Unas bolitas de mercurio

 

Por Pablo Gamba 

En el festival Cinemancia de Medellín se estrenó Unas bolitas de mercurio (Argentina, 2025), que estuvo también en WNDX, en Winnipeg, Canadá, y ahora es parte del festival Bideodromo que se presenta en Bilbao. Es un cortometraje experimental de Andrea Márquez, cineasta argentina radicada en Londres. Se rodó en una residencia artística en Los Ángeles, en Super 8 en blanco y negro revelado a mano, con la colaboración del colectivo Echo Park. 

Un concepto que se trae a colación en esta película es “ostranenie” (desfamiliarización), de la tradición teórica del formalismo ruso. Irónicamente, algo que funciona extrañamente en este corto experimental es un recurso que lo homologa con películas con las que estamos más familiarizados. Me refiero a la participación como actriz de voz de Cristina Banegas y su interpretación del personaje de la narradora como si fuera un monólogo dramático. Es un puente que se tiende en el film del cine al teatro, así como el texto trae a colación lo literario en sus motivos y estilo. Son dispositivos que, por su referencia a lo convencional “clásico”, ponen en tensión la cinematografía y el montaje, donde se reconoce lo experimental. Más específicamente ocurre con el motivo del museo de ciencias naturales, ese tópico en que se ha convertido el interés por el conocimiento científico en este cine. 

Otra característica irónicamente extraña y resaltante es la manera como Andrea Márquez trabaja la reflexividad. Se plantea sin la aridez que suele haber en el cine estructural, sin el academicismo que puede lastrar el cine contemporáneo, sin dejar de ser accesible para espectadores y espectadoras no familiarizados con los temas y problemas de la tradición experimental y documental. Contribuye a darle esta frescura la referencia a La jetée (1962), de Chris Marker, que los cinéfilos y cinéfilas podrán reconocer. De este modo se apropia la película de la críptica tradición psicoanálisis lacaniano, inclusive, con el motivo de un sueño y tratar de recordarlo, de navegar sus símbolos. 

Pero el argumento no deja de deslizarse hacia otras referencias. La simbología alquímica vincula el mercurio del título con el poder creador de la palabra, de la imaginación literaria. Se confronta con los reencuadres que se sumergen en las imágenes como con un microscopio, investigando científicamente los detalles. Otro aspecto de la desfamiliarización es que las imágenes en movimiento adquieren, con su tendencia a detenerse en esta indagación, una dimensión en tensión con el flujo del lenguaje verbal y el cine. Es correlativa al deseo que encuentra sus objetos en las piezas del museo, un impulso que lleva hacia esa otra manera de representar que es la colección, parte de la cual está dispuesta en vitrinas que la exhiben de modo análogo a las pantallas cinematográficas. 


Dentro de la colección del museo el deseo conforma otra, que construye en el montaje la atracción de la narradora protagonista hacia la belleza de ciertas piedras. Es un motivo que encontramos en películas experimentales contemporáneas como Something Between Us (Estados Unidos, 2015), de Jodie Mack, acerca de la luz que reflejan las joyas de fantasía. También en Effulgent Gleam (Estados Unidos, 2022), de Leonardo Pirondi, sobre la que escribimos en Los Experimentos. El cineasta brasileño describe la experiencia con las rocas de una cueva, cuando se las ilumina, con referencia a “un espacio liminal entre el ser interior y interior”. Es una expresión poco clara que podría identificarse mejor como un éxtasis, unión mística con las piedras, con lo innombrable que los sentidos descubren en ellas. Hacia allí va también el deseo en este cortometraje, que retrata así a la protagonista invisible del modo que únicamente puede hacerlo su pasión por la colección. Es otro deslizamiento sutil del film del relato hacia el retrato. 

Hay una búsqueda transversal de la belleza en Unas bolitas de mercurio, desde la que hay en el motivo del amor hasta la que se puede hallar en las piedras. Pero también la que le da a las imágenes la textura material del film. Encontramos algo melancólicamente hermoso en las imperfecciones del soporte y su revelado manual, que poéticamente evoca la fugacidad de las vivencias y se halla en tensión con la apertura hacia el futuro de la ciencia, su ficción, así como también confronta la palabra con lo que se percibe pero no se puede nombrar ni imponerle de este modo un sentido. La respuesta implícita a esta melancolía y al saber que diseca animales para exhibirlos en vitrinas es la vida, llamando a vivirla con toda la intensidad que Cristina Banegas puede imprimirle a su monólogo, con el incesante impulso hacia la fuga que igualmente recorre el argumento. El cine incluso parece capaz aquí de devolverle la vida a los animales muertos. 

Esta melancolía y vitalidad son lugares comunes, pero le dan a este corto un aire fresco que no hallo, por ejemplo, en el humor irónico culterano de los falsos documentales de Pirondi. Esta pieza pequeña y poco pretenciosa se presenta, así, en una posición de resistencia a la academización del cine, además de la que hoy legitima la persistencia de las prácticas fílmicas “obsoletas” del 16 mm y el Super 8, y ha consagrado el virtuosismo en el dominio de la tradición experimental como un nuevo valor artístico. Es lo que le da su lugar singular a Unas bolitas de mercurio como film que tiene el potencial de moverse en otro circuito de alcance más amplio. Este bello amor al cine también puede tener, por tanto, algo de sabia estrategia.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Mitopoiesis de Tenochtitlán: ¡Aoquic iez in Mexico! / ¡Ya México no existirá más!

Punku

Películas de Adriana Vila-Guevara en Alchemy Film and Moving Image