La corazonada

 

Por Pablo Gamba 

El tercer largometraje de Diego Soto, La corazonada (Chile, 2025), se estrenó en el Festival de Valdivia, donde recibió una mención especial en la competencia y obtuvo el premio del público. En el BAFICI, en Buenos Aires, se había presentado por primera vez el anterior, Muertes y maravillas (Chile, 2023), que ganó el Premio Especial del Jurado y después el de mejor película nacional en el Festival de Documentales de Santiago (Fidocs). Su primer largo, Un fuego lejano (Chile, 2019), sigue siendo un film bastante secreto. 

Soto es un realizador que trabaja sobre la base del vínculo con un territorio. La productora Santiago Independiente lo ha llamado “cine de la VI región”, que sigue la consigna de “muerte al naturalismo”, como indiqué en una nota de este blog sobre Muertes y maravillas. La acompaña otro combate característico de la contemporaneidad latinoamericana, contra el costumbrismo, y una problematización del paisaje. Son búsquedas que se han desplegado de modos diferente en las películas de Soto, aquí como una tensión entre lo local y lo universal, y entre el cine y el teatro de un modo que dialoga con la obra de un cineasta argentino conocido por su trabajo con Shakespeare, Matías Piñeiro. 

Hay un plano que se repite en la película, de un árbol que mueve el viento, visto contra unas montañas. Hace manifiesto un interés por el paisaje, pero a la vez algo intrigante en torno a él que lo desfamiliariza. Primero atrae la atención de uno de los personajes principales sin que quede claro por qué. Después, seduce a un director de fotografía por sus matices de verde y el punto de fuga, algo abstracto. Las dos son experiencias que tienen algo que se nos escapa a los espectadores y espectadores, que va así hacia una lejanía. 

El argumento se desarrolla como un desplazamiento contrario, hacia adentro, hacia la cercanía, con una cámara a la que mueve la atracción por detalles que pueden interferir, inclusive, con el curso de la acción principal. Sigue en especial a un gato y una perrita que se convierte en un centro de atención que tensiona, con su presencia en el plano general, una escena clave de diálogo. 

El espacio se despliega también en torno a un centro en tensión con la lejanía del paisaje y que también mueve desde afuera hacia adentro. Es el singular “balneario” que manejan una mujer y su hijo adulto en su campo y que, como espacio, se articula a su vez en torno a otro elemento central, una pileta o piscina abierta a visitantes. El campo está ubicado en la comuna de Doñihue. Un detalle de producción: es la casa de unos tíos del cineasta, que son los actores principales de la película: Natacha García y Germán Insunza. Es una opción característica del cine de mínimos recursos que realiza Diego Soto. 

Otro círculo concéntrico, abstracto, es el que traza aquí el cine dentro del cine. Inscribe a La corazonada entre las películas contemporáneas reflexivas sobre las adaptaciones del teatro. En esto que hallamos la diferencia clave respecto a Matías Piñeiro, en cuyo cine hay un manejo abstracto de los textos para construir collages o remixes con diversas comedias de Shakespeare. Si bien hay algo de abstracción en la ambientación inversa de La tempestad en La corazonada, que no se desarrolla en un lugar rodeado de agua, la isla de la obra isabelina, sino en una locación cuyo centro es una pileta, la dominante en el manejo del texto es una motivación realista que se construye en torno a la historia del rodaje de una película que adapta singularmente esa pieza. 


También se distingue Soto de Piñeiro por lo que respecta a que recurre a actores aficionados que además hacen de tales en la historia por lo tocante a su interpretación de la obra de Shakespeare. El cineasta argentino, en cambio, es conocido por su colaboración con una tropa de figuras del teatro independiente. Mientras que Piñeiro, además, opta por trabajar los textos sobre la base de su ritmo en sus libérrimos remixes, en La corazonada son el lugar y los intérpretes radicados allí los que les imponen otra temporalidad. 

Pero un aspecto más de la elevación de lo local a lo universal va hacia el universo del cine indie estadounidense, algo que vincula a Soto con otro realizador argentino cuya obra se afirma sobre lo local: Raúl Perrone. Enrique (Inzunza), que se enamora de Nieves (García), es un motoquero errante y marihuanero maduro que parece venir más del mundo imaginario de esas películas que de la localidad y el relato se desarrolla sobre la base de escenas claves del cine genérico que los cinéfilos podemos identificar con facilidad. También hay un juego con la tensión entre el amor y el estilo seco de la comedia deadpan

Al conjugarse Shakespeare y el cine indie, en La corazonada se pierde parte de la singularidad erudita que tenía la elevación de lo local en Muertes y maravillas con sus referencias a la poesía lárica chilena. Hay algo poderoso que se gana a cambio, que es el mayor alcance al que puede aspirar esta película, un potencial del que da cuenta el galardón del público en Valdivia. Pero hay algo que no dejo de extrañar de Muertes y maravillas, y es que aquí hay un mayor deslizamiento de lo local a la “imagen utópica”, como llamaba Raúl Ruiz a la del cine que es “universal” porque sus historias parecen no ser de ninguna parte en especial. Se me distancia así este film. 

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