Todo documento de civilización
Por Pablo Gamba
La película de apertura del Doc Buenos Aires fue Todo documento de civilización (Argentina, 2024). El tercer largometraje como directora de Tatiana Mazú González se estrenó en el FID de Marsella, donde recibió el Premio Georges de Beauregard. En el mismo festival había ganado la competencia internacional con el segundo, Río Turbio (Argentina, 2020).
Todo documento de civilización podría describirse como un documental sobre la “desaparición” y asesinato de Luciano Arruga, un adolescente que, como a muchos otros en el Conurbano bonaerense ‒la vasta zona metropolitana de la capital de Argentina‒, la policía hostiga y mata, pero también explota en negocios ilegales, porque pertenecen a una clase que se considera amenazante y se les atribuye el crimen como destino social.
Antes se había hecho otra película sobre Luciano Arruga, ¿Quién mató a mi hermano? (Argentina, 2020), de Ana Fraile y Lucas Sciavino. Es un documental que sigue el proceso de búsqueda del cuerpo y de justicia que lideró su hermana, Vanesa Orieta, y que le dio visibilidad pública al caso.
Todo documento de civilización se articula en torno al testimonio de otro personaje, la madre, Mónica Raquel Alegre, lo que conlleva un acercamiento diferente a la figura ausente del hijo. Pero es, sobre todo, una película que se plantea preguntas sobre qué puede hacer el cine ante realidades como esta que no sea recorrer los caminos institucionales de la denuncia, en tanto la canalizan hacia un orden audiovisual correlativo al que en la sociedad sistemáticamente produce muertes como las de Arruga.
Hay una escena de Todo documento de civilización en la que esta interrogante está bellamente planteada. Es el resultado del hallazgo de un montón de cintas de VHS en una plaza en la que se reúnen los manifestantes para dar continuidad a su lucha. Hace manifiesta la intención de descartar lo tantas veces visto y filmado, el déjà vu que paradójicamente estabiliza la mirada y la aspiración a la justicia con referencia a la misma racionalidad que está detrás de los crímenes. Se trata aquí, en cambio, de lanzarse a la búsqueda de lo que la luz de esta razón no puede iluminar.
La frase completa del título, cita de Walter Benjamin, refiere a la verdad que se busca fuera del orden de lo que se hace visible: “Todo documento de civilización es, a la vez, documento de barbarie”. En América Latina se puede escuchar en esto al llamado de Glauber Rocha, el mayor de los realizadores del cinema novo brasileño, a la antirrazón revolucionaria.
El cuestionamiento de las imágenes se hace patente desde el comienzo de la película, cuando empezamos a escuchar a Mónica Raquel Alegre en un limbo negro que nos llena de inquietud en torno a ella. El motivo de la exploración subterránea, que más adelante aparecerá, trae a colación con relación a esto el mito platónico de la caverna y la imagen como engaño.
Las partes en las que la madre habla están en contrapunto con imágenes que inicialmente provienen de un folleto del proyecto que conformó el paisaje en el que “desaparecen” los Luciano Arruga, un territorio conquistado por el Estado argentino en la campaña de expansión y consolidación de su soberanía en guerra contra los “bárbaros” que lo habitaban y lo habitan. Ese proyecto es la avenida General Paz y el documento está fechado en 1936, época de ascenso del nazismo en el mundo. La que se construyó es una autopista que recorre el límite entre la Ciudad de Buenos Aires y el Buenos Aires que es provincia. En uno de sus cruces se dijo que murió el joven “desaparecido” huyendo de la policía.
Las ilustraciones del folleto son sospechosas. En ellas, el espacio bárbaro ‒lo que está más allá de la frontera de la civilización‒ se disuelve en un aterrador vacío análogo a aquel desde donde habla la madre durante casi toda la película. La primera parte de Todo documento de civilización se desarrolla también como una contraimagen de lo que es hoy esa terra incognita de entonces, con una mirada nocturna que enrarece y desfamiliariza nuestra manera de percibir el espacio urbano. La distorsión es un estímulo a nuestros sentidos, para que salgan de la atrofia que puede causar el hábito de la violencia del entorno. A la vez es lo puesto a la claridad que se considera inherente a la verdad y que por eso es engañosa.
La extensión de esta parte de la película, en la que también vemos el espacio iluminado por los patrulleros que constantemente lo recorren, crea una percepción correlativa del tiempo. Se construye con el contrapunto entre los autos y colectivos que corren por la General Paz, o avanzan y se detienen en los semáforos, y las personas a las que imponen su ritmo.
En su desarrollo, Todo documento de civilización atraviesa este paisaje, no en un sentido horizontal, como los vehículos, sino vertical. La aspiración a percibir más allá de la distorsión de lo que se presenta como habitualmente visible se evidencia en los planos en los se que fuerza a la cámara a rebasar los límites que impone la falta de luz. Es una suerte de excavación, tratando no solo de registrarla sino también de llegar al fondo de la oscuridad.
Se atraviesa análogamente la materia de la que está hecha la civilización visible, en el punto que culmina su ciclo de consumo y expulsa sus desechos. Estos se acumulan allí donde en el cemento y el asfalto se abren grietas en las que la basura se mezcla con el barro, y los escombros se confunden en una misma ruina con las rocas del suelo conquistado.
Pero allí, en sus bordes de destrucción y desde lo más profundo de la oscuridad de la civilización, el relato nos da un impulso que transforma la precipitación mórbida en la aventura de un viaje. Viene de lo que la madre cuenta del hijo. Nos hace descubrir un personaje que clandestinamente leía novelas de Julio Verne en una biblioteca no destinada a chicos de su condición social. Luciano Arruga encontró allí la posibilidad de imaginar mundos diferentes y el sueño de hacer realidad de algún modo esas historias. Esto nos lleva a encontrar como él, bajo el barro y las piedras, el mundo subterráneo de Viaje al centro de la tierra, en ilustraciones como las de los libros que le hacían caminar muchas cuadras para disfrutar de pocas horas de lectura.
Hay que volver, entones, a la parte de los VHS en la plaza a la que hice referencia al comienzo. Más adelante vemos a niños que juegan con las cintas y la escena, por sí misma medio fantástica, se expande más allá del realismo en el sonido, con la introducción de ruidos que se escuchan como si los chicos pudieran hacer sonar las cintas con las manos cuando juegan. Esta expansión prosigue como un giro de 180°, en la transformación del descenso al mundo subterráneo en viaje hacia otros mundos planetarios, inspirado en De la Tierra a la Luna, otra novela de Verne, y siguiendo el camino de un film paradigmático por lo que respecta a este uso de la ciencia ficción: Branco sai, preto fica (Brasil, 2014), de Adirley Queirós.
Pero lo más interesante de Todo documento de civilización es cómo problematiza también las perspectivas de investigación y cambio social que se abren en la segunda parte. Llega allí la luz a la película, pero no la de un paisaje sin imágenes engañosas como las que nos refieren al mito de la caverna. La visión en pleno día es la que Google Street View nos da del cruce la General Paz y la avenida General Mosconi, donde se dice que murió Luciano Arruga atropellado, y en cuya cercanía está la comisaría donde lo torturaron. Es una mirada cuya claridad, y las posiblidades que parece ofrecer para investigar el espacio, moviéndose con el cursor de la computadora, y de ir hacia atrás en el tiempo, se hacen evidentemente dudosas por los detalles intencionalmente borrosos. La verdad sobre la “desaparición” de Arruga no se puede encontrar en una imagen como esa.
Más significativo es, sin embargo, que la película también plantea preguntas inquietantes en torno a la imagen que tratan de producir los que protestan, cuando lo hacen con marchas que se perciben como un desfile de banderas que identifican a partidos políticos y movimientos, lo que es una práctica que se reitera de movilización en movilización por cualquier causa. La cámara se desvía allí de ese espectáculo hacia el reflejo de la marcha en los locales comerciales de la calle que recorre, donde las actividades prosiguen con toda la normalidad del orden.
Vuelvo entonces a Glauber Rocha, a la Eztetyka do sonho: “Las vanguardias del pensamiento no pueden dedicarse más a la tarea inútil de responder a la razón opresiva con la razón revolucionaria. La revolución es la antirrazón que comunica las tensiones y las rebeliones del más irracional de todos los fenómenos, que es la pobreza”. Creo que el final de Todo documento de civilización refleja esto, pero no quiero privarles del placer de descubrirlo en el cine. Me parece significativo, además, en una cineasta y un colectivo que tienen una fuente de inspiración evidente en la aspiración a la convergencia de vanguardia estética y política del Tercer Cine (1969) de Fernando Solanas y Octavio Getino, hacia el cual apunta la crítica de Rocha.
Haría falta detenerse, entonces, a preguntarse por qué en esta película, que tanto cuestiona las imágenes, cerca del final se muestra a la hasta entonces invisible madre de Luciano Arruga hablándole a los participantes en una manifestación. ¿Cómo opera la aparición de esta imagen?
Creo que la respuesta es que el abismo negro desde el que la veníamos escuchando reclama que aparezca. De allí la inquietud que puede causar en quien la escuchaba sin verla, como si fuera un fantasma. Los planos que no vemos construyen una ausencia análoga a la del “desaparecido” cuya historia le oímos contar.
Algo similar ocurre cuando la cámara encuadra en planos cerrados los rostros de varios chicos “desaparecidos”, descontextualizándolos con relación a los carteles en los que figuran y dan sentido en ellos a las imágenes. Vistos de esta otra manera, congelados en el tiempo en el instante de la foto, se presentan flotantes en un vacío negro como la vida interrumpida de Luciano Arruga. Nos refieren al abismo del que surgen las palabras de Mónica Raquel Alegría, a las madres que gritan el nombre de sus hijos “desaparecidos” para que gritemos “presentes” con ellas.
El final que no he querido contar es también el llamado que esos gritos nos hacen, el deber de justicia al que nos exige responder y del que nace la esperanza como una necesidad a la que la imaginación acude. Es lo que le da una dimensión existencial a la perspectiva de futuro que la ciencia ficción abre en la historia, y es por eso que Todo documento de civilización puede funcionar como una película de agitación en estos tiempos de decadencia y retroceso político.
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