El extraordinario viaje del dragón
Por Pablo Gamba
El segundo largometraje de Kaori Flores Yonekura, El extraordinario viaje del dragón (Venezuela, 2025), es una película casi desconocida, como prácticamente todo el cine venezolano actual. La cineasta, descendiente de japoneses, vuelve en este documental al tema de la inmigración de su familia a Sudamérica de Nikkei (Venezuela, 2011), que estuvo en los festivales de Guadalajara y Lima. La película no es solo otro aporte al significativo cine venezolano sobre las migraciones ‒sobre el cual hemos escrito varias notas en Los Experimentos‒ sino en este caso también al cine de archivo venezolano.
Se inscribe este film, además, entre los que se han hecho en América Latina sobre una población cuyo aporte a la conformación de nuestros pueblos no se reconoce por racismo, a pesar de las generaciones de descendientes de japoneses, como dice Flores Yonekura. La brasileña Tizuka Yamazaki es otra cineasta conocida por haber tratado el tema en la ficción, en Gaijin, os caminhos da liberdade (Brasil, 1980), sobre la cuasiesclavitud de los que llegaron del Japón a ser trabajadores agrícolas. Es algo que también recuerda el film venezolano con referencia al Perú, donde se los identificaba con un número y no un nombre, negando su humanidad. Más recientemente, la argentina Cecilia Kang ha estrenado dos películas sobre la inmigración coreana: Partió de mí un barco llevándome (Argentina, 2023) e Hijo mayor (Argentina, 2025).
Kaori Flores Yonekura trabaja aquí a partir del hallazgo y la restauración de los álbumes de fotos de su tío abuelo, Yoshitomi Furuya, que entre 1933 y 1945 las tomó en su Japón natal, Perú, Venezuela y otros países que recorrió. En El extraordinario viaje del dragón encontramos así, por una parte, lugares comunes del documentalismo contemporáneo, como el registro de la materialidad del archivo, y las tareas de limpiarlo, por ejemplo. No faltan los planos detalle de las manos de la cineasta trabajando con la fotos, usando el equipo de rigor en el manejo de estos documentos, ni el tópico de la Modernidad fílmica que es mostrar en la película su propio rodaje.
Tampoco esta ausente el componente farockiano, la expresión de un pensamiento crítico sobre las imágenes del pasado. Más notablemente es por lo que toca a las fotos del Japón y su poder de revelar detalles de una sociedad contradictoria en transición hacia la Modernidad, la reflexión en torno a cómo formó los soldados más combativos del mundo llenando sus mentes de oscuridad mística. Otra de esas contradicciones es el machismo. La foto que Furuya tomó de una de las mujeres de la familia con ropas masculinas es expresión de una búsqueda de la libertad sexual que no se hallaba en Japón, y le da pie a la cineasta para criticar la sumisión que tradicionalmente se les ha impuesto y cómo se conjugó en la diáspora con la exigencia mariana católica de la “virtud”.
Pero es significativa también la manera como la narración responde al cambio que hay en las fotos de América y cómo la cineasta identifica en ellas el asombro del inmigrante ante los nuevos territorios, así como la historia que Kaori Flores Yonekura imagina acerca de la posibilidad de que Yoshitomi Furuya haya sido un espía al servicio del Imperio Japonés. Es un modo sutil de hacer explícito que toda la historia que se cuenta de él es en parte imaginada.
También se conjugan bellamente en El extraordinario viaje del dragón los documentos y los testimonios. El uso de mensajes de voz inserta la narración en primera persona de la cineasta en un concierto con otras del Perú, de Venezuela y de venezolanos migrantes. Van conformando una red de cercanías del sentimiento, a pesar de las distancias geográficas, y un regreso al presente de un pasado que nos interpela desde los documentos, intereses característicos del documental de autor contemporáneo sobre la memoria, las migraciones y el poder que tiene el archivo de hacernos revisar la historia.
Pone de relieve esto, obviamente, el valor de las fotos como registros de la historia poco conocida de los inmigrantes japoneses a América Latina. Me detengo en la cuestión porque hay otros detalles sobre los que la cineasta ha hecho foco en sus dos largometrajes, y que relacionan el racismo y la xenofobia con los intereses de la burguesía “nacional” y el imperialismo estadounidense. Los desplazamientos de su familia estuvieron relacionados con políticas para restringir el número de esta población en Perú y expulsarla. En Venezuela los confinaron en un pueblo del interior, prácticamente obligados a permanecer encerrados las casas que les dieron, bajo un régimen análogo al de un campo de concentración de prisioneros de guerra, lo que se debió al alineamiento con los Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial.
Uno de los peruanos que participan encuentra también un valor en el registro que Yoshitomi Furuya hizo de las ruinas de las civilizaciones originarias del Perú antes de que fueran restauradas con fines principalmente turísticos. Otro se identifica con la manera como el japonés representa Lima por ser migrante del interior del país a la capital. En Venezuela, el fotógrafo perseguido hizo registros de valor histórico de familias venezolanas de donde estuvieron confinados. En ellos se reconoce que había gente del pueblo que no se hacía partícipe de la persecución del gobierno.
Pero este es un documental que, por otra parte, expande y pone en tensión los tópicos del cine de archivo con una emocionalidad que también lo vincula con Gaijin. Se distingue también por estar más afincado que Nikkei en la manera característicamente venezolana de hacer cine de aspiraciones masivas. El público del cine nacional era de más de 100 000 espectadores en promedio hasta hace poco,y en otros períodos históricos superó la cifra de 200 000 entradas.
Aunque El extraordinario viaje del dragón es una película artesanal que se filmó durante la pandemia de 2020 con la directora haciendo casi todo ella misma, detalles de la banda sonora y gráficos se asocian con el habitus industrialista del cine venezolano sobre el que he escrito también, y que refieren en particular a la televisión. Esto puede chocar con las expectativas en torno a la sobriedad documental y las películas de este tipo hechas para exhibición en cines, pero la cineasta construye sobre estas bases su estilo autoral sin sacrificar por ello la profundización en cuestiones sociales y políticas. Además de ir de contra la xenofobia, desafía de este modo el rechazo de lo “populista”.
Sigue así Kaori Flores Yonekura un camino abierto en la tradición venezolana por otras películas desconocidas. Una es El misterio de los ojos escarlata (Venezuela, 1992), documental de Alfredo Anzola sobre su padre, el pionero del cine nacional Edgar J. Anzola, un film que valdría la pena recuperar. Otra, Postales de Leningrado (Venezuela, 2007), de Mariana Rondón, en particular por lo tocante a la narradora y el “dibujar” o “pintar” con los efectos digitales.
No se priva la cineasta de recurrir a un lugar común sonoro para darle un rugido a su dragón, que es un símbolo pertinentemente manejado con relación a la identidad de los migrantes, que se forma con aspectos que se van añadiendo en sus experiencias de recorrido por el mundo, como estas criaturas mitológicas se representan mezclando partes de diversos animales. También interviene las fotos, coloreándolas como correlato de los pensamientos y emociones que despiertan. No se inhibe de hacer cándidos juegos de la voz narradora y otras voces con palabras de las lenguas y variedades dialectales de los territorios recorridos por Furuya. Refleja así una actitud característica del migrante recién llegado, mezcla de asombro y necesidad de comunicarse.
En la manera como se expresan los sentimientos hay algo e regreso a la infancia, puesto que se trata de una película sobre los mayores de la familia, los abuelos. Esto conlleva una inocencia que en el cine refiere a los personajes niños de Spielberg, lo que puede ser otro motivo de rechazo, pero me parece que la fuente es la voz de Postales de Leningrado. No recurre Flores Yonekura a la ironía de la niña narradora de Mariana Rondón, pero sí a su capacidad de contar hechos terribles, como la esclavitud o la persecución, sin patetismo. Hay también así una apertura de corazón que desafía en esta película el estereotipo de los japoneses como gente “cerrada”, como las fotos que los muestran con personas distintas. El amor de Yoshitomi Furuya y la bella venezolana Carmen refuta el tópico racista de que “no se mezclan”.
Esta voz también tiene el desenfado necesario para decir de Venezuela que es “el país más lindo del mundo”, como es y debe serlo para cada quien el lugar natal o de acogida que sienta propio. No son palabras vanas dichas en un país que ha sido destruido de la manera como ha ocurrido en los últimos diez años en particular con Venezuela. Tampoco en la voz de Kaori Flores Yonekura, que las respalda con su ejemplo, su decisión de seguir viviendo y trabajando en el país donde nació, siendo una venezolana con título de la EICTV de Cuba que se podría ganar la vida con el cine en muchos otros lugares.
Así que El extraordinario viaje del dragón no es solo una película sobre lo que significa ser de un lugar teniendo abuelos extranjeros, sino también sobre lo que es sentir propio un país y orgullo de que los orígenes estén en otro. Como todo amor, se expresa de modo apasionado, con palabras que alguien dirá que son cursis, que parecen de telenovela venezolana, como si nunca las hubiera dicho bajo la influencia de ese sentimiento.



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