Preludio de un destello, Soy una lesbiana de este país y Conexión desplazada

Por Pablo Gamba 

Preludio de un destello (Argentina, 2024), de Nicolás Onischuk, fue parte de la clausura de MUTA, que terminó el 24 de agosto. Soy una lesbiana de este país (Uruguay-España, 2024), de Rocío Llambí, y Conexión desplazada (Paraguay, 2024), de Raisa Aid, estuvieron en el programa “Territorios del desvío” del Festival Internacional de Apropiación Audiovisual de Lima. 

El cortometraje de Onischuk, que se estrenó en el Festifreak de La Plata, en Argentina, recicla dos filmes valiosos del pasado lejano. Uno es Hände: das Leben und die Liebe eines zärtlichen Geshlechets (Manos: la vida y amores del bello sexo, 1927), del cineasta alemán-húngaro Miklos Bandy, cuya obra se ha olvidado casi por completo salvo esta excepción, y que es también la única película de la fotógrafa estadounidense Stella Simon. El otro es Akt-Skulpturen. Studienfilm für bildende Künstler (Esculturas vivientes: estudio en cine para artistas de la pantalla, 1903), de la firma Messters Projektion del inventor, fabricante de equipos y productor alemán Oskar Messter. 

Las imágenes fílmicas de esos tiempos lejanos y la animación digital de hoy se encuentran en Preludio de un destello, y el resultado se expresa como un magnetismo que se hace visible de un modo gráfico y sonoro que recuerda lo visto en muchas películas a lo largo de la historia, aunque con gran elegancia y desestabilizando también los cuerpos. Es lo que sucede en el encuentro y danza de las manos masculina y femenina en los fragmentos de la película de Bandy y Simon, y es una manera de ahondar en la sinécdoque con la que este film de vanguardia evitaba el melodrama. Parece tierno, pero es también violento, y esto se expresa como un “cortocircuito” en torno a las manos. 

La otra pieza, que es un estudio de dos bellos cuerpos desnudos, de un hombre y una mujer, el magnetismo tiene un sentido análogo. La técnica es similar, pero se destacan, además, los fragmentos por el movimiento que les da a las esculturas vivientes un travelling circular, lo que también los acerca a nuestro tiempo. La interacción física de los personajes refiere a la danza, como en Hände, aunque con poses estáticas, y llama la atención porque ella baila para él, el hombre la carga en brazos y la mujer se hinca a su lado, pero también la vemos a ella de pie junto a él sentado, se sienta encima y tira del cabello del hombre, y baila sola. Nuevamente vemos una complejidad de la relación que desafía lo melodramático, lo que refuerza la percepción del magnetismo como algo físico entre los cuerpos. 

Esta manera de traer de vuelta las imágenes del pasado, sin una voz que las invoque y las sitúe en una exposición o relato, las ordene o desentrañe, es característica de la contemporaneidad fílmica. Aquí le dan valor, además, los recursos que interfieren la representación original y estéticamente la tensan, lo que también es un modo de darle expresión sensorial al viaje del cine a través del tiempo, y de hacer que se sienta en las imágenes, como chispazos eléctricos, su transmutación en el tránsito de la materia fílmica a la digital. 


En Soy una lesbiana de este país hay una intercepción parecida, pero entre video e informática. En este corto, realizado en el Taller Memorias Sinvergüenzas del centro de cultura Tabakalera de San Sebastián, España, la cineasta recurre a tópicos visuales que refieren a los programas de reconocimiento de imágenes en su trabajo con el material de archivo, registros de la primera Marcha del Orgullo en Montevideo, en 1993. Narrativamente, la pieza se desarrolla como una investigación para identificar al personaje de una foto en la que una mujer, con el cuerpo y el rostro cubiertos como se obliga a hacerlo en países islámicos, sostiene un letrero en el que se puede leer la frase del título, y que incluye testimonios de quienes pudieron haberla conocido, que se despliegan como texto en pantalla, citas de correos electrónicos, por ejemplo. 

Hay una ironía en la confrontación de esa imagen con otra de archivo, de una manifestación de hombres, a los que vemos de día, y no de noche, como en la marcha uruguaya, todos con el rostro descubierto, claramente expuesto, aunque lo que hacen es evidentemente ilegal. Otra, más honda, es respecto a la cuestión identitaria, en torno a la cual la película opera de modo irónicamente análogo al Estado en su tarea técnico-burocrática de establecer la identidad con nombre, apellido, género y otros datos de los ciudadanos y ciudadanas, recurriendo aquí a la mirada de una máquina. Es una pesquisa para identificar, establecer quién es alguien que decidió asumir una identidad de género disidente, contra lo que expresan la foto por sí misma y los testimonios: la voluntad de huir de la identificación. Sin embargo, ella misma, al escribir “soy una lesbiana de este país”, quiso decir ciudadana uruguaya lesbiana, que aspiraba a que la identificaran así. 

Sobre estas tensiones se mantiene lúcidamente el cortometraje de Llambí, hasta que al final se transforma. Hay allí un giro en el que el personaje se hace visible para contar su verdad en un video suyo, pero que representa también un desplazamiento de la complejidad a la que se asoma hacia un tipo de claridad que se asocia con la comunicación de un mensaje, con lo militante. 


Conexión desplazada es una pieza de las que hoy examinan críticamente, con la herramienta del video, y valiéndose solamente de imágenes y música, sin voice over farockiana, nuestra relación con las tecnologías de comunicación. La realizadora se interesa en particular por el scrolling

La búsqueda que hace correr imágenes con el dedo en el celular se transforma visualmente aquí en un despliegue simultáneo y sucesivo de innumerables fragmentos en la misma pantalla, dispuestos de diversos modos diferentes de la manera acostumbrada en el teléfono. Acompaña esto una música electrónica minimalista acorde con el ritmo visual, pero que también suena como un resquebrajamiento de las imágenes en este mosaico móvil. Es una característica técnica de desfamiliarización, que por la manera de presentar la acumulación y el uso del blanco y negro, alternado con el colorm y la deformación digital, las abre a otro tipo de percepción. 

De este modo Raisa Aid consigue una pequeña pieza iluminadora acerca de este hábito de consumo insaciable, que hace patente la insatisfacción como terror. Tiene así Conexión desplazada el valor de un chispazo de lucidez, pero en tensión con la fascinación que también ejerce este otro despliegue de las imágenes y nos hace sentir la debilidad actual de la crítica.

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