La Virgen de la Tosquera

 

Por Salvador Savarese

Al mismo tiempo que a fines de la década de 1990 iban surgiendo y solidificándose narrativamente las líneas directrices de lo que se llamó el Nuevo Cine Argentino (a grosso modo: actuaciones naturales, historias de peripecias mínimas y muchos etcéteras), de manera subterránea se iba gestando una serie de películas que apelaban al género fantástico y de terror como su eje narrativo. Películas de mínimo presupuesto y sin apoyo estatal ni de fondos extranjeros ‒independencia de la independencia‒. Es significativo que tanto uno de los clásicos indiscutidos de estas películas, Plaga zombie (Pablo Parés y Hernán Sáez) como un clásico indiscutido del Nuevo Cine Argentino, Pizza, birra, faso (Adrián Israel Caetano y Bruno Stagnaro), sean del mismo año: 1997. 

Este Nuevo Cine Argentino también permitió la eclosión de las cineastas mujeres: desde la figura señera de Lucrecia Martel, nombres como Paula Hernández, Albertina Carri, Lucía Cedrón, Anahí Berneri y muchas otras ayudaron a llenar al cine nacional de miradas femeninas que antes de esa década contaba con pocas. Desde ya en ellas los temas son los elementos menos importantes: hay un tono en las películas que es difícil de encontrar en las dirigidas por hombres. 

Estamos hablando de procesos que comenzaron hace más de un cuarto de siglo y algunos movimientos se evidenciaron: por un lado ese cine argentino de género se afianzó tanto en lo productivo como en lo institucional (en el mercado del cine Ventana Sur hay una sección dedicada exclusivamente al mismo) y consiguió su primer gran suceso con el estreno de Cuando acecha la maldad (Demián Rugna, 2023), un acontecimiento cuya repercusión en el día a día con mucho supera los aproximadamente 200 000 espectadores que hizo en cines nacionales. 

Por otra parte, el cine realizado por mujeres también siguió consolidándose narrativamente y abordando todos los géneros posibles: ya no resulta inusual que una mujer realice policiales, como es el ejemplo de Natalia Meta en Muerte en Buenos Aires (2014). Finalmente, en estos más de 25 años el público se modificó no solo en rango etario sino en el modo de consumir los audiovisuales: los dispositivos electrónicos reemplazan a las salas cinematográficas, las narraciones se vuelven cada vez más cortas y el viejo zapping se impone finalmente en forma del nuevo swipe. Cómo hará el cine para dar cuenta de estas nuevas épocas es toda una incógnita. Hay intentos, pero la estrategia más usual es simular que los nuevos tiempos no existen y ubicar las historias en un pasado no muy lejano pero más analógico. 

La Virgen de la Tosquera, realizada por Laura Casabé y presentada en el Festival de Sundance de 2025, participa de todos estos temas. Por un lado es un relato plenamente inscrito en el género del terror: en una atmósfera apocalíptica y ominosa siempre agobiante, asistimos a mendigos que llevan carritos inmundos y que, injuriados, maldicen vecindarios; abuelas que realizan hechizos de tiempos inmemoriales; besos que se transforman en mordeduras y desgarros; una mujer que permanentemente se va muriendo fuera de cuadro y, como ámbito que engloba a todas estas desgracias, una Argentina cayendo en una de sus tantas crisis económicas, con familias rotas por la emigración y su resultado de soledad y resentimiento. Es en ese marco donde la puja entre dos mujeres ‒una, Natalia, saliendo apenas de la adolescencia y bella, y otra, llamada Silvia, menos agraciada pero mayor y más experimentada en el mundo y en la vida‒ por el afecto de un joven se resuelve de una manera sobrenatural y sangrienta. 

Por otro lado es un relato donde el female gaze, ese mirar femenino, es omnipresente. No solo en objetos y actitudes particulares como maquillajes, vestuarios, afeites, maneras de abordar o idealizar al otro género, sino en el tono del relato: seco y sin concesiones a la compasión. Este tono ya se encontraba en los cuentos de la autora Mariana Enríquez en los que se basa la película, “El carrito” y “La Virgen de la Tosquera”, aparecidos en su recopilación Los peligros de fumar en la cama. Pero incluso en estos cuentos hay una válvula de escape a través de cierto humor asordinado. En la película, la espiral de horror que se va acumulando a partir de la paulatina toma de conciencia por parte de la protagonista de un “no ser como los demás”, es incontrolable. El de Natalia hacia Silvia es un odio feroz, irracional, incomprensible incluso para sus seres más cercanos.


El nombre de Mariana Enríquez y sus libros han conectado mucho con las nuevas generaciones y. por lo menos en los cuentos de Los peligros…, es una conexión paradójica: la mayoría parecen acontecer en los años noventa, llenos de teléfonos fijos, remises y mucho tabaco. La internet es cosa de cibercafés donde los primeros encuentros virtuales se comienzan a dar en las salas de chats. Este mismo universo es recreado en la película (no es la única recreación: la historia transcurre en algún lugar del conurbano bonaerense pero fue filmada en la provincia de Mendoza) y le da un anclaje histórico que muy pronto va a ser arrasado por la crisis económica de comienzos del 2000 y la revolución digital de los smartphones a partir del 2007. 

El ambiente que se plantea es desolador. Una Argentina amarga y llena de tradiciones irracionales, un ambiente seco y hostil, una adolescente cuya entrada a la juventud puede entenderse como una toma de conciencia de un mundo muy otro, más atávico. ¿Pero es tan así? Una de las grandes virtudes de la película es que en no pocos momentos la ambigüedad invade al relato: ¿el enojo de la protagonista está tan justificado o es solo la expresión de una culpa mal manejada? Silvia, la amiga mayor y más viajada y más vivida, ¿es realmente así o solo tiene experiencia en inventar esas vivencias sobre las cuales permanentemente está hablando? ¿Cuántos de todos los pesares que sufre el barrio (cortes de energía, inseguridad vial, enfrentamiento social) no son más que la expresión del día a día del país? Como en no pocas películas, es el compromiso de no resolver esa ambigüedad, aunque por cuestiones genéricas termine decantándose por una de las dos lecturas, lo que resalta más en La Virgen de la Tosquera.

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