Senda india
Por Pablo Gamba
Senda india (Argentina, 2024) es el tercer largometraje en el que Daniela Seggiaro trabaja con personajes y comunidades Wichí y sobre sus problemas como pueblo originario en la provincia de Salta, Argentina, donde ella nació en la ciudad del mismo nombre. Con su ópera prima, Nosilatiaj. La belleza (Argentina, 2012), Seggiaro ganó el Oso de Cristal en la sección Generation 14 plus, en el Festival de Berlín, y por su segunda película, Husek (Argentina, 2021), recibió el Premio Georges de Beauregard en el FID de Marsella.
El recorrido de Senda india comenzó menos rutilantemente, en el Festival 3 Continentes de Nantes, fuera de competencia. El principal mérito de esta película es que corona el compromiso que la cineasta ha mantenido durante más de una década con el pueblo Wichí con una obra en la que los indígenas son realizadores de la mayor parte del material de archivo con el que la cineasta trabaja, pero que no por eso deja de ser una pieza de cine documental de autor.
En inglés la película se conoce como Our Demand (Nuestra demanda) y está hecha principalmente con videos que grabó una comunidad wichí como parte de un proceso judicial contra una empresa privada, para documentar su presencia ancestral en unas tierras en disputa y demostrar así que les pertenecían a ellos. El registro se hizo a comienzos de los noventa, como consta en las fechas que les asignó la cámara, pero por una apelación de la primera sentencia, favorable a los indígenas, el reconocimiento de la propiedad se demoró hasta 2021.
El material, por sí mismo, tiene una historia, como todos los archivos. Seggiaro contó en una entrevista con GPS Audiovisual que tuvo acceso a una parte de los VHS cuando era estudiante de cine, pero no pudo verlo entonces por una cuestión técnica. Solo cuando estaba trabajando en Husek logró que le digitalizaran las imágenes en el Museo del Cine, y allí comenzó el proceso de investigación que la llevó a la comunidad y a conocer el resto de lo que registraron, que en total cubría alrededor de treinta horas de filmaciones.
Un aspecto destacado de Senda india es que el montaje no responde anacrónicamente al objetivo judicial ni es didáctico por lo tocante a la disputa de las tierras. Tampoco conforma una versión épica de la lucha, aunque triunfó. En el trabajo con las imágenes no se buscó construir un nuevo relato sino encontrar el que hay en ellas, contado por quienes incluso aspiraron a hacer cine. En una parte se escucha que alguien dice, en off: “Si nosotros aprendemos, podemos sacar filmaciones artísticas”. La premisa de Seggiaro parece ser que lo fundamental es la presentación del registro. Pero en esto tampoco se percibe la actitud paternalista de “dar voz a los sin voz”.
Por el contrario, la dominante es el diálogo entre la condensación del material del archivo indígena y el impulso contrario, de fragmentación, de la autora implícita de la película. Se percibe lo segundo en las interrupciones que hay en la edición de los VHS, por ejemplo, así como en el prólogo, que aporta elementos de contexto pero en fragmentos, con disyunción de la imagen y el sonido, además. Igualmente en el agregado de segmentos de entrevistas en voice over y en los planos acompañados de textos en pantalla que dividen en capítulos la parte del archivo.
Un problema es que esta fragmentación se halla en contradicción con los textos explicativos que también se ven en pantalla, al comienzo. Conocido así el desarrollo y desenlace del conflicto, el recurso de la fragmentación pierde gran parte de su poder de desestabilizar la historia. Pasa a cobrar relevancia, en cambio, como una cuestión autoral.
El montaje resalta, además, el registro autoetnográfico de la vida de la comunidad que actúa organizadamente en defensa de sus intereses vitales. Por eso hay numerosas escenas que otro director quizás hubiera omitido, de momentos de relajamiento y descanso de los indígenas, junto con criollos que los acompañaban, por ejemplo, o del aprendizaje en el manejo de la cámara.
Aunque el texto que resume la historia traslada el conflicto del ámbito político hacia la vía institucional, a pesar de los poderosos intereses económicos en juego que se identifican al comienzo, no falta la escena en la que hay un giro para mostrar el poder de los indígenas llevando a efecto las decisiones a su favor con el desalojo de un ocupante y el desmantelamiento de sus construcciones ilegales, lo contrario de lo que solemos ver en los noticieros y las películas. Es la parte en la que ellos hacen la justicia que desde largo tiempo han buscado, sin escamotear el problema de la analogía de lo que se ve allí con las prácticas de la policía y las empresas.
Senda india no se ha estrenado en Argentina, pero se presentó en la muestra Contracampo, paralela al Festival de Mar del Plata. También en el Festival de Entre Ríos y el Festival de Cine Latinoamericano de La Plata. Es un gesto que cobra importancia en el marco de las políticas del gobierno “anarcocapitalista” de Javier Milei, uno de cuyos objetivos es desmantelar las conquistas de derechos de los pueblos originarios. En el contexto del documental indigenista nacional, el trabajo con el archivo y el estilo la ubican en el campo renovador de películas como Enviado para falsear (2021), de Maia Navas, sobre la que escribimos en el blog, frente a las que aún incurren en la contradicción de cuestionar lo establecido siguiendo modelos hegemónicos.
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