Biombo de Acapulco
Por Mariana Martínez Bonilla
Como parte de la programación del 14 Festival Internacional de Cine de la Universidad
Nacional Autónoma de México (FICUNAM), se presenta el más reciente trabajo de la
Unidad de Montaje Dialéctico (UMD), Biombo de Acapulco (2024). Esta película de cerca de
30 minutos de duración forma parte de la competencia Umbrales 1, en donde también
contienden Manifiesto de Jesse Lerner, La máquina del futuro de Bruno Varela y Sueño de
Pablo Romo.
El colectivo artístico sin rostro, como se autodefine, se caracteriza por la
búsqueda de un punto crítico frente a la espectacularización creciente de la violencia en el
territorio mexicano. La UMD utiliza materiales de archivo para la conformación de sus obras,
entre las que destaca Tótem (México-Chile 2022), acreedora a la mención de la crítica a la mejor película latinoamericana en la Muestra Internacional Documental de Bogotá, y sobre
la que Pablo Gamba escribió en este blog.
En su manifiesto titulado “Tesis sobre el cine cavernario”, el grupo delinea su filiación con
los planteamientos del artista norteamericano Robert Smithson. Su interés principal es la
descentralización de la práctica cinematográfica, entendida como producción de ilusiones y
deseos desde la autoridad del “genio creador”. Frente a ello, los miembros de la UMD
proponen una manera de hacer en colectivo, antiespecializada y basada en el montaje de
materiales de archivo.
En las ideas expuestas tanto por Smithson en el texto publicado en Artforum, “A Cinematic
Atopia”, como en las 21 tesis de la Unidad de Montaje Dialéctico podemos encontrar
resonancias de las ideas sobre el espectáculo de Guy Debord. Tanto la UMD como
Smithson y Debord coinciden en un incisivo reclamo en contra de los valores hegemónicos
de producción de sentido, así como de su naturalización a través de la representación. De
ahí el interés en el montaje de imágenes de archivo, cuyos valores de uso es posible poner
en crisis a partir de su articulación en nuevas constelaciones.
En Debord, ese uso disidente del material tomó el nombre de desvío o détournement y
consiste en la creación de sistemas de valores audiovisuales revolucionarios (críticos) a
través de la apropiación de los corpus significantes producidos según las gramáticas de la
hegemonía espectacular. En el caso de la UMD, hay una clara intención por producir una
crítica de las narrativas e imaginarios colectivos en torno a la violencia a través del uso de
imágenes del pasado.
En su largometraje Tótem, lo anterior se hizo manifiesto a través de la recuperación del
metraje documental sobre algunos desastres humanos y naturales que tuvieron lugar en la
década de 1980 en México. Una voz femenina en off los acompaña produciendo algunos
hiatos dialécticos y da cuenta de la problemática relacionada con la desaparición forzada en
el país. Asimismo, la búsqueda de lo irrastreable, una cabeza olmeca perdida en el río
Grijalva, ofrece un contrapunto para pensar la lógica de la ausencia y el duelo en relación
con aspectos culturales ancestrales.
Biombo de Acapulco vuelve a abordar el tema de la violencia, ubicándolo en el puerto del
estado de Guerrero, en la costa sur de México. Aquel lugar en el que Agustín Lara
escribiera “María bonita” (1947), canción dedicada a María Félix y en cuya letra se escucha
“Acuérdate de Acapulco, de aquellas noches, María bonita, María del alma”, se ha
convertido en uno de los sitios más dolorosamente azotados por el crimen organizado en
los últimos años.
La historia de la violencia relacionada con el narcotráfico en Guerrero tiene una muy larga
historicidad. Desde hace más de 40 años con la lucha campesina de Lucio Cabañas y
encontrando un punto de no retorno con la desaparición de los 43 normalistas de
Ayotzinapa, dicha problemática llega al presente como “una mezcla confusa y oscura entre
cárteles y Estado”, como afirma Adrian Cangi en su texto “Meditaciones sobre el dolor”
(2016).
La Unidad de Montaje Dialéctico se posiciona en esa línea genealógica a partir de 1978,
cuando el Departamento de Salud de los Estados Unidos emitió una alerta para prevenir a
sus ciudadanos sobre el consumo de marihuana proveniente de los plantíos mexicanos,
pues estaba contaminada con los pesticidas usados por el ejército para erradicar los
sembradíos.
Su ejercicio es claramente anacrónico, pues la narración establece contrapuntos
contextuales desde donde el colectivo intenta dilucidar la complejidad del despliegue
violento en el puerto. De la detención de Edgar Valdez, operador del Cartel de Sinaloa
apodado como La Barbie, hasta la fundación del Partido Obrero en la costa acapulqueña en
1919, el ensayo de la UMD va y viene en el tiempo.
El despliegue de los argumentos que la voz masculina entreteje de manera tal que la
causalidad de los acontecimientos no se entiende como lineal, sino como rizomática, es
acompañado por imágenes provenientes de diversos archivos que bien se podrían clasificar
de la siguiente manera: publicidad, películas caseras, imágenes de nota roja y videos de Tik
Tok y otras redes sociales.
A ello se suman los intertítulos con los que inicia el filme y que ofrecen datos históricos
acerca de la naturaleza comercial de Acapulco tras la llegada de los colonizadores, con lo
cual comenzó un largo proceso de explotación del puerto y sus habitantes (quienes fueron
desplazados hacia las zonas serranas, en donde posteriormente sembraron marihuana) que
se extendió hasta la modernización del estado a mediados del siglo XX.
Resulta interesante pensar dicha naturaleza a partir de la noción del biombo, trazada por el
grupo anónimo, pues éste tiene varias funciones: protección contra el viento, separación de
espacios interiores y difuminador luminoso. Es en ese último sentido que la UMD recupera
el concepto que da título a su obra. Según su hipótesis, la historia de Acapulco es una
degradación de la luz (todo el esplendor de aquel paraíso costero) hacia la oscuridad (su
conversión en una zona de resguardo y distribución de narcóticos).
Para accionar este mecanismo, la UMD propone volver a ver las imágenes que
promocionan al puerto como un paraíso lleno de vida, y que son de sobra conocidas, pues
forman parte tanto de las campañas gubernamentales de promoción turística, como de otros tipos de productos culturales, entre ellos el filme Diversión en Acapulco (1963),
protagonizado por Elvis Presley.
A la luz de los acontecimientos descritos por el narrador, el espectador, haciendo un
verdadero trabajo dialéctico, podría llegar a plantear nuevas preguntas acerca de la
naturaleza enunciativa de esas imágenes.
Sería ingenuo pensar la dialéctica que da nombre al colectivo como una simple relación de
discordancia entre voz e imagen.
Me parece que la UMD busca poner en acción un
dispositivo que genere aquello que Walter Benjamin llamó “imágenes dialécticas”. Es decir,
suspensiones momentáneas de las formaciones de sentido con la finalidad de comprender
el funcionamiento fantasmagórico de la ideología dominante. En este caso, entender cómo
se construyó una narrativa oficial sobre la modernización acapulqueña que, poco a poco,
fue desplazada por los estragos de las acciones del crimen organizado en mancuerna con
el mismo Estado-nación que buscó promover la bonanza turística de la región a toda costa.
Sin embargo, más allá de conseguir dicho objetivo, la interacción entre imágenes, voz y
textos de tenor fáctico nos obliga a preguntarnos por la importancia de la inscripción
histórica de esas imágenes, la cual se encuentra lejana a los planteamientos del ensayo-guion, pues aquello que se establece entre la voz y la imagen es más una relación de
iteración desfasada que de tensión crítica, capaz de reparar en la constitución y función de
dichas imágenes como catalizadores del relato histórico oficial. Incluso, cabe apelar a la
imaginación publicitaria y los monumentos que en algún momento aparecen en la pantalla
como pertenecientes a un cierto régimen escópico que acá no es puesto en crisis.
Y tal vez esa no sea la intención, pero definitivamente hay en la operación general de la
obra una cierta obliteración de la capacidad crítica de la dialéctica ensayística. Es imposible
ver Biombo de Acapulco y no pensar en el trabajo de cineastas de la talla de Godard y
Farocki, creadores verdaderamente dialécticos quienes, a través del remontaje de archivo,
lograron producir una crítica de las imágenes mediante las imágenes mismas y del
análisis de sus mecanismos de constitución retórica. Es importante no perder de vista que, para quien hace del ensayo audiovisual el motor de su práctica, se carga con esa herencia
de la que parece imposible deshacerse.
Me pregunto, entonces, ¿qué funciones ocupan las imágenes que remonta la UMD en la
organización de la economía de la violencia en México? ¿Cómo es que producen o
determinan una relación paradójica entre el progreso, el turismo, lo comercial y el
narcotráfico? Y traigo aquí una provocación en tono interrogativo, lanzada por Harun
Farocki en “Mostrar a las víctimas” (2009): “¿Las imágenes muestran lo que dicen estar
mostrando o solo lo reconstruyen?”. Sobre todo porque, al parecer, éstas se insertan en una
nueva economía (u organización del sentido) que las somete a los designios de un correlato
sonoro que no alcanza a entenderlas más allá de su condición indicial para pensarlas en
tanto relaciones de poder sumamente complejas y significantes en sí mismas.
En definitiva, nos encontramos aquí ante una forma que, para bien o para mal, está
comenzando a despegarse de la naturaleza discordante del cine ensayístico para
convertirse en algo más. Ya veremos en el futuro cómo es que madurará y se transformará
la dialéctica del montaje de la UMD.
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