Cuerpo en agua y Animalia paradoxa


Por Pablo Gamba 

El primer descubrimiento del Ficvaldivia fue para mí el segundo largometraje dirigido por Javiera Véliz y producido por Bárbara Pestán, Cuerpo en agua (Chile, 2024), que se estrenó en competencia. Conocía a las dos por Vivir allí no es el infierno, es el fuego del desierto. La plenitud de la vida que quedó ahí como un árbol (Chile, 2018), que también se presentó por primera vez en el festival chileno y estuvo en Cinéma du Réel. 

Aquella era una película paisajística sobre el desierto de Atacama y los últimos agricultores de ese lugar. Hay un sorprendente giro en el segundo largometraje hacia el mar, pero manteniendo el interés en la relación de la gente y su entorno, y radicalizando la búsqueda sensorial. Cuerpo en agua es literalmente una inmersión en una manera inédita, al menos para mí, en la sensación de estar en el mar. 

El punto de vista, sobre todo al comienzo, lo establece Véliz, a cargo también de la fotografía. No hay solución de continuidad entre lo sumergido, lo que flota, lo que fuera del mar se ve como estando dentro o un pájaro que vuela como si lo hiciera en el cielo y el agua a la vez, y las correlativas sensaciones sonoras. Es un logro notable que se alcanza sobre todo con la superposición de capas de imágenes, un uso de la técnica que se aparta del lugar común onírico para ahondar, en un sentido literal, en una experiencia iluminadora de lo real. 

La manera de filmar las burbujas es también un logro por lo que respecta a la conjunción del aire y el agua en el plano, a lo que se añade la visión de una asombrosa “tormenta” submarina, en la que las algas se mueven como árboles bajo un viento huracanado, por ejemplo. Es una analogía entre el mundo subacuático y el terrestre que corona hacia el final la exploración del paisaje submarino como si fuera una extensión de nuestro mundo habitable, en un desarrollo formal que es también inmersión. Inscribe la película, además, en la exploración actual de las fronteras de lo animal y lo humano en el cine. 

Pero no solo son técnicos los méritos de esta película sino también éticos. La fluidez que resulta de la imperceptibilidad de los cortes en el montaje ‒también de Véliz‒ se hace extensiva a los juegos de los niños en la caleta Chañaral de Aceituno, en Chile, y su preocupación por los cetáceos heridos, los cangrejos atrapados en redes, los lobos marinos y los cardúmenes de peces. También hay funcionarios que hablan sobre lo que ocurre por radio, con lo que la película construye otra inmersión acústica espacial en la sala de cine. 

Un logro más de Cuerpo en agua es esta falta de solución de continuidad entre las personas y los seres vivos que habitan el entorno acuático. Corona el desplazamiento de nuestra perspectiva habitual de lo real a la que se abre este largometraje, que lo prolonga hacia las aguas que cubren la mayor parte de su superficie de la Tierra y ese otro mundo al cual también pertenecemos. Aunque hay que señalar, no obstante, que una significativa parte de la problemática ambiental queda fuera de campo aquí: las causas económicas y sociales de la destrucción de la naturaleza. 


Transubstanciación fílmica 

El mismo día que pude ver Cuerpo de agua se presentó en el Festival de Valdivia Animalia paradoxa (Chile, 2024), que se estrenó a comienzos de este año en el Festival de Rotterdam. Es el tercer largometraje de Niles Atallah, conocido principalmente por el segundo, Rey (Chile, 2017). 

Animalia paradoxa es otra película de la vertiente de actualidad del cine mutante, que va de una alegoría postapocalíptica con actores hacia una animación con muñecos que acertadamente se apropia del estilo de los hermanos Quay y el cineasta surrealista checo que los inspira, Jan Svankmajer. Creo que por esto la mejor parte es la primera, en particular por el trabajo con la performance y la relación de los cuerpos con el espacio. Asimismo por la dirección de arte creadora también de ese mundo para los actores, obra de Natalia Geisse, conocida por su trabajo con Cristóbal León y Joaquín Cociña en Los hiperbóreos (Chile, 2024) y el corto Los huesos (Chile, 2021), sobre los que hemos escrito en Los Experimentos

Aunque implícitamente vinculada con la problemática medioambiental y con el deterioro social también, en lo que podría imaginarse algo en común con la sensibilidad de Cuerpo en agua, Animalia paradoxa se diferencia de la película de Javiera Véliz por su aspecto de cuento pesadillesco, como una fábula en sentido irónico. Es la fantasía la dominante aquí. Si bien el desarrollo formal se presenta como una transfiguración que, por la técnica de animación de es un mundo que cobra nueva vida ‒y en este sentido podríamos decir que se “redime”‒, es todo obra de magia negra, una alquimia que incluye la redención de restos del pasado fotoquímico. 

Aunque pueda sospecharse que hubo alguna ayuda del diablo en su factura, Animalia paradoxa es una película que hay que apuntar, aunque sea por sus logros técnicos y de apropiación, entre las obras mayores de la animación en América Latina, que tanto desarrollo ha tenido en los últimos años. Hay que considerarla junto con La casa lobo (Chile, 2018), de León y Cociña, y las que no son de stop motion también, como es el caso de O menino e o mundo (Brasil, 2013), de Ale Abreu, por ejemplo, aunque haya una distancia significativa que la separa de esas obras maestras.

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