Una temporada en la frontera

 

Por Pablo Gamba 

En el Festival Punto de Vista, en Navarra, España, en la sección oficial, está Una temporada en la frontera (Argentina, 2024). Es el segundo largometraje de la cineasta y artista argentina Ile Dell’Unti, que vive y trabaja en el norte del país. Se estrenó en el Doc Buenos Aires y fue parte también del IDFA. 

Esta película se articula sobre la base de la lectura de cartas que intercambiaron dos hermanas argentinas entre 1977 y 1989, con un epílogo en 1994. Las que las escribieron son Julia y Claudia Meirama, madre y tía de la cineasta, respectivamente, que se separaron a finales de 1977 o comienzos de 1978. Fue después de que represores de la dictadura secuestraran y torturaran a Claudia, y la liberaran para que espiara a una organización de la que había sido parte, en la ciudad de Paraná, provincia de Entre Ríos. Pero lo que hizo fue huir del país, asilarse en Suecia y rehacer allí su vida. Julia se quedó en Argentina, aunque Claudia le avisó que también la espiaban. 

Esto se informa al comienzo del film en voice over. Opera como un prólogo que transmuta la correspondencia en novela epistolar. El plano detalle que se ve allí, de una mano que junta estampillas suecas, es clave para darle verosimilitud a las cartas porque mostrarlas es uno de los lugares comunes que se evitan. Tampoco hay fragmentos de películas familiares ni fotos, a pesar de que la constante referencia a ellas en las cartas crea expectativa acerca de que aparezcan. 

Una historia familiar y política se desarrolla a lo largo de las cartas, con la posibilidad del reencuentro de las hermanas como ingrediente de suspenso. Pero hay en esto, sobre todo, algo que me hace pensar en Heimat es un espacio en el tiempo (Alemania, 2019), de Thomas Heise, por la manera como la Historia, con mayúscula, se construye a partir de lo que se cuentan Claudia y Julia. Es también revelador lo que callan, sobre lo que no escriben. En contrapunto con la expansión de la intimidad hacia lo nacional y lo internacional, hallamos esta profundización con la ayuda del psicoanálisis, inclusive. Los espectadores y espectadoras también tenemos que “analizar” cómo los traumas se expresan en comportamientos que no parecen vinculados. 


Una temporada en la frontera también se aleja de otros lugares comunes del cine de la memoria. Se inscribe entre las películas que lo renuevan para mantener su vigencia con un giro del tiempo al espacio, en lo que una referencia clave en Argentina son los documentales de Jonathan Perel ‒como Toponimia (2015) o Camuflaje (2022)‒. Del relato ilustrativo se aparta igualmente, hacia a la comparación entre dos historias. Es un viraje que comprende la confrontación del país de una de las más espantosas dictaduras de la historia latinoamericana, y una provincia en particular, Formosa, con la Suecia que se convirtió en modelo del éxito de la socialdemocracia. 

A esto se añade otro giro, del pasado al presente, en la relación entre el sonido y la imagen. Entra en juego allí el que quizás sea el dispositivo más riesgoso de la película. Me refiero a dos personajes que escuchan con auriculares la lectura grabada de las cartas en lugares de Suecia y Argentina, y que en diversas partes de la película sirven también de pretexto para introducir el tópico de poner al descubierto el proceso del rodaje. Más allá de eso, producen una tensión porque, si bien por su juventud lógicamente estas mujeres no pueden ser Julia ni Claudia, lo que introduce un elemento de distanciamiento del espectador o espectadora respecto a ellas, su presencia de algún modo responde a la necesidad de dar cuerpo a las voces. 

Por otra parte, el espectador o espectadora podría identificarse con los personajes, no como narradoras sino en tanto narratarias, como destinatarias en la actualidad de la lectura de la correspondencia del pasado. De esta manera crean un lugar en el presente de la escucha para lo que las hermanas se escribieron hace muchos años y para la consecuente confrontación de ambos tiempos, además de los lugares de Argentina y Suecia. Pero esto se halla marcado siempre por la tensión con el distanciamiento que también produce este recurso, en tanto de algún modo las mujeres tendrían que ser como Julia y Clandia, respectivamente, pero no lo son. 

Así como los personajes son claves por lo que respecta al giro temporal, lo son también con relación al espacio, a la manera como el montaje de los planos en los que aparecen, y de otros planos, tiene como eje la arquitectura. Esto encuentra una motivación en la historia porque las dos hermanas estudian esa carrera, y será su profesión. Por tanto, opinan sobre la materia. 

La arquitectura es aquí un modo de confrontar identidades nacionales entre Argentina y Suecia más productivamente que el contraste entre dictadura y democracia o entre paisajes naturales. Es significativo al respecto cómo las edificaciones, los espacios públicos y el diseño de interiores conforman la manera de vivir de una sociedad, pero su diseño puede expresar también la aspiración a transformarlo. En los intercambios en torno a esto aparece en el film otro tiempo: cómo se pensaba el futuro en el pasado, y, por ende, cómo lo no logrado de esas aspiraciones nos interpela en el presente.


Del cambio de los países en el tiempo también trata la historia que puede construirse a partir de las cartas. Creo que es otra diferencia importante aquí con respecto a la memoria que se detiene en épocas específicas, como la dictadura. Son reveladores al respecto los silencios en torno a la política hasta que el tema regresa a la correspondencia con la democracia en Argentina. En el caso sueco es lo contrario: el deslumbramiento inicial de Claudia se diluye en la medida en que se integra al país construido por la socialdemocracia, y se van revelando contradicciones y problemas en la aparente sociedad perfecta del comienzo. Esto tiene un correlato en la espectralidad de algunos planos que desestabilizan la impresión de realidad con recursos como los reflejos, y que son comentarios del personaje de la cineasta que se ve fugazmente filmando. 

El contrapunto imagen-sonido también se emplea significativamente en otras partes de la película. Recuerdo en particular un mural patriótico de soldados con bandera y FAL, que escalofriantemente se ve aún hoy en un espacio público de Formosa, como si allí se abriera un túnel del tiempo que lleva a la época de la dictadura, y las obras de arte político de la parte que se desarrolla en un museo en Suecia. 

Estas pistas, en tanto orientadoras del espectador o espectadora, no contradicen, sin embargo, el hecho de que Una temporada en la frontera exige una intensa participación. En este sentido, por el ángulo de las opiniones que se expresan en las cartas, y su disidencia del peronismo de izquierda, que sigue siendo de gran influencia en la cultura, es una película provocadora en un país con tanta pasión por el debate político como sigue siendo Argentina. 

Pero lo más significativo es la manera como la película se expande y se contrae, yendo y viniendo de lo público a lo privado. Construye así líneas narrativas que se siguen a través de ambas facetas y que atrapan con la expectativa de que se encuentren los dos personajes, que se van dibujado con una nitidez cada vez mayor. En este documental de la lejanía temporal y geográfica, todo se mantiene así en estrecha conexión con la vida, y es quizás el aspecto central de su lucidez política, aunque la artista que experimenta con la forma construye también distancia al respecto y abre un juego que puede llevar el pensamiento hacia otras consideraciones.

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