Idade da pedra


Por Pablo Gamba 

Avisté Idade da pedra (Brasil, 2024) como un ovni en la competencia iberoamericana del Festival Internacional de Cine Documental de Buenos Aires (FIDBA), cuya selección no se caracteriza por la toma de riesgos. Es el tercer largometraje que dirige el actor Renan Rovida, que llamó mi atención con el segundo, Pão e gente (Brasil, 2020), por su apropiación del teatro de Bertolt Brecht y la tradición de izquierda en la que se inscribe. 

Es una continuación también de una tradición crítica del cine y el arte, en general, que tuvo su mayor momento de efervescencia creativa en el mundo en torno a 1968, cuando en Brasil comenzaba el período de más intensa represión de la dictadura que se instauró en 1964. Rovida ha sido coherente también con esto como actor de películas como Jovens infelizes ou um homem que grita não é um urso que dança (Brasil, 2016), de Thiago B. Mendonça, o Arábia (Brasil, 2017), de Affonso Uchoa y João Dumans. 

En Idade de pedra trabaja llevando la actuación de teatro a diversos lugares de la cotidianidad. Abre así otra dimensión en esos espacios, que tensa de un modo dialéctico el aparente realismo cinematográfico. El cineasta se inspira en esto en Glauber Rocha, el más importante realizador del cinema novo brasileño, pero también en los musicales, en los que el canto y el baile interrumpen el curso del relato. Ocurre desde el comienzo, cuando una barrendera nocturna encuentra una trompeta en la basura, y ella y su compañero se transforman en músicos. El recurso se extiende igualmente al enrarecimiento del cine, el espacio habitual del espectáculo cinematográfico antes de las plataformas. 

En la otra dimensión que así se instaura, hay un personaje que se lanza a dar un discurso sobre una reforma urbana progresista y un coro que interpela a los espectadores con las letras de lo que canta. El coro está como en trance, como si cantara desde otro mundo, pero en lugares reconocibles como un parque o bajo un puente, mientras la vida ordinaria se ve y se escucha transcurrir en lo que queda de fondo en el espacio. De este modo Rovida también se apropia de Rocha, como lo hace de Brecht. 


El elenco de personajes marginados me hace pensar, asimismo, en una referencia del cine brasileño que el realizador ha citado entre sus películas favoritas: la poesía de A margem (1967), de Ozualdo Candeias. Otro recurso característico de la tradición del cine que comienza con el cinema novo y que se radicalizó creativamente con el recrudecimiento de la dictadura es la alegoría, y en esta película se reconoce en el nombre del indigente protagonista, Tercer Mundo, y de su amante masculino, Brasil. 

La pobreza y la violencia son temas que en Idade da pedra tienen también una fuente en el cinema novo. Pero en esto se luce Rovida con un giro de la estética violenta a una representación amable, acorde con los tiempos de baja radicalidad política que vivimos. Con la pobreza hace poesía, como Candeias, y no pornomiseria, mientras que, por lo tocante a la violencia y la necesidad de hacerle frente, recurre bellamente a la danza. 

Hay también un juego, ya no con la actuación y el baile sino con un recurso característicamente cinematográfico, el sonido en over, que también evoca otra dimensión, invisible, en el espacio visible o audible en off, y que igualmente se relaciona dialécticamente con lo que por sentido común llamamos “real”. Son los efectos sonoros sin correlato visible en la escena. 

Lo brechtiano está presente, además, en cómo Rovida lleva las interrupciones al montaje. De este modo desestabiliza la continuidad del relato, que en un plano se asoma de noche a una ventana y en el siguiente vemos su rostro reflejado en un charco en la calle, de día, por ejemplo. 

La desestabilización se extiende incluso al personaje. Por ejemplo, hay una escena con su amante mujer que se desarrolla en una carpa improvisada con un plástico, en la vereda, en coherencia con el indigente que hemos visto que es hasta entonces. Pero sin explicación ninguna sigue otra que tiene como lugar una habitación de hotel lo que presupone otro estatus. También se transforma el indigente en barrendero sin que se relate cómo. 


Sin embargo, no se trata de un simple fluir de las identidades, ni de lo borrosa que se hace la distinción de sueño y vigilia, como llegó a ser lugar común en la modernidad fílmica de los años sesenta. La parte del rescate del socialismo de Brecht está en la referencia a la ciudad industrial de Taubaté, de la que llega el protagonista a São Paulo con una historia de pérdida de empleo en una fábrica de Volkswagen a cuya reja le propina unos puñetazos que son mansos, pero son. Hay una transformación de la sociedad y del trabajo que está explícitamente vinculada así a la deriva. 

Entre los personajes que vienen como de otro mundo hay una vendedora de café que trae noticias de una rebelión general en curso. Da instrucciones para alcanzar lo que puede estar cerca, pero aún no llega. Una es no correr ni precipitarse, sino ser firme y pertinaz, la perseverancia. Perseverar es lo que hace Rovida en las tradiciones que sigue, dándoles continuidad a contracorriente del presente desolado y del cine que se debate entre explotar la miseria o tratarla como un problema que la sociedad capitalista puede resolver. A nosotros nos toca perseverar en el estado de alerta para avistar ovnis como Idade da pedra en festivales como el FIDBA.

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