Bajo una lluvia ajena
Por Daniel Dannery
El festival de cine antioqueño Cinemancia inauguró su programación con la delicada película Bajo una lluvia ajena (Colombia, 2024), de la documentalista y docente Marta Hincapié Uribe. El material es un juego de miradas a través de misivas. Hincapié hace uso del género vídeo epistolar para poner la atención sobre la siempre trágica circunstancia del migrante, planteando así una pregunta, global, pero filosófica: ¿a quién le pertenece la tierra?
Haciendo uso de material de archivo analógico, grabado por sí misma en su temporada de estudios en Barcelona (España), a inicios del siglo XXI, Hincapié recoge el testimonio de “invisibles” que envían mensajes a sus seres queridos con el anhelo de regresar a sus territorios en Marruecos, Palestina, Colombia e India. Cada video-carta resguarda un emotivo registro donde la palabra se queda corta, y la contundencia del rostro, del gesto, de la rutina, cobra un valor de peso singular.
Como una lluvia fantasmal, Hincapié entreteje un relato personal, el de su abuelo que partió de Colombia a inicios del siglo XX con destino a Europa. Usando el montaje en la recreación de un pase de diapositivas, develando una historia a través del registro fotográfico de las postales que este hombre heredó a su linaje en sus años de aventuras comerciales, resulta particularmente especial que el arco narrativo de su abuelo adquiera una mirada crítica sobre esta herencia pasada, y es así como dota de ironía una melancolía que no es tal, y que termina por derivar en reproche.
Un tercer arco transversa las video-cartas y las postales, a través de la narración poética, en off, de un joven ghanés que naufraga en el Mediterráneo antes de llegar a su destino. Hincapié así remarca el carácter dramático de lo que su ensayo propone, por un lado, crea la sensación de que el propio filme es un mensaje en la botella, generando la angustia producida por la incertidumbre, una que se sostiene al cierre de las imágenes, por otro, subraya un lacónico ejercicio humano de persistencia frente a la adversidad, con el aura utópica que propone toda torre de Babel: ¿habrá manera de entendernos algún día? Hincapié apunta sus intenciones generando un abanico de dialectos que recorren los sonidos de su película: castellano, árabe, lenguas indias, twi y catalán.
Las preguntas sin respuestas caen sobre la mente del espectador como una garúa persistente que va inundando, a medida que los minutos en el entretejido audiovisual avanzan, generando un manto dramático sobre lo que se presenta con la parsimonia del bordado fino. El mensaje humanista de Hincapié resuena en la mente de todo aquel refugiado, expatriado, forzosamente movilizado de su tierra, (como versa la cita reflexiva en el portal de presentación de la película en la web del festival): Nadie abandona su hogar a menos que el hogar sea la boca de un tiburón. (Warsan Shire).
Finalmente, Hincapié, incluso se va descubriendo así misma, y lo que en apariencia resulta ser un ejercicio político, termina por desembocar en un ensayo donde lo primordial es abstracto y ajeno a lo político: los afectos. Es sobre ese sensible y virtual terreno, donde se traza el mapa de agua que va dibujando la lluvia mientras cae, en el reconocimiento del ser ajeno, en las voces cargadas de necesidad, que ‒en apariencia‒ distantes, culminan por generar reconocimiento de la voz propia de quien observa.
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