Forenses
Por Pablo Gamba
Forenses (Colombia, 2025) ganó el Premio Especial del Jurado en Próxima, la sección que el de Karlovy Vary, como otros festivales, reserva a cineastas nuevos y películas que considera particularmente audaces. Es el segundo largometraje de Federico Atehortúa. El primero, Pirotecnia (Colombia, 2019), se estrenó en el Festival de Rotterdam, y estuvo en el FICUNAM y el Doc Buenos Aires.
Se presenta Forenses como una película de las que llaman “ensayos documentales”, al igual que la anterior. La relación de la memoria con el territorio nacional colombiano podría traer a colación, como referencia de ambas, el cine de Patricio Guzmán. Pero lo que las distingue apunta hacia otro lado, como las libertades lúdicas que se toma otro chileno, Ignacio Agüero.
El título del primer film de Federico Atehortúa lo aclara. Se trata en su caso de la pirotecnia, lo que con referencias literarias podríamos describir como una reivindicación barroca del ingenio poético del pensamiento. Cinéfilamente, como lo revolucionario que esto puede ser en tanto antirrazón, citando al Glauber Rocha de la Eztetyka do sonho. Forenses es una película sobre la búsqueda de los más de 100 000 desaparecidos de Colombia, y el cineasta como narrador argumenta que en su país el tema exige un tratamiento diferente de la razón política que puede ser válida en Chile o Argentina.
En el pensamiento de la Academia, que legitima a películas como esta en la actualidad, encontramos una defensa explícita de la pirotecnia en Jean-François Lyotard. En El acinema valora la energía que con ella se derrocha desordenadamente por el goce de hacerlo, en vez de consumirse poductivamente en el marco del orden del valor, lo que precisa que ocurre en la movilidad extrema de las imágenes, que impide su identificación, o su extrema inmovilidad.
En Forenses encontramos un derroche que no se da de este modo sino en la diversidad material que la compone, en su sensorialidad desbordante, y en el desafío del orden heteronormativo y patriarcal de algunos de sus personajes. Pero sobre todo estalla la pirotecnia en el pensamiento, que no se despliega en cadenas de razones cartesianas sino que ilumina asombrosamente con sus relámpagos de lucidez. Lo hace en contra de esa otra razón, del sentido común y de Lyotard, abriéndose a la perspectiva de la filosofía mesiánica de la historia de Walter Benjamin. Forenses no es un film de puro goce ni para razonar sobre los desaparecidos, sino para redimirlos.
Encontramos en la película tres líneas argumentales. Dos se despliegan, respectivamente, en torno al tío del cineasta, Jorge Arteaga, con el que el problema de los desaparecidos colombianos llegó hasta su familia, y una película inconclusa, que a su modo también desapareció, y de la que Katalina Ángel, su realizadora dice que encontró algunos fragmentos con la ayuda de un internauta que la contactó. La protagonista de la tercera línea es Karen Quintero, antropóloga forense de la Unidad de Búsqueda creada por el gobierno colombiano para hallar los restos de las personas desaparecidas en el marco del larguísimo conflicto armado interno del país.
La voz narradora del cineasta es la que reúne estas historias y personajes con un razonar que me estremece repetidamente. De la búsqueda forense, por ejemplo, dice que es un modo de hablar con los difuntos. “Se desarrolla sobre el terreno a la manera de un lenguaje, y como todo lenguaje se propone borrar o hacer menos clara la separación entre los vivos y los muertos”, agrega. “Lo que invoca cada perforación es al desaparecido, y lo invoca en la ausencia del cuerpo”.
Prosigue con una meditación sobre lo definitorio que es, por tanto, el vacío de la fosa en ese lenguaje, y esto la lleva hacia la tumba análoga cuyo cuerpo desaparecido se interpreta como la resurrección de Jesús en el Evangelio de Juan y marca, así, el inicio del cristianismo.
Es por esta vía que llega el Federico Atehortúa narrador al mesianismo de Benjamin, homenajeando quizás secretamente en esto a Marta Rodríguez, la cineasta junto con Jorge Silva de Chircales (1972) y Nuestra voz de tierra (1981), entre muchas otras películas, discípula de Camilo Torres, el cura que murió en la guerrilla. Concluye su voz en Forenses: “Así podremos pensar en el desaparecido y en su búsqueda como el eje de una potente energía política capaz de fundar una comunidad y desencadenar la revolución más grande de todas”.
Además de destellos como estos, desborda a la razón cartesiana el argumento con sus digresiones insólitas e imágenes que contrapuntean con el discurso del narrador. Un ejemplo en el sonido es un inesperado saludo a Colombia de la “hermana República” del Ecuador y una interpretación de “El cóndor pasa” en órgano sin relación ninguna con su contexto en el film. Otro, más importante, la desestabilización que causan las partes en las que Forenses se desliza sin solución de continuidad hacia las películas que Katalina Ángel rodó para hacerse cargo de una mujer desconocida, trans como ella, que encontraron muerta cerca de su casa, tratando de crear una identidad para la que sepultaron en fosa común como varón no identificado.
Hay detalles políticamente punzantes en lo filmado por Ángel, como la identificación de las trans como guerrilleras y una burla del dirigente de las FARC Jesús Santrich, por los lentes oscuros de un personaje. Pero la pérdida de pie la encontramos cuando la que cineasta llamó Brenda, para darle nombre en la ficción a la desconocida, sueña con un caballo blanco al que le sueltan las riendas y que por su simbología obvia se convierte en motivo, al igual que un altar en el que se hacen ofrendas. Hay otra imaginación que se filtra así en el pensamiento pirotécnico de Forenses.
Pero sobre todo cobra importancia en los desbordamientos la sensorialidad que no encuentra lugar ni siquiera en ese otro orden simbólico. La sonorización que desfamiliariza los fragmentos de La vida y la pasión de Jesucristo (1907), de Ferdinand Zecca y Lucien Nonguet, entre otras partes de Forenses, por ejemplo. Visualmente es patente el desbordamiento en las imperfecciones de los diversos soportes fílmicos que se conjugan con el digital en esta película, a lo que se añade la puesta al descubierto de otra materialidad, la del rodaje.
Por su recuperación y revaloración del poder de la voz narradora y la cuestión del territorio, ubicaría a Forenses junto con otras películas que se valen de recursos análogos para pensar e imaginar a una Colombia que se reconstruye hoy como nación, lo que es también el caso de Bicentenario (2020) y La Laguna del Soldado (2024), de Pablo Álvarez-Mesa, por ejemplo. En cualquier contexto como este, sin embargo, su pirotecnia la distingue, haciéndonos recordar que lo nuevo no puede nacer nunca de una vieja razón.
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