Otoño y Río rojo
Por Pablo Gamba
Otoño, de Guillermo Detzel, y Río rojo, de Fabiana Gallegos, fueron las obras ganadoras de la primera edición del festival de cine experimental Infinito Super 8 de Buenos Aires, que se especializa en películas en este formato. La primera recibió el premio en la competencia internacional y la segunda en la nacional. Detzel y Gallegos son argentinos, y el peso de la búsqueda formal y la exploración de las posibilidades del soporte en ambas piezas son características con las que se identifica al cine experimental de este país, pero que se conjugan con paisajismos singulares en las dos.
En Otoño Detzel explora una tensión que el crítico Pablo Marín ha señalado en el cine experimental en Super 8. Es la que hay entre la aspiración a abarcar la inmensidad y lo pequeño del formato de paso reducido, como se llama a los que son “menores” en comparación con el estándar industrial que era el 35 mm. En sentido estricto, el cineasta filma un estanque que el encuadramiento en planos cerrados reduce a la escala de un charco, inclusive. Pero la composición, el uso en ella del reflejo y el sonido en off lo transmutan, lo redimensionan hasta producir la impresión de que hay allí todo un paisaje.
Atribui una singularidad en esto a ambas piezas, y aquí está en la desfamiliarización. Lo que se identifica en la imagen con referentes en el mundo real, en tanto de algún modo seguimos viendo plantas y esto se extiende hasta el cielo, a las nubes reflejadas en el agua, se abre asimismo a una percepción de figuras que ya no son reconocibles de la misma manera, que se nos presentan como abstractas o, lo que es más inquietante, en un estado de fuga de lo figurativo en esa otra dirección. El mejor ejemplo son las que apenas son siluetas o líneas.
Los rápidos movimientos de la cámara y el zoom hacen patente la presencia de alguien ‒o de algo‒, de un cuerpo invisible que sostiene la mirada. El desplazamiento del encuadre podría evocar la manera como unos ojos se mueven, y el montaje la impresión de “montaje” que es propia de esa mirada. Con el zoom y el foco podríamos estar pasando inclusive de lo óptico a lo mental, a lo que se dice “enfocarse”. Entre lúcida, onírica y abstracta, la mirada se revela así como propia de un trance, que no causa el vértigo del movimiento sino el puro abismarse en la contemplación. Una lejana referencia argentina, entonces, podría ser el cine de Gustavo Fontán.
El título, Otoño, sugiere una dimensión más: el tiempo. En el paisaje minúsculo de la pieza de Detzel hay espacio suficiente para que transcurra en dos escalas. Una es la del instante, e introduce, además, el azar en ese mundo. Hay un gato ‒o hay que decir, con más claridad, la silueta de un gato‒ que podemos identificar fugazmente atravesando el plano, si prestamos suficiente atención. En contrapunto está el movimiento de las nubes visto en el agua. Pero por sobre todo el tiempo es de la percepción, los pocos minutos en los que Otoño nos detiene, nos saca de nuestra relación habitual con lo que nos rodea y nos abisma en su pequeño mundo.
Río rojo podría describirse como paisajismo en trance por la disolución de la distinción entre el afuera y el adentro, así como entre lo panorámico y lo microscópico, y su trascendencia simbólica. Están las huellas que produce en el film la imagen fotográfica de lo real, de la corriente de agua y las rocas filmadas, pero la película es también el resultado de otra interacción del cuerpo fílmico con la materia de otro cuerpo, humano, en una práctica análoga al revelado botánico, que recurre a plantas, actualmente en boga en el cine experimental. Un dato que no figura en el programa, pero se aclaró en la presentación del corto y con una consulta a los organizadores, es que Fabiana Gallegos usó sangre de su menstruación en la creación de la pieza.
La banda sonora, de música en la que escuchamos a la realizadora gritar, le da a Río rojo un toque de rock, pero también de subjetividad expresionista, a la vez de “Careful with that Axe, Eugene” (1968), de Pink Floyd, y El grito (1893), de Edvard Munch. Es lo único que permite vincular las imágenes con el trance y, por tanto, con lo mítico, en el sentido que proviene del cine de Maya Deren, por lo que respecta al paralelismo entre el fluir de la sangre y el de las aguas, y el contrapunto con las rocas. La confrontación abstracta del rojo y el blanco y negro adquiere así también un dramatismo con referencia a la tradición lírica del cine experimental. Esto diferencia la pieza de Gallegos de la percepción dominante en Otoño.
Río rojo tiene en la sutileza simbólica una búsqueda que la confronta con la manera habitual de tratar la experiencia femenina en el cine narrativo y documental. Me refiero al desplazamiento de lo anecdótico por una expresión poética que ni siquiera es la de un yo lírico que se perfile en la imagen o la palabra de un personaje visible o narradora. Es el intento de hacer que las imágenes acompañen a la voz en su aullido, que sean parte del grito como corresponde a la visión de un río de sangre. Pero es también el riesgo de esta pieza, cuya fuerza se basa en esta identificación final.
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