Narcisa Hirsch. Experimento y poesía
Por Pablo Gamba
La muestra Narcisa Hirsch. Experimento y poesía, que se presenta hasta el 1.° de septiembre en el Museo Nacional de Bellas Artes, en Buenos Aires, no es un homenaje como el que merece la cineasta y artista que murió el 4 de mayo. No puede calificarse ni siquiera de retrospectiva ni de antología. Comprende solo tres dibujos en tinta sobre papel sin título, fechados en 1962, y un programa en proyección continua en video de cinco cortos que están entre los pocos que son relativamente conocidos: Marabunta (1967), Patagonia (1972), Pink Freud (1973), Come Out (ca. 1974) y El Aleph (2005). Son piezas que pertenecen a la colección del Museo Nacional.
El director de la institución, Andrés Duprat, lo califica de “extraordinario conjunto de obras” en la gacetilla de prensa. Pero las limitaciones de la muestra se hacen evidentes por la reciente difusión, en Argentina y otros países, de una cantidad de piezas nunca antes vistas de manera organizada, como resultado del invalorable trabajo de rescate, restauración y digitalización que ha hecho la Filmoteca Narcisa Hirsch. Su página web, por cierto, no crédito al apoyo de ninguna institución pública ni privada.
Como resultado de este esfuerzo se han presentado las que sí constituyen verdaderas retrospectivas de la cineasta, por ejemplo en la Documenta Madrid y el Museo Reina Sofía en 2020; en Viennale, en Viena, el año pasado, y este año en la (S8) Muestra de Cine Periférico de La Coruña, sobre la que escribimos una nota crítica en Los Experimentos. También se pudo ver un programa de sus cortometrajes en el Museo de Arte Moderno (MoMA), en Nueva York, significativamente titulado “Narcisa Hirsch: famosa cineasta desconocida”.
Una limitación más cruda de la muestra del Museo Nacional de Bellas Artes es su mala calidad. La resolución de imagen de las versiones presentadas es pobre y se presentan en una sala no lo suficientemente oscura para que se puedan ver adecuadamente. Hay, además, una reducción del volumen que intuitivamente puede atribuirse a la falta de aislamiento sonoro de la proyección pero es problemática por el ruido del ambiente.
La museografía es floja por lo tocante a los textos informativos, la selección de las fotografías, y reproducciones de documentos y fotogramas que la complementan, y su disposición.
La necesidad de usar auriculares para escuchar los dos documentales que también se reproducen continuamente, en una pantalla de televisión ‒Narcisa (2014), de Daniela Muttis, y el corto El refugio de Narcisa Heuser (2023), de Rubén Guzmán‒, pone en evidencia la limitación del espacio por lo que respecta a la propagación del sonido de la sala. También cierta falta de sentido común, porque para ver el largometraje de Muttis hay que permanecer de pie 61 minutos, ocupando uno de los solo dos auriculares.
Es como una maldición burocrática que persigue al cine libérrimo de esta realizadora por los museos de Buenos Aires. Las películas que fueron parte de la exposición Narcisa Hirsch. La intensidad de una mirada, el año pasado en el Centro Cultural Kirchner (CCK), conformaron un panorama mucho más amplio y completo de su obra, pero se organizaron de una manera que impedía al público apreciarlas en su integridad. Había proyecciones únicas simultáneas de programas que comprendían filmes diferentes. Es algo todavía más incomprensible si se considera que lo que “competía” en la programación de cine de la institución con la muestra de Narcisa Hirsch no era nada especial sino las exhibiciones rutinarias películas nacionales y de la cooperación de las embajadas. ¿No se pudo buscar la manera de posponer parte de eso para darle a la obra de la artista un espacio acorde con la condición de “pionera y referente del cine experimental argentino y latinoamericano” que el propio CCK le atribuía?
En el principal museo privado de Argentina no le fue mucho mejor al cine de Narcisa Hirsch. Los programas que se presentaron poco después en el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (MALBA), y que incluyeron las restauraciones de la Filmoteca, se caracterizaron por los problemas de proyección atribuibles, hasta donde pude averiguar, a las limitaciones técnicas de los equipos para trabajar con los archivos digitales. No he tenido noticias de problemas similares con este material en las exhibiciones que se han hecho en salas de otras ciudades del mundo.
Podría seguir con mi protesta por la continuidad del maltrato ‒no encuentro otra palabra‒ que la obra de Narcisa Hirsch recibe en los hechos por parte del stablishment de la cultura y el arte argentinos que la celebra de palabra. Por ejemplo, la rareza, por decirlo de la mejor manera posible, que fue para mí descubrir Pink Freud y Mundial (1978) en el CCK, en las pequeñas pantallas de tablets fijadas a la pared de una sala de exposición.
Pero prefiero cerrar con una pincelada de optimismo.
El 12 de julio asistí a la mejor proyección que he visto hasta ahora de un programa retrospectivo de Narcisa Hirsch. No fue digna o decente, en términos comparativos, sino cercana a lo mejor posible trabajando con archivos digitales en HD. Se dio en el Cineclub Florida, ubicado en un departamento de la calle homónima, organizada por un equipo de la revista estudiantil Avenir. Eran también jóvenes los que colmaron la sala hasta quedar muchos sentados en el piso, todo muy en consonancia con el origen underground de la obra de Hirsch.
Sin ser cursi, diría que fue una experiencia hermosa. Hago extensivo el adjetivo a la curaduría, hecha por miradas cultivadas pero frescas, que supieron identificar varios de los filmes que son hoy los descubrimientos más relevantes en la obra de la cineasta. Un ejemplo es Seguro que Bach cerraba la puerta cuando quería trabajar (1979), para el que Hirsch filmó en Super 8 primeros planos de varias amigas, a los que después se los proyectó y les pidió que grabaran un comentario sobre su propia imagen.
Por encima de todo lo lindo fue ver que un montón de chicas y chicos que no tenían la menor idea, seguramente, de quién fue Narcisa Hirsch ni habían visto sus películas, resultaron cautivados por la proyección. Me fui contento, no solo por lo que vi y cómo pude disfrutarlo por primera vez, sino esperanzado en que el círculo se cierre y la obra de esta gran cineasta de Argentina y Latinoamérica empiece a encontrar en esta gente joven el trato que merece y el público que le falta en el país, y en que no ha sido en vano el esfuerzo hecho para restaurarla.
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