Monólogo colectivo

 

Por Pablo Gamba 

El segundo largometraje de Jessica Sarah Rinland, Monólogo colectivo (Argentina-Reino Unido, 2024), fue parte de Wavelenghts, la que se considera la sección de vanguardia del Festival de Toronto. Se estrenó en el Festival de Locarno, en Cineastas del Presente, y ha tenido así un recorrido similar al de su ópera prima, A imagen y semejanza (Those That, at a Distance, Resemble Another, Argentina-Reino Unido-España, 2019), que tuvo una mención especial del premio Moving Ahead en el festival suizo. 

Rinland vuelve en Monólogo colectivo al cine sobre temas científicos de un modo que se aleja de los tópicos establecidos, sobre todo por la televisión, pero tratando una problemática que podría encontrar un público más amplio que la réplica de un colmillo de elefante en su largometraje anterior. Esta es una película que se enfoca en una cuestión de interés general en los debates intelectuales y políticos de la actualidad, la relación entre los seres humanos y los animales. Se rodó en lugares como el Ecoparque de Buenos Aires y el Bioparque de la ciudad cercana de La Plata, nombres políticamente correctos que se dan hoy a los antes llamados “zoológicos”. 

Hay una débil línea narrativa, que sigue una jornada de Macarena Santa María Lloydi, cuidadora de animales del Ecoparque, y en relación con ella la devolución de unos flamencos a su ambiente natural y otras líneas de acción paralelas. Los mensajes de WhatsApp y walkie talkie en la banda sonora dan cohesión a las conexiones que el montaje establece entre el trabajo de “Maca” y otros empleados que trabajan en Buenos Aires y La Plata, y los de dos centros de conservación en la provincia de Corrientes. 


El argumento se divide en tres partes claramente marcadas por el montaje. En la central, que inserta en la línea narrativa las labores de reforma del Ecoparque, el personaje de Mará José Micale actúa como una narradora que habla del zoológico del pasado. Se asocia así la problemática del trato a los animales con la Modernidad, pero reparando en detalles que las versiones oficiales escamotean. No solo cuentan las hazañas y conflictos de los directores sino también de los trabajadores, incluyendo aspectos problemáticos como una huelga, la mano de obra “en negro” ‒fuera de nómina‒, la escasa presencia de mujeres en la plantilla, y los lugares que ocuparon los afrodescendientes en el personal y los indígenas en el parque. 

Estos dispositivos llevan Monólogo colectivo hacia un campo más próximo a lo que habitualmente se entiende por documental y lo distingue de A imagen y semejanza y otras películas de Rinland. Añaden a la causalidad narrativa elementos que plantean una reflexión que tiene como corolario explícito una cita de Jean Piaget, la cual explica el título del film. 

Sin embargo, sigue siendo, a pesar de este giro, una película de Jessica Sarah Rinland. Se siente en la fuerte tensión de la narración dominante con las conexiones más profundas que hay entre otros fragmentos. No refieren a un pensamiento, como las asociaciones que llevan a la reflexión señalada, sino que abren espacios a la percepción en la forma narrativa. 

Rinland despliega allí un aspecto característico de su estilo, cuya fuente puede encontrarse en Robert Bresson y que consiste centrar la atención en la actividad de las manos que trabajan. Recurre para ello al montaje, además del encuadre de planos cerrado, de un modo que desliga lo que se ve del contexto narrativo, tanto general como inmediato, en el que las acciones pueden hacerse por sí mismas invisibles debido a los automatismos de la mirada. 

De este modo la película llama a prestarles atención de un modo que no solemos hacerlo en la vida cotidiana, y a captar, en consecuencia, otro tipo de relaciones que no se establecen sobre la base de lo que previamente entendemos sino de lo que allí descubrimos mediante la percepción. Un ejemplo es la que podría sentirse entre el cuidado de los animales y las labores manuales de restaurar las representaciones de ellos en el parque o el trabajo que también se hace con las manos para preservar los documentos del archivo. 


Los planos cerrados que se centran en la actividad manual ponen en juego, además, otra clase de sensaciones, que son las cuasitáctiles. Lo que se ve allí da la impresión de que es casi como si se pudiera tocar. Un elemento crucial más en el estilo sensorial de Rinland, cuya fuente también podría estar Bresson, es el trabajo con el sonido, que expande el espacio visible en tensión con los encuadres. Los contrapuntos con las imágenes son además un estímulo para concentrar la atención en lo que se escucha con independencia de lo que se ve, como no ocurre cuando hay un paralelismo imagen-sonido. Igualmente aguzan la mirada en tanto la orientan hacia la búsqueda de posibles fuentes sonoras en lo visible. 

El foco en la percepción también lleva a reparar en el contrapunto que hay entre el registro dominante en 16 mm ‒correlato de la técnica cinematográfica con el interés de la película por lo manual‒ y el de las cámaras digitales operadas por los personajes. El nombre que le dan a una de ellas, “cámara trampa”, es significativo, en relación con su uso para la vigilancia. Se hace extensivo a los celulares como herramientas de “captura” de disponibilidad inmediata, pero también a la mirada fílmica dominante en la película. Pone en cuestión su neutralidad en tanto evidencia que es un modo de “atrapar” lo que se ve como a los animales. 

La manera como Monólogo colectivo presta atención a los detalles, a lo pequeño, me llama a la comparación con otra notable película latinoamericana reciente acerca de los animales sobre la que escribimos en Los ExperimentosÉ noite na América (Brasil-Francia-Italia, 2022), de Ana Vaz, y que tiene una mirada que viene de la etnografía experimental. Me refiero en particular a cómo la observación de la fauna se conjuga allí con la ciencia ficción del relato, en un híbrido que incluye la “noche americana” para crear una sutil atmósfera de narración apocalíptica con la que se confronta una resistencia de animales y seres humanos a la colonización. 

Todo eso parece demasiado frente a la aguda concentración de Monólogo colectivo, que pone en tensión el gran tema de actualidad que trata con esa otra dimensión donde lo que se ve da incluso la impresión de que se puede tocar. Las analogías que se perciben en lo pequeño parecen más reveladoras de lo real de los vínculos amorosos de los trabajadores con los animales que la narrativa sobre su cuidado y liberación, por ejemplo, pero a la vez también de la verdad de lo contrario, de cómo no son ajenos a la aspiración al dominio sobre ellos y las cosas que se manipulan, a pesar de todo lo que nos informa el argumento acerca de los zoológicos. Una escena de entrenamiento de los cuidadores pone de relieve la dificultad de entender a los animales. 

Hay una ironía desafiante en estas relaciones de opuestos tensas, problemáticas, que encuentro por todas partes aquí entre una cosa y otra, entre la imagen y el sonido, los sentidos y el pensamiento. Son contradicciones como la de la expresión del título y disonancias que nos asechan constantemente y hacen de este un film particularmente estimulante por su acercamiento a la complejidad del tema, y no solo en el contexto de los documentales sobre el mundo natural. Se da un fructífero encuentro entre arte y ciencia en la manera como la realizadora utiliza los recursos del cine, no para ilustrar un conocimiento sino para investigar los problemas que plantea.

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