Las reglas del juego y En el cine

Por Salvador Savarese 

Esta historia tiene varias etapas. En Italia, durante la década del ‘40, surge el movimiento cinematográfico llamado neorrealismo. Su influencia en los cines de todo el mundo no solo se evidenció en el hecho que permitió demostrar que hacer un cine más próximo a la realidad no disminuía su potencia narrativa o emocional, sino que también, en las manos de directores inteligentes, podía reproducir una autenticidad que el estudio nunca podía dar. 

Los franceses, inspirados por los escritos de André Bazin, valoraron este movimiento como una manera de relacionar el cine con la realidad a través del tiempo. El neorrealismo, según ellos, registraba el fluir de la realidad al captarla no solo en el espacio sino también en su ritmo, diferente al generado por la ficción. Todo es debatible, pero lo cierto es que con estos críticos cuando se volvieron realizadores y generaron el movimiento llamado Nouvelle Vague intentaron registrar los tiempos de los lugares que filmaron. 

El director que más a fondo llevó este programa fue Eric Rohmer, quien consiguió captar los tiempos de Francia ya sea tanto en la década de los ‘60 como en la década del ‘80 o del ‘90, con películas tales como La panadera de Monceau (1964), Les nuits de la pleine lune (1984) o Les rendez vous de Paris (1995). Algo de ese clima Rohmeriano ‒el equipo mínimo, el énfasis en el plano secuencia, la valorización de la palabra y el respeto a la geografía y al tiempo de la ciudad‒ encontramos en las dos películas presentadas por Matías Szulanski en el BAFICI 26, Las reglas del juego y En el cine

Ya desde su título, exactamente igual al del clásico de 1939 de Jean Renoir ‒director que influenció fuertemente tanto a los neorrealistas como a los directores de la Nouvelle Vague‒, Las reglas del juego remite a una filiación del cine francés. Su tema también: la pareja protagonista se ve en conflictos por la aparición del ex novio de la ex novia del protagonista. A partir de esa aparición, comienzan una serie de encuentros de a dos: el protagonista y su novia, el protagonista y su ex novia, el protagonista y la actual novia del ex novio de su ex novia y así la trama seguiría complicándose hasta el infinito si no fuera porque la novia actual del protagonista decide pasar a la acción. Muy complicado, muy francés, muy placentero. En fin, muy rohmeriano: de hecho, uno de los personajes va componiendo una canción con los títulos de las películas del maestro (aunque haya un poco de trampa con la inclusión de un “beso robado” de François Truffaut) y el director reconoció esa influencia en el la charla posterior a la proyección. 

 
 
Más que en la complicación de un asunto, En el cine se basa en la repetición de un mismo motivo: un chico y una chica se conocen a la salida de un cine después de la proyección de una película, él la acompaña a ver guitarras, ella canta, comparten un café, él le da un beso ‒o no‒, ella se encuentra con una amiga que le cuenta una anécdota divertidísima, y después la chica entra a otra función de cine. Al principio esa repetición es muy desconcertante, pero cuando uno entra en el juego, es muy placentero ver cómo hay pequeñas divergencias que crean expectativas sobre si esa vez esa sucesión de hechos termina de manera diferente. Pero también se genera de a poco una sensación angustiante por los personajes condenados a una y otra vez a vivir lo mismo, como en la película Hechizo del tiempo (Groundhog Day, Harold Ramis, 1993) pero sin la autoconciencia de los personajes. La solución vendrá a partir de un deus ex machina muy particular que incluso involucra la mismísima filmación de la película. 


Estos films son muy cortitos ‒no llegan a los 80 minutos‒, hay mucha juventud por todos lados y las situaciones son divertidísimas. La verdad que uno la pasa bien viéndolas. Pero nos habíamos quedado en el neorrealismo: otro de los placeres de la película es ver cómo en ambas se recupera el nuevo pulso del centro de la ciudad. Los personajes vagan y divagan por la zona de Tribunales, que antes de la pandemia de COVID 19 supo ser un lugar de frenéticas corridas de abogados y empleados judiciales yendo iban de un edificio a otro. Actualmente, a partir de los desarrollos en home office es una zona más tranquila, de ritmo más sosegado. Es ahí donde la herencia de Eric Rohmer, que viene de la herencia de la Nouvelle Vague, que viene de la herencia del neorrealismo italiano, se muestra en toda su vigencia en los tiempos quedos de las escenas y en los paneos tranquilos, reposados, con los que Matías Szulanski sigue a sus personajes en esta geografía.

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