Las corrientes, Hijo mayor, La noche está marchándose ya y otras películas del Festival de Mar del Plata y Fuera de Campo

 

Por Salvador Savarese 

Un nuevo festival de Mar del Plata el de este 2025, pero un festival muy extraño: hacía más frío dentro de las salas que fuera de ellas. La crisis económica, las entradas demasiado caras, pocas facilidades para viajes y alojamientos para los estudiantes incluyendo un cambio de fecha que coincide con exámenes y entregas finales en las facultades, una programación poco atractiva, la presencia de un acto político como Fuera de Campo que proyectó de manera paralela al festival las películas argentinas más atractivas y convocantes para los cinéticos y, en realmente ultimo lugar, una seguidilla de días seguidos de altas temperaturas muy poco común para la ciudad, hicieron que la enorme mayoría de las funciones estuvieran prácticamente despobladas. 

Más allá de la imagen de los cines vacíos, el real problema que connota esta falta de convocatoria es la falla del festival como vehículo de fomento. Es en las funciones, las comidas, las presentaciones, los encuentros en los pasillos, las filas para ingresar y otros lugares de sociabilización -que en los diez días del festival se concentran en un radio de diez cuadras a la redonda- donde se realiza el tejido de redes de contactos y trabajos que exceden incluso al cine nacional. Prueba objetiva: en el Festival del año 2014 el realizador Adireley Queirós sorprendió con una de las películas latinoamericanas más inteligentes de la última década, Branco sai, preto fica (2014), en la que reelabora el tema del racismo en Brasil utilizando elementos icónicos de la ciencia ficción. Ciencia ficción en el Planalto brasilero: ver para creer. En ese mismo festival, la cineasta portuguesa Johana Pimenta presentó su cortometraje As figuras gravadas na faca com a seiva das bananeiras (2013). En ese festival ellos figuraron como invitados, se conocieron y Pimenta terminó siendo la directora de fotografía de la siguiente película de Queirós, Era uma vez Brasília (2017), y años más tarde fueron codirectores del largometraje Mato seco em chamas (2022) que compitió en la competencia oficial del Festival de Berlín. Desde ya, para culminar el circuito, ambos vinieron a presentar la película al festival de Mar del Plata de 2022, casi diez años más tarde de haberse conocido. Ese fomento intangible, por las circunstancias ya enumeradas, se está perdiendo. 

Pero, como se dice en momentos de crisis, en el Festival, las que hablan son las películas y se pudieron ver, casi a pesar de Mardel, excelentes films. 

En Weser (2025), que estuvo en la Competencia Argentina, Fernando Spiner (un realizador que dirigió de todo en todos los formatos) continúa en su muy particular aproximación estética al documental que ya comenzó con su sorprendente largometraje anterior, La boya (2018). Como en aquella película, hay una boya de la cual parte y a la cual regresa el relato, la misma transcurre en la localidad costera de Villa Gesell y la mirada es una mirada muy basada en la primera persona del realizador. También como en la primera película hay algunos “juegos de escena” donde se pone en cuestión el estatuto tanto de la realidad como de la ficción y en ambas las experiencias son compartidas por su amigo, el poeta, escritor y coguionista Anibal Zaldivar. 


Pero en esta segunda película, todos estos elementos están articulados de una manera muy diferente. En vez de utilizar una voz en off para enhebrar de los diferentes elementos, en Weser el relato se estructura a partir de diferentes núcleos narrativos, de diferentes historias protagonizadas por los asistentes virtuales a un taller literario que Zalvdivar dicta durante la pandemia bajo el tema de “el mar y la muerte”. Esta frase permite el despliegue de una multitud de relatos, algunos más definidos, otros más tenues, que se entrecruzan, se sueltan y se vuelven a retomar generando una estructura en forma de capas, como una cebolla, a la que cada espectador decide a cual aferrarse o directamente amarrarse a todas. Los juegos de escena también son más arriesgados. Todas las personas que asisten al taller de Zaldivar son reales pero al mismo tiempo la narración les otorga una estatura más ficcional: los vemos representando sus profesiones o actuando sus pensamientos ‒incluso algunos de ellos son reemplazados por actores profesionales como Luis Ziembrowski o Valeria Lois‒. Pero Spiner redobla la apuesta y hace un juego más desafiante aún. 

La muerte ronda en todo momento la película, y se diría que es el gran tema de su relato: los personajes afirman estar viejos y sentir a la finitud rondando. En esa dirección y en una duplicación de identidades llena de significaciones de todo tipo, Daniel Fanego, en su última actuación antes de fallecer, encarna al mismísimo director. Las escenas entre Spiner y Fanego compartiendo cuadro, uno dirigiendo y el otro actuando hasta el último aliento, son un altísimo punto de emoción en una película que conforma mediante esa microhistorias, un fresco de los imaginarios, temores y esperanzas de una generación que se cree avejentada y que siente cercana a la muerta pero ‒y esto es un pensamiento personal‒ tiene mucho para seguir dando. Todas esas apuestas artísticas le otorgan a Weser una complejidad narrativa y una densidad conceptual que bien querrían otras películas argentinas. 


En Muña Muña (Paula Morel Kristof, Argentina, 2025) participante de la Competencia Oficial, se extraña esa complejidad. Ambientada en un pueblo de la provincia argentina de Tucumán, El Mollar, con un paisaje de esos que dan para ir corriendo a visitar, el espectador asiste a la historia de una enfermera que a partir de la partida de un hijo y la relación física con un extranjero tiene una segunda oportunidad para tomar el manejo de su vida ‒algo que se muestra en términos estrictamente visuales en la hermosa y sutil escena final. Es un película simple y sencilla, cuya sencillez se traslada a las diferentes historias que se cuentan haciendo que cada uno de los conflictos tengan poco desarrollo e interés para el espectador, aunque la historia que en principio se presentaba era realmente era muy interesante, los paisajes son hermosos y están excelentemente fotografiados y la actuación de la protagonista Liliana Juárez es hermosa. 

Complejidad y elegancia: qué difícil conjugar esas dos cualidades y al mismo tiempo llegar a un público. Esas características se encontraron en tres películas que se proyectaron en la contramuestra Fuera de Campo (FDC). Organizado por un grupo de gente de cine (críticos, realizadores, productores y otros) FDC es un “acto político” como es definido una y otra vez por los organizadores. Acto político contra las políticas cinematográficas que el INCAA, el instituto de cine argentino, desplegó a partir de la administración de Javier Milei. Coincidiendo con cinco días del festival, en una sala se realizan proyecciones de films pertenecientes a un sector del cine argentino muy perjudicado por estas acciones. En sus funciones, con la sala rebalsando de espectadores contrastaba fuertemente con las butacas vacías en las funciones del festival. 

Aún así, si algo se vio en alguna las charlas que hubo en el marco de esta muestra es que muchos de los problemas tienen raíces más profundas que la coyuntura. Quizás lo que sea necesario y aun no se consiguió, sea un marco general para la actividad que englobe a todas las expresiones del cinematográficas y audiovisuales, desde los altos presupuestos a los bajos, fomentando desde el estado políticas transversales para la producción difusión y preservación que sean adecuadas para cada tipo de películas (no para cada una, no confundamos). 

En Las corrientes (Argentina-Suiza, 2025), de Milagros Mumenthaler, como en Muña Muña, una mujer en crisis tiene que encontrar la manera para volver a tomar el control de su existencia. La narración que maneja la película es tenue, difusa, donde importa más la aparición de colores muy marcados en escenografías y vestuario y los movimientos de cámaras antes que la progresión narrativa. Es normal, al fin y al cabo la protagonista está metida en un pozo que ni ella sabe de qué se trata ‒sólo que el caos y la incerteza están próximos a ella, muy cerca‒. Quizás, parece decir la película, lo mejor sea abandonarse a esa incerteza, abrazar al caos de la vida y rearmarse desde allí. Una escena en un faro es un portento cinematográfico ‒en donde a una rigurosa construcción formal se le une la expresión en términos visuales y sonoros de una idea compleja, no lejana al Aleph borgiano, de manera clara y sin explicitar verbalmente, que queda en la memoria mucho tiempo después de vista la película‒. También queda el ingreso triunfal al cine nacional del rostro y la actuación de Isabel Aimé González-Sola, una actriz de la provincia de Mendoza que vive en Francia y nunca había trabajado en una producción nacional. 


¿Que decir de El príncipe de Nanawa (Argentina-Paraguay, 2025), de Clarisa Navas, que no se haya dicho? Pues mucho, como toda gran película. Para empezar el relato está compuesto de dos historias, la primera y más evidente es el minucioso seguimiento de la vida de un chico que es un prodigio de personalidad y expresión durante diez años ‒hasta su primera juventud‒. La otra historia, más subterránea, es la del camino que debe recorrer la directora y su equipo para definir cómo y desde dónde seguir la vida de este personaje. Esta búsqueda es evidente y está presente en todo momento de la película, pero nunca se la explicita. Si, dura cuatro horas que son muy llevaderas especialmente cuando uno comienza entrar al universo de la película. Y la última hora, cuando se registran las consecuencias que tiene el protagonista de decisiones fuertes que él toma sobre la vida es sumamente emocionante. 

Hijo mayor (Argentina-Francia, 2025) es una obra mayor. Cecilia Kang narra en tres tiempos con una elegancia y una sutileza que nunca cae en el hermetismo, la historia de un padre argentino-coreano que lleva a su hija a un día de pesca con amigos durante el cual se empiezan entrever hechos del pasado que ella desconocía; la vida de un joven coreano que trata de hacerse un futuro en una geografía muy distante para él y bastante ajena para los espectadores; y, ya en formato documental, la vida diaria y los recuerdos de una familia coreana en un entorno más reconocible. 

Lo que hace Kang es la gran película sobre la inmigracion que otros directores, en una nación de hijos y nietos de inmigrantes, no fue capaz de hacer. Todos los anhelos, sacrificios, historias ocultas, dolores y alegrías que le hemos oído hablar a nuestros padres y abuelos se encuentran plasmadas en estas historias que configuran una profunda interrogación sobre lo que es ser argentino y ser un extranjero integrándose a un país hecha por una directora con una claridad y sensibilidad deslumbrante. ¿Por qué una película así surge recién ahora? Hipotetizamos que será que nosotros, hijos de segunda generación de extranjeros, ya tenemos muy absorbido lo que es ser argentino. Pero los hijos de la comunidad asiática (coreanos, japoneses, taiwaneses, chinos) son primera cosecha y el sentirse parte de la Argentina, como les pasó a nuestro antepasados, es una noción que aún está en construcción. Es una lastima que esta película no haya participado en alguna sección del festival porque se generaría una interesante conversación con esa otra película sobre el ser argentino, la construcción de la sociedad y la indagación sobre sus raíces que es Homo argentum (Mariano Cohn y Gastón Duprat, Argentina, 2025). No hay ninguna ironía en esta afirmación. 


Aun sin tomar en cuenta la próxima película de Lucrecia Martel, podríamos afirmar que el futuro del cine argentino, en 2025, es mujer, pero la película que clausuró esta muestra: La noche está marchándose ya (Argentina, 2025), de Ramiro Sonzini y Ezequiel Salinas, viene a ocupar el “cupo masculino”. La historia de un proyectorista de cine club que es despedido de su puesto, al que se le permite trabajar como vigilante nocturno del lugar y que poco a poco va armando una comunidad de personajes tan excluido como él que pasan las noches confraternizando y viendo películas en fílmico, es, en principio y ante todo, divertidisima. Y después y sin orden de mérito es compleja, sofisticada, elegante y a su manera combativa. La elegancia se evidencia en un blanco y negro cuidadísimo que unido al uso del fundido encadenado genera secuencias de montaje enormemente sugerentes. La parte combativa llega al final de la película y que también puede ser una interrogación para la muestra misma: el placer de pertenecer a una comunidad corre el riesgo de la complacencia y toda acción política exige salir y confrontar políticamente con el afuera, con lo que no es uno. ¿Esa llamada no será también para Fuera de Campo?

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