Películas de Adriana Vila-Guevara en Alchemy Film and Moving Image

 

Por Mariana Martínez Bonilla 

El festival escocés Alchemy Film and Moving Image Festival preparó este año un programa especial dedicado al cine venezolano. Enfocado en cine experimental y de artistas (lo que sea que eso signifique en la actualidad), dicho evento presenta, año tras año, múltiples programas en los que se conjugan las propuestas audiovisuales más interesantes e innovadoras del panorama internacional, tanto actual como histórico. Como ejemplos podemos mencionar las proyecciones, durante sus ediciones 2023 y 2024, de la obra de Annalisa D. Quagliata, Paz Encina, Hans Richter y Lawrence Abu Hamdan.

La venezolana Adriana Vila-Guevara es la artista en foco del festival. En su obra, la también cineasta y antropóloga, explora y explota las cualidades materiales e inmateriales de la imagen en movimiento, inscribiéndose dentro de una tradición experimental que, desde sus orígenes con el cine de vanguardia de los años veinte, ha buscado expandir los límites del lenguaje fílmico, explorando las posibilidades expresivas de la imagen, el sonido, el montaje y el soporte. En este sentido, su trabajo, en el que lo digital y lo análogo conviven críticamente, dialoga con las reflexiones de cineastas de la vieja escuela como Maya Deren, quien abogaba por un cine personal y poético que explorara la psique y la experiencia subjetiva, o Stan Brakhage, cuya búsqueda de una “visión hipnagógica” a través de la manipulación de la película y la abstracción visual resuena en la intensidad sensorial de los filmes de Vila-Guevara.

Asimismo, su obra emerge en el panorama del cine experimental latinoamericano como una voz singular que explora las complejidades de la existencia, la memoria, el territorio y la subjetividad a través de una poética visual y sonora profundamente evocadora, lo cual se hace patente en los cortometrajes programados en el festival: Intertropical Vision (2021), The Womb (2021), Habitar los silencios (2017), Los nudos que anudamos (2018), In Flama (2019) y Dilucion (2020).

Dichas obras se erigen como ejercicios de introspección fílmica que desafían las narrativas lineales y las convenciones representacionales, invitando al espectador a sumergirse en un universo sensorial donde la fragmentación y la ambigüedad se convierten en principios estéticos y epistemológicos fundamentales. Desde estas coordenadas, Vila-Guevara disloca el antropocentrismo visual a partir del cual se produce el sentido en Occidente. Las lógicas hegemónicas de significación tanto visual como temporal son puestas en crisis en sus obras al desplazar el punto de vista y corromper sus emplazamientos. 


Por ejemplo, en Intertropical Vision, la directora nos sumerge en la exuberancia y la del paisaje tropical. A través de una superposición de imágenes vibrantes, texturas orgánicas y un ritmo contemplativo, el cortometraje evoca una experiencia sinestésica donde la visión se entrelaza con la sensación táctil y olfativa del entorno. Como el propio texto que acompaña al filme explica, las imágenes con las que la directora trabajó en él fueron producidas al colocar una cámara de 16 mm en el interior de la escultura The Viewing Machine (2001-2003), un caleidoscopio gigante del danés Olafur Eliasson exhibido en el Museo de Arte Contemporânea Instituto Inhotim. Lo anterior le permitió “devorar el bosque atlántico (selva) y el Cerrado (sabana) de Minas Gerais. Y extraer, de ese espacio (y de la escultura en sí misma), una temporalidad de variabilidad intensiva y mutación discontinua”.

La obra se destaca por la ausencia de una narrativa convencional, que es suplantada por un correlato visual abstracto, matizado con un paisaje sonoro selvático, lo cual nos permite tener una suerte de experiencia perceptiva pura, invitándonos a entender las imágenes que aparecen en la pantalla a partir de las resonancias emocionales y sensoriales que emanan de ellas. En este sentido, Intertropical Vision se acerca al “cine de trance”, en el que la repetición y la variación de motivos visuales generan un estado hipnótico que disuelve las fronteras entre el sujeto y el objeto, así como entre la conciencia y el inconsciente. 


The Womb (2021), por su parte, se adentra en la exploración del cuerpo femenino como un espacio de gestación, tanto física como simbólica. Creada por encargo para el espectáculo Género Imposible, de Silvia Pérez Cruz, este cortometraje tiene una factura completamente analógica. Se trata de fotogramas que nos recuerdan a las obras fotográficas que Man Ray realizó sin una cámara, con la diferencia de que aquí Vila-Guevara produce fotoquímicamente una imagen perforada que, al animarse, se convierte en una serie de primeros planos de texturas cutáneas, fluidos y formas orgánicas, que combinada con una banda sonora opresiva y envolvente genera una sensación visceral que remite a la intimidad y la vulnerabilidad del cuerpo.


Habitar los silencios (2021) se configura como una meditación sobre la ausencia, la memoria y el espacio. A través de planos fijos de paisajes desolados, cargados de una presencia espectral, el cortometraje evoca la persistencia del pasado en el presente. El acompañamiento de un lamento para cello evoca una experiencia sensorial que nos invita a la escucha atenta de las resonancias emocionales que habitan los espacios. Lo anterior anuda el sentido de soledad evocado por la directora, cuando añadimos las reflexiones de Audre Lorde sobre la soledad, la memoria y el silencio que sirven como pista introductoria a través de un texto en blanco sobre fondo negro. De tal manera, tanto visual como sonoramente, los silencios que Vila-Guevara explora no son vacíos, sino espacios cargados de historias no contadas, de ausencias significativas que moldean la experiencia del presente. 


Los nudos que anudamos (2022), colaboración con Bárbara Sánchez Barroso comisionada por el Centro de Arte y Cultura Arbar, introduce una dimensión explícitamente relacional, explorando las complejidades de los vínculos afectivos y las dinámicas colectivas y afectivas entre la naturaleza y lo humano, que en esta ocasión también es dejado de lado para privilegiar otros modos de existencia como lo vegetal y lo animal. A través de una puesta en escena minimalista (imágenes de árboles, flores y cuerpos de agua) y una economía de recursos narrativos (voz en off minimizada hasta convertirse en un susurro y un paisaje sonoro cuyo volumen opaca a la voz), el cortometraje sugiere repensar las tensiones, las dependencias y las formas de resistencia que se tejen en las interacciones humanas a partir de tres correlatos teóricos que nos invitan a pensar la relación entre lo humano y la naturaleza desde otros lugares: Donna Haraway, María Puig de la Bellacasa y Robin Wall Kimmerer. La figura metafórica de los nudos se convierte, a partir de las figuras de cuerdas hechas con una cinta fílmica, en la imagen central que condensa la ambivalencia de las relaciones entre la naturaleza, lo humano y la cultura como entidades problemáticas, cuyas conexiones pueden ser tanto un lazo de afecto como una atadura jerárquica y restrictiva.


Con In Flama (2024), Vila-Guevara intensifica su exploración de la materialidad del cine, utilizando la manipulación directa del celuloide solarizado como una forma de intervención y expresión. Aquí las imágenes son liberadas de sus cualidades representacionales para reparar en su potencial abstracto y performativo. A ello se suma, una vez más, una banda sonora compleja y, por momentos, ominosa, que nos sumerge en un trance o, mejor aún, que transforma nuestra relación con las imágenes en una experiencia lumínica de otro orden, abierta no a la significación en términos lógico-causales sino a la sensación vibrátil en su estado más puro. 


Dilucion (2025) profundiza en la exploración de la fluidez, la transformación y la pérdida de contornos definidos que la autora había hecho patente en In Flama. A través de imágenes etéreas, movimientos lentos y una atmósfera onírica, el cortometraje evoca un estado de disolución donde las identidades y las fronteras se desvanecen. La obra puede ser leída en diálogo con las reflexiones de Gilles Deleuze y Félix Guattari sobre los procesos de devenir y la desterritorialización, donde la subjetividad se concibe como un flujo constante, un ensamblaje dinámico que escapa a las categorías fijas. La dilución que propone Vila-Guevara no es necesariamente una negación, sino una apertura a nuevas formas de ser y de relacionarse con el mundo.

En conjunto, los cortometrajes de Adriana Vila-Guevara configuran un corpus caracterizado por su rigor formal, su sensibilidad poética y su profunda indagación en las complejidades de la experiencia humana. Su cine experimental no busca ofrecer respuestas fáciles ni narrativas complacientes, sino más bien generar interrogantes, estimular la reflexión y abrir espacios para la emergencia de nuevas formas de percepción y comprensión. A través de la fragmentación, la ambigüedad, la intensidad sensorial y la exploración de la materialidad del cine, Vila-Guevara construye un universo fílmico que invita al espectador a participar activamente en la construcción del significado, a dejarse llevar por el flujo de las imágenes y los sonidos, y a confrontar las múltiples capas de la existencia que sus obras evocan con tanta fuerza y sutileza. Su valioso trabajo demuestra la capacidad del medio para trascender las convenciones y explorar las profundidades de la psique, el cuerpo y el territorio desde una perspectiva profundamente personal y poética.

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