Pimpi y Palo Alto
Por Jhonny Carvajal Orozco
Pimpi (2023) y Palo Alto (2024) son dos cortometrajes de Andrés Mosquera, realizador audiovisual del Chocó, Colombia. El primero fue su tesis de grado en la carrera universitaria de Cine y Televisión y el segundo es su más reciente trabajo, que se estrenó en la competencia nacional experimental del Festival Bogoshorts el año pasado. En ambos proyectos se evidencia el interés de Andrés por establecer un diálogo con su afrodescendencia, destacando y explorando aspectos geopolíticos, demográficos y culturales que se relacionan con la diáspora africana desde un punto de vista personal.
Sobre el estilo, en su obra es característica la combinación de elementos que recuerdan los modos documentales poético y expresivo que sugiere Bill Nichols. Da protagonismo a lo formal y lo sensorial a través de recursos estéticos utilizados comúnmente en producciones de tipo videoclip, como el uso de música, montaje rítmico, un componente visual que involucra la diversidad en el manejo del color y el ruido, además de la simulación de grabación en formatos analógicos y una atención particular al diseño gráfico.
Los festivales en los que ha estado Pimpi tienen mucho qué decirnos sobre la película. Me encontré con el corto por primera vez en el festival de cine social y comunitario Salvaje, se presentó en el Black Star Film Festival (que se centra en películas sobre y realizadas por personas negras e indígenas de todo el mundo) y recientemente estuvo en el Mamut (festival de memoria audiovisual de Medellín). Partiendo de estas tres muestras nos encontramos con los tres ejes principales del corto: lo comunitario, la afrodescendencia y el archivo.
De manera asociativa se muestra una serie de imágenes de centros hospitalarios que oscilan entre la decadencia y la ruina para extender los cauces del abandono estatal como problema geopolítico a todo el pueblo y todo el departamento. Esto contrasta con la que para mí es la escena más memorable del corto: una procesión religiosa en donde la sensación de movimiento causada por el efecto de stop-motion y la energía del montaje rítmico, al unísono con la música, se presentan ante el espectador de una manera sensorialmente acogedora a la vez que conmovedora. Este tipo de relaciones de los acontecimientos pretende, en últimas, una visión esperanzadora desde la resiliencia, más allá de las condiciones sociales, económicas y políticas presentes en la vida de los habitantes del pueblo.
Un elemento predominante en el corto es el uso de la voz en off, que ensambla una narración simulada (por un familiar) en primera persona del Sr. Ebrin Mosquera con un conjunto de entrevistas en audio a sus allegados. Aunque debo admitir que este recurso no es santo de mi devoción, entiendo que opera como dispositivo para reconstruir los hechos de la realidad histórica dentro del corto. “Tampoco estoy seguro de si estas memorias son completamente mías o son de alguien más, lo único que sé es que en el Chocó nací y en el Chocó morí. Esto no saldrá en los periódicos ni en las noticias, porque a nadie le importa un negro muerto”. Este carácter recital y testimonial de la voz sumado al uso de cantos y coros a capella nos permiten aproximarnos a una narración en la se parte de lo individual para hallar el sentido de lo comunitario y lo colectivo. Pimpi es un corto que se antepone a la marginalidad para hablarnos con voz propia sobre la voluntad y la resistencia cotidiana de la gente negra en el pacífico colombiano.
Así pues, para la viajera el camino significa sumergirse en sí misma y apropiarse de su identidad por medio de la reconstrucción de su propia imagen a través de otras imágenes que se relacionan con la cultura negra. Esta idea de apropiación habita también en otros dos componentes de la forma fílmica en esta película: por un lado, en el proceso de construcción de la obra de Mosquera a partir de la apropiación de material de archivo encontrado en internet y, por otro lado, en su crítica de la apropiación de elementos que pertenecen a la cultura afro y su sobreexplotación como recurso para lo publicitario, incluso relacionándolo con la esclavitud. Un ejemplo de esta forma de usar y significar las imágenes apropiadas/sobre apropiación es la escena en la que el brujo indica a la viajera el tratamiento que curará sus penas. Esto lo notamos en la apariencia del brujo-guía. Utiliza un aspecto comúnmente asociado a la figura del rapero, que además es registrado a manera de fashion film, estableciendo un diálogo convergente entre todas estas ideas de apropiación.
En Palo Alto el concepto del ruido tendrá un desarrollo redondo cuando su exploración y experimentación se relacione con el espacio liminal inducido por el brujo, una vez que la viajera desea acceder al interior de su mente. Las variaciones de textura, color, saturación y forma en el ruido de la imagen nos ubican en un espacio de transitoriedad que se debate entre el sueño y la vigilia, dando paso a la posibilidad de imaginar otros presentes y otros futuros, posibilitando una reflexión sobre la identidad que surge de una breve abstracción de todas las imágenes que presenciamos con anterioridad. “¡Basta de vivir para la cultura, no somos esclavos de nadie!”, concluyen contundentemente el ruido y la voz. La privación sensorial implica la creación de esta experiencia audiovisual que termina de dibujarse en paisajes desérticos donde lo único que queda es deambular esperando la última ola.
Mosquera refleja en su propuesta una voluntad genuina por entender su herencia a partir de un enfoque autoral, conectando íntimamente con su genealogía desde lo que le mueve internamente como lo familiar, lo cultural y sus influencias artísticas. Veo en su trabajo una gran posibilidad de desarrollo y crecimiento por medio de la rigurosidad conceptual y formal, llevando sus características estilísticas aún más profundo en el terreno de lo político, como representante del Chocó y de Colombia para el cine afro contemporáneo.
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