El jockey


Por Salvador Savarese

En un momento de El jockey (Argentina, 2024), un personaje ve una cuna donde debería yacer un sano y hermoso bebé de piel blanca que aparece permanentemente en la película. Pero en ese momento ve a un hermoso y sano bebé…de piel negra. Otro personaje, que siempre cargaba consigo a la criatura, solo le dice con la mayor naturalidad: “Se vuelven así con el tiempo”.

Las películas de Luis Ortega se diferencian de mucho cine argentino de la época: mientras a principios de los años 2000 filmes como Bolivia (Israel Adrián Caetano, Argentina, 2001) o El bonaerense (Pablo Trapero, Argentina, 2002) marcaban una estética y una ética narrativa con su realismo sucio, de personajes marginales, descastados, fuera de la ley, y con sus historias secas y parcas; la aparición de Caja negra, en 2002, intentó explorar un nuevo camino, donde esos mismos personajes eran elevados a una realidad muy otra mediante una propuesta estética basada en la irrealidad. No es casualidad que frente a los silencios de las películas de aquella época, la música en ésta fuese casi omnipresente. 

Sería muy fácil catalogar como un “irrealismo sucio” a esta estética, pero es más productivo hablar de una tensión permanente entre el realismo y la irrealidad que Ortega transita con diversa suerte en su obra abundante y variada. De la brusquedad sonora de Monoblock (Argentina, 2005) al silencio angustiante de Verano maldito (Argentina, 2011), del Buenos Aires aristocrático de Lulú (Argentina, 2016) a los no lugares decadentes de Dromómanos (Argentina, 2012), la obra de Ortega parece estar en permanente movimiento.

Dentro de ese carácter inusual, uno de los aspectos más interesantes de sus películas es que sus personajes son inclasificables. ¿Quién es esa mujer añosa a quien cuida Dorotea en Caja negra? ¿Quién es el padre de la misma Dorotea? ¿Qué tipo de seres humanos son los dromómanos? ¿Quién es el personaje que hace Alejandro Urdapilleta en Verano maldito? En todo momento hay una fascinación por difuminar las fronteras entre los personajes, ya sean ricos y pobres, lindos o feo, sanos o locos. Incluso hasta en un sentido biológico-genérico: en una de las escenas más perturbadoras de Lulú, el personaje de Nahuel Pérez Biscayart se pinta los labios para enseguida seducir y robar a una farmacéutica.


Después de haber visitado con El ángel (Argentina, 2018) una narración más convencional, y consecuentemente haber hecho una película realmente accesible para los grandes públicos y haber conseguido un gran éxito de taquilla, Ortega no abandona los grandes presupuestos, las grandes producciones y los grandes nombres pero aprovecha todos y cada uno de esos recursos para volver a sus raíces. La historia del jockey del título, perseguido por una banda delictiva, que podría ser un típico e intenso thriller, se transforma en una película realmente inabordable, donde todas las fronteras son desdibujadas: fronteras sexuales y genéricas, con un personaje principal que durante buena parte de la película es hombre y después es mujer ‒maquillaje, vestuario y hasta todo tono de voz incluido‒ sin que haya una explicación fuerte de su cambio; fronteras lingüísticas, donde conviven en un mismo verosímil diferentes acentos españoles ‒mexicanos, peninsulares‒ hablando en el dialecto porteño (escuchar el “argentino” con acento mexicano de Daniel Giménez Cacho es uno de los placeres de la película); y, finalmente, las fronteras narrativas, con un relato que pareciera tener como lema la falta de relaciones de causalidad entre las acciones y los hechos. Ahí tenemos al bebé blanco que se vuelve negro, los policias que se vuelven jockeys, el mismo jockey protagonista que puede dar cuenta de experimentados mafiosos, y gente que literalmente puede caminar y hasta descansar en las paredes y techos de las habitaciones. Ver para creer.

Reconocemos que estas mezclas pueden restar homogeneidad y concisión a la historia como un todo, pero Luis Ortega sigue filmando y ya en algún momento todas las piezas encajarán con mayor perfección. Lo importante es que su cine, desde hace ya mas de 20 años, se sigue moviendo.

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