El aroma del pasto recién cortado

 

Por Pablo Gamba 

La más reciente película de Celina Murga, El aroma del pasto recién cortado (Argentina-Uruguay-México y otros países, 2024), será parte de Contracampo, muestra paralela al Festival de Mar del Plata. La organizan cineastas como “una acción de defensa del cine argentino” frente a las políticas de desfinanciamiento del instituto estatal (INCAA) del gobierno de Javier Milei, aunque lo de “acción” se confunda así en los hechos con “competencia”. También defienden la libertad de expresión y creación, y la diversidad del cine nacional, que consideran amenazadas por el criterio mercantilista dominante en la gestión del organismo de fomento. 

La participación de Martin Scorsese como productor ejecutivo y presentador en los créditos iniciales de El aroma del pasto recién cortado, y la actuación de Marina de Tavira, nominada al Oscar como mejor actriz de reparto por Roma (México-Estados Unidos, 2019), de Alfonso Cuarón, es coherente con la protesta, pero también reveladora de otras contradicciones. El cineasta estadounidense es un destacado defensor de la diversidad del cine, y por eso ha sido un apoyo para la cineasta nacida en Paraná, provincia de Entre Ríos, que en 2008 ganó una beca para formarse con él. Fue productor también de su largometraje anterior, La tercera orilla (2014). 

Esta opción está entre las que Contracampo defiende. Se trata de hacer cine por los caminos tortuosos de la producción independiente industrial de pequeña escala en la periferia del mundo, y que aspira a ser genuinamente autoral, pero también de alcance internacional. Hay que relacionarla, sin embargo, con el lapso de 10 años entre esta y la anterior película de Murga. Es un tiempo análogo al que hubo entre los dos últimos largometrajes de Lucrecia Martel, la cineasta más importante de la renovación del cine contemporáneo latinoamericano. El dato pone de manifiesto la complejidad de problemas por resolver desde cuando el cine nacional se hacía con fuerte apoyo del Estado, como ocurría en Argentina antes de las políticas de Javier Milei.


El aroma del pasto recién cortado se estrenó en la competencia internacional de ficción del Festival de Tribeca, en Nueva York, donde ganó el premio al mejor guion. Es algo que llama la atención hacia su posible fuente de inspiración en el esplendor del cine estadounidense de la década de los setenta por la habilidad de la directora y coguionista para conjugar lo clásico y lo moderno. También por su aspiración a narrar historias de la vida cotidiana de adultos para espectadoras y espectadores maduros por lo tocante a su experiencia de la vida y a sus gustos. 

La película relata las historias paralelas de dos parejas casadas y con hijos, en las que respectivamente la mujer y el hombre tienen su primera aventura fuera del matrimonio con alguien mucho más joven. El enfoque no es moralista sino que enmarca la infidelidad en la realidad de un agotamiento de las relaciones que es tanto sexual como emocional y que refiere a los desniveles que pueden surgir en los matrimonios con el paso del tiempo. El paralelismo comprende una situación de crisis latente que afecta la relación, puesto que el otro cónyuge está desempleado en ambos casos. 

Una opción controversial fue no darle relieve a los problemas económicos graves que esto último generalmente causa, sobre todo considerando que la profesión de los que trabajan es la docencia universitaria. El aroma del pasto recién cortado se fuga así de la Argentina real en la que supuestamente transcurre hacia un país de cuento de hadas trasnacional sobre la mítica clase media, en lo que contrasta con el realismo de Puan (María Alché y Benjamín Naishtat, Argentina, 2023). Tampoco cobra importancia la política universitaria, a pesar de su peso en el país. En esto se aparta de otra referencia nacional del cine sobre amoríos de profesores y alumnos: El estudiante (2011), de Santiago Mitre, director de la nominada al Oscar Argentina, 1985 (2022). 

Quizás solo se deba a que es un film que me gusta mucho, pero encuentro una relación entre El aroma del pasto recién cortado y Dos vidas (Checoslovaquia, 1963), de Vera Chytilova. Lo digo porque nunca convergen las dos historias que se relatan. En el caso del largometraje de Murga, hay un tour de force en esto y es lo que más llama la atención. Natalia (Tavira) y Pablo (Joaquín Furriel) trabajan en la Facultad de Agronomía con el mismo superior jerárquico, lo que lleva el paralelismo al borde de lo verosímil en términos realistas. Lo rebasa incluso cuando se repiten no solo situaciones sino también diálogos en ambas historias. 

La relación entre las líneas narrativas es, por tanto, de asociación, conceptual y no dramática, pero en un delicado equilibrio con el extremo didáctico hacia el que no derrapa: la “película de tesis”. El aroma del pasto recién cortado no solo relata dos historias de infidelidad sino que presenta a comparación del espectador lo que podrían hacer una mujer y un hombre en ese caso. Por eso me hace pensar en la obra de los comienzos de la nueva ola checa que es Dos vidas, que confronta a una estrella del deporte femenino y un ama de casa en el contexto de la sociedad socialista. No es nuevo en el cine, además. Se remonta a la relación de las cuatro historias en montaje paralelo, de lugares y épocas diferentes, de Intolerancia (1966), de D. W. Griffith.


La búsqueda de la abstracción en la ficción ubica también a El aroma del pasto recién cortado en una tradición argentina: la de Invasión (1969), de Hugo Santiago, por ejemplo, con su analogía del conflicto político con un ajedrez de agentes vestidos de negro que se enfrentan con los de blanco. Pero aquí funciona de una manera diferente, no alegórica. Crea cierto efecto de distanciamiento con respecto a ambas historias, lo que explicaría también la artificiosidad evidente de algunas escenas. Poner en tensión la verosimilitud realista apunta así hacia un cine que nos haga identificarnos con los personajes, pero también pensar, retomando lo brechtiano. 

En torno a lo anterior se activa otro dispositivo clave, que es la representación de la cotidianidad familiar como un continuo movimiento de los cuerpos, de los chicos interactuando físicamente entre sí y con sus padres. Es otro antídoto contra la “película de tesis” y es el lado Martel de la película de Murga, a pesar de las evidente distancia con La ciénaga (Argentina, 2001) en el manejo de este recurso. Opera aquí como un contrapeso de la abstracción, pero también como una apertura de espacios para observar a los personajes más allá de su función en las historias. 

Todo esto hace de El aroma del pasto recién cortado no solo un gran guion sino una película que se hace grande a partir de la realidad cotidiana, lo que es muy del segundo nuevo cine argentino que comenzó a finales de los noventa. Pero en el recurso del paralelismo encontrmos el giro hacia la experimentación narrativa que caracteriza la renovación en curso de ese cine, la que ha producido películas como La flor (Mariano Llinás, 2018), Trenque Lauquen (Laura Citarella, 2022) o Eureka (Lisandro Alonso, 2023). Hay que destacar también, entonces, que aquí encontramos una búsqueda distinta de la radicalidad de esos filmes llamados “mutantes”.

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