Puro andar
Por Pablo Gamba
Puro andar (Bolivia, 2025) se estrenó en la sección Cortos y Mediometrajes del Festival de Rotterdam. En la filmografía figura como la sexta película de la cineasta y artista boliviana Luciana Decker Orozco, pero yo la ubicaría sobre todo en el conjunto que componen las tres más recientes, realizadas durante o después de sus estudios de cine en los Estados Unidos. Las otras dos son Spoils (Bolivia, 2023) y Lo que los humanos ven como sangre los jaguares ven como chica (Bolivia, 2023), sobre las que escribimos en este blog. Con ellas ha tenido un recorrido que la ha llevado a festivales como el de Locarno o el FICUNAM, y también de cine experimental, como Light Matter.
Decker Orozco comenzó a formarse como cineasta en tiempos de renovación del cine en Bolivia. A comienzos de la segunda década del siglo XXI, realizadores como los del grupo Socavón marcaron una ruptura con lo que desde los años sesenta identificaba al país en la historiografía: el “cine junto al pueblo” realizado y teorizado por Jorge Sanjinés y el grupo Ukamau.
Por su trabajo con una persona proveniente de un pueblo originario, que fue su nana cuando era niña y con la que hizo un largometraje, pareciera que esta cineasta se ubica en el campo de la etnografía experimental, la cual tiene exponentes destacados en el cine latinoamericano contemporáneo como Alexandra Cuesta, Felipe Esparza, Laura Huertas Millán o Ana Vaz. Pero el interés de Decker Orozco parece más el de una joven criolla, con formación universitaria en el país y el extranjero, en indagar en su identidad boliviana, en la relación con los indígenas y el paisaje de su país, y en el choque cultural con los Estados Unidos, que es el tema de Spoils.
Hay una referencia literaria en las líneas de presentación del corto en la web de Rotterdam: el retablo o capítulo “Puro andar” del libro El pez de oro (1957), del escritor indígena peruano Gamaliel Churata. Pero aunque el film toma de allí el título, no se trata de una adaptación del texto sino de un intento de apropiarse del “montaje literario”, crítico del realismo, de Churata. Es algo cónsono, además, con el rechazo de este autor de las representaciones idealizadas del “indio” y su opción por expresar lo originario mediante procedimientos narrativos vanguardistas y, por tanto, indígenas y modernos.
Es por medio del montaje principalmente que se trata la cuestión identitaria en Puro andar. Parte del exterior, de un paneo en gran plano general de viviendas urbanas al pie de una montaña, en Bolivia, para ir hacia otro espacio que es interior, en el sentido de que es la memoria de ese y otros lugares, fuera del país inclusive, y metafóricamente hacia adentro del cuerpo, hacia las entrañas.
En relación con esto entran en juego recursos que toma del cine experimental en formatos fílmicos, pero que son también reapropiación del motivo del temblor de Churata. Desestabilizan aquí la representación objetiva inicial del paisaje y lo abren a las dimensiones de la percepción alterada y de lo onírico. Siento que la vibración de la imagen ‒y el temblor del aire, según un texto en pantalla‒ son como un masticar lo que se ve para que se adentre en el cuerpo.
Las entrañas son otro motivo que pueden atribuirse a Churata y uno más la digestión, según una entrevista que le hice a Decker Orozco en Los Experimentos. Lo primero se reconoce en el lugar común de las cavernas como interior de aspecto orgánico de la tierra y de comunicación con el mundo de los muertos, con la memoria de los antepasados, pero aquí también en los sonidos reveladores del interior del cuerpo.
Cobra importancia la digestión desde el comienzo en una escena de comida. La puesta en plano y el montaje no son los que habitualmente serían de personajes que se sientan a comer, sino de alimentos y bocas por las que la comida entra y se hace parte de los cuerpos de una mujer mayor y de los que comparten la mesa con ella.
El tránsito que también es la digestión traza la línea del desarrollo de este cortometraje. Los fragmentos que componen el paisaje parecen incongruentes o incluso contrarios, pero al digerirlos se integran con fluidez lo nacional y lo extranjero, lo originario y lo criollo, lo ancestral y lo moderno; el placer y el miedo, el oscuro interior de las cavernas y las montañas bajo el sol. El puro andar del título se confronta así con las concepciones rígidas de la identidad.
Hay un presagio de otras conexiones que crea este fluir en la escena de la comida del comienzo. Una gotera, misteriosa allí, se asocia con la caída de agua entre musgos verdísimos que veremos después, con una cámara sutilmente lenta que subraya su aspecto, ya no onírico sino alucinante. El agua es además, por sí misma, una metáfora del fluir en el cortometraje. Es también el flujo conexión entre las entrañas cavernosas de la tierra o las raíces, y las que las tuberías son del espacio urbano; entre la comida indígena del comienzo, y la reunión de jóvenes criollos y mestizos de clase media al final.
Por lo que a lo sensorial respecta, se destaca el modo en que Decker Orozco emplea de nuevo el sonido para producir impresiones cuasigustativas. En una nota señalé su capacidad de transmitir asco en Spoils. Aquí nos hace sentir la materialidad de los alimentos como si tuviéramos algo sabroso en la boca.
Pero uso más interesante del sonido en Puro andar es el que explora la onomatopeya, ese lugar fronterizo en el que percibimos una continuidad del lenguaje humano con los ruidos de la naturaleza. Lo hace con una expresión de Churata que en la banda sonora se hace ambigua por lo que respecta a su distinción del ruido, pero que tiene el correlato visual de la escritura. Sentimos así también cómo el lenguaje se traga el sonido del mundo, y es como si lo masticara antes de digerirlo en estas palabras que aún no son palabras. La materialidad de la imagen que el mundo material fija en el film es, a su vez, puesta en evidencia por los textos escritos raspando la película, entre otros recursos.
Es cierto que podemos reconocer en todo esto un pensamiento académico contemporáneo, como también en el interés por la obra de Churata. Tenemos que relacionarlo con los estudios de posgrado de Decker Orozco en literatura y cine, y actual la búsqueda de reconocimiento de la legitimidad y el valor de las obras y sus autores en el campo cinematográfico por la vía de la demostración de “capital cultural”, como diría Pierre Bourdieu. En los mismos términos se le podría cuestionar la borrosidad que adquiren las diferencias de clase en su concepción fluida de la identidad. Hay que añadir a esto que la frase escrita en inglés hace evidente la circulación que aspira a tener la película, y no dejará de plantear la pregunta estúpida de por qué no está en español, como si esa otra lengua no pudiese ser parte también de la identidad de una boliviana.
Pero el valor de Puro andar no proviene de las referencias sino de la manera como la realizadora ha sabido devorar este conocimiento para hacerlo parte del cuerpo sensible de su obra. De este modo sigue también una tradición que se remonta a la antropofagia de los modernistas brasileños de comienzos del siglo pasado. Ir al encuentro de lo indígena, además, es un gesto que reitera en europeos y criollos en tiempos en los que estas identidades entran en crisis, lo que podemos atribuir hoy a causas cada vez más evidentes en todo el mundo.
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