y de la voz de Godoy, lleva a preguntarse por aquello que los reúne en esta película y hace un todo orgánico de los fragmentos con el recurso formal abstracto de las repeticiones.
Encontramos una respuesta para esto en lo que se repite, el acompañamiento musical de lo que sigue y que varía de texto en texto, como de fragmento en fragmento ocurre algo análogo con la voz de Godoy. Es de esa música que tiene forma aquí la memoria y, por ende, los personajes dispersos. En lo abstracto musical, sin embargo, escuchamos un llamado que se reitera, en la poesía, a la experiencia del mundo, a abismarse de vuelta en la percepción de lo real.
Todo esto me lleva a pensar, finalmente, en el cine en que el impulso de narrar prolifera hoy, en las películas que produce, en particular las que llaman “mutantes”. La actualidad de la obra de Gustavo Fontán es también la del cuestionamiento de esta tendencia con su postura frente al relato, por una parte. Por otra, la de su problematización de la memoria con relación a tantas otras películas que se filma hoy y que no llaman a hacerse preguntas como las que plantea Los ríos.
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