Este arte que abraza
El pasado 26 de septiembre se cumplieron 10 años de la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa, México. El suceso acontecido en el estado de Guerrero significó un punto de quiebre para el Estado-nación mexicano. Al mismo tiempo, la también llamada “Noche de Iguala”, se convirtió en la más abyecta manifestación de la violencia en el país, desatada tras la declaración de la llamada “Guerra contra el narcotráfico”. Y no solo eso, sino que dicho suceso también dio cuenta de la complicidad entre el Estado-nación y el crimen organizado, convirtiéndose así en la punta del iceberg de la violación de derechos humanos, asesinatos, desapariciones y desplazamientos forzados en México (cuya genealogía puede rastrearse hacia finales de la década de 1960).
La condición excesiva de dicha violencia ha sido abordada desde las más diversas perspectivas. Desde estudios académicos hasta reportajes televisivos, obras de arte y filmes ficcionales, documentales y trabajos experimentales como la obra de Bruno Varela, la Unidad de Montaje Dialéctico y Los ingrávidos, sobre las cuales hemos escrito en Los Experimentos.
Recientemente, Ojos de Perro vs La Impunidad estrenó el documental Este arte que abraza (2024), película que se suma a sus trabajos anteriores sobre Ayotzinapa: Mirar morir (Coizta Grecko, 2015) y Un día en Ayotzinapa (Rafael Rangel, 2015). Dirigida por Juanfe Castro Gressner, la más reciente producción de la asociación civil conformada por periodistas, cineastas, fotógrafos, novelistas y músicos mexicanos ha sido exhibida en diversos foros universitarios, la Cineteca Nacional y fue la función inaugural de la 19 edición del DocsMx, el pasado 10 de octubre.
La película se enfoca en la producción artística (o artivismo) que durante 10 años hizo y ha hecho de la desaparición de los 43 normalistas su principal preocupación, su eje temático y su bandera de lucha política. En ella, se reúnen los testimonios de un nutrido grupo de artistas y activistas que se han solidarizado con la lucha de las familias de los desaparecidos. Desde canciones y poemas hasta demostraciones artísticas efímeras como la danza, pasando por instalaciones, fotografía, piezas de videoarte, gráfica e intervenciones en el espacio y los monumentos públicos, Este arte que abraza revisa todas aquellas manifestaciones que dan cuenta de manera crítica la incapacidad del Estado para proveer a las madres y padres buscadores con un relato verídico sobre el paradero de sus hijos.
Formalmente, el documental intercala entrevistas a artistas, académicos y otros expertos en el tema, con material de archivo de diversa procedencia. Además del registro de las obras, vemos imágenes de marchas, activaciones, intervenciones y otros tipos de actividades e iniciativas que tuvieron y han tenido lugar para conmemorar la búsqueda de los estudiantes de la Escuela Normal Isidro Burgos.
Técnicamente, Este arte que abraza no es una apuesta arriesgada. En él, el contenido impera sobre la forma. La conjunción entrevista-archivo es un tropo validado y repetido ampliamente en el ámbito del cine documental que no abona a una evolución consciente del medio, pero es también en donde radica la complejidad y la riqueza de esta película, ya que dicha decisión pasa por un compromiso con el archivo, con los materiales que lo conforman, y es que ese contenido son formas artísticas disímiles, cuya heterogeneidad compone una superficie narrativa sumamente compleja. Dar cuenta de las miles de obras e iniciativas producidas en todo el mundo a lo largo de 10 años, en solidaridad con Ayotzinapa, no es un mérito menor. Aquí no se reproducen lugares comunes, sino que se hacen visibles los múltiples afectos comprometidos en el conflicto y las formas que la resistencia civil ha tomado en México en la última década ante el sinsentido de la supuesta “verdad histórica” difundida por las autoridades en aquel entonces.
Por otra parte, me parece que hay una serie de preguntas implícitas que atraviesan las casi dos horas de duración de este documental. ¿Cuáles son las funciones sociales y políticas del arte en el contexto de violencia extrema que atraviesa México? ¿Cuáles son sus capacidades y sus potencias? ¿Qué tipo de relación tiene con lo real y qué debe hacer con ello? ¿Debe representarlo miméticamente?, ¿debe problematizarlo? o bien, ¿debe fisurarlo, hendirlo, herirlo de manera tal que se revelen sus contradicciones y fallas?¿De qué manera el arte puede generar espacios, y formas de duelo y lamento colectivos? ¿En qué momento deja de ser arte para devenir activismo?
Según Jacques Rancière, la principal función política del arte es generar formas de disenso. Es decir, desarticulaciones de las relaciones significantes naturalizadas por la hegemonía. Más allá de ofrecerse como un mecanismo o un dispositivo en el que forma, significado, ética y didáctica se reconcilien en aras de producir un efecto espectacular, el arte, entendido en los términos del disenso rancieriano, debe condicionar formas de ver, sentir y pensar que, a su vez, hagan posibles otras formas de estar juntos.
En ese sentido, el arte que abraza que Ojos de Perro vs La Impunidad compila en su documental inventa nuevas formas de enunciación en torno a la desaparición de los estudiantes de Ayotzinapa y la búsqueda en la que un país entero se solidarizó. Obras como las ilustraciones recopiladas por Valeria Gallo gracias a la convocatoria #IlustradoresConAyotzinapa, publicadas por la Universidad Autónoma Metropolitana en el libro Te buscaré hasta encontrarte: ilustradores con Ayotzinapa (2021), reconfiguran los marcos representativos según los cuales se mediatizaron y esparcieron las imágenes de los rostros de los 43.
Frente a la espectacularización de los retratos que, en un primer momento, fueron el emblema de la búsqueda por parte de las madres y los padres buscadores, y que después fueron instrumentalizados por los medios masivos de comunicación (dejando de lado la viralización de la imagen del cráneo de Julio César Mondragón, misma que Bruno Varela recuperó y glitcheó en su Fauna nociva), las ilustraciones reunidas por Gallo desnaturalizan la espectacularización de la barbarie. Al hacerlo, generan un espacio en el que lo real se reformula creativamente, creando una herida sobre la representación por donde es posible que tenga lugar el duelo colectivo. Prueba de ello es el uso que los, las y les buscadores han hecho de las ilustraciones, convirtiéndolas en pancartas que se usan cada 26 de septiembre en la marcha por los desaparecidos y en los muchos eventos, foros y muestras que continuamente se llevan a cabo.
Lo mismo sucedió con el acto solidario de la Asamblea de los Pedregales de Coyoacán, en la Ciudad de México, cuyos integrantes bordaron pañuelos con la intención de acompañar la lucha de las familias de las víctimas. Otro ejemplo de lo anterior es el trabajo de Huellas de la Memoria, colectivo que registra los procesos de búsqueda a través de grabados en las suelas de los zapatos de los familiares de los desaparecidos. Ésta última es una iniciativa que va más allá del caso Iguala y se extiende en solidaridad con todos las víctimas de desaparición forzada en México, cuya cifra no es menor, pues en mayo de 2024 el reporte indicó más de 140 000 fichas de desaparición registradas ante las autoridades.
A ello se suman las iniciativas de artistas como Marcelo Brodsky (Acción visual por Ayotzinapa), el Colectivo 43-Berlín, el documentalista Enrique García (El paso de la tortuga), la escritora y cantante Michelle Guerra (Grito de guerra) e, incluso, el artista y activista chino Ai Weiwei, en las cuales, a través de la movilización de diversos recursos expresivos, se ponen en funcionamiento un gran número de estrategias de producción del sentido que dan cuenta no solo del contexto en el que se originaron, sino de su potencia como rearticulaciones de la memoria reciente en México.
Es imposible abarcar en unas pocas páginas las muestras de artivismo que se reúnen en Este arte que abraza. Todas son, sin duda, formas de arte que abrasan, que queman, que producen sensaciones de dolor ardiente, que agitan y consumen, pero también que abrazan, que abren los brazos para acoger el afecto y generar experiencias de colectividad y solidaridad. Estas prácticas y despliegues de la resistencia visual son expresiones críticas que cuestionan eso que el Estado-nación ofreció como un discurso paliativo para aminorar la rabia que, aún hoy en día, consume a un país entero ante el caudal de violencia que se nos presenta como inaprehensible. En ellas se entrecruzan la destreza artística con la intención de resistencia frente al olvido producido por el discurso oficial del Estado-nación mexicano y sus pretensiones de constituirse como verdad unívoca.
Finalmente, acompañada por la lectura de “Semilla”, poema de Edson Lechuga, y por las consignas “Vivos se los llevaron, vivos los queremos”, “Fue el estado”, “Ni perdón, ni olvido”, “El ejército lo sabe”, Este arte que abraza termina con una cronología de las marchas y pronunciamientos de las madres y padres de los desaparecidos que va desde 2019 hasta 2023. En ella, a través de planos generales, tomas aéreas y primeros planos, se hace tangible el apoyo que los familiares de las víctimas han recibido por parte de la sociedad civil, pero también se hacen visibles los reclamos, cada vez más enérgicos de las madres buscadoras a un Presidente que, año tras año y después de instrumentalizar la búsqueda como parte de sus promesas de campaña y desacreditar a un gran número asesores legales y defensores de los derechos humanos, blindó el Palacio Nacional hasta terminar por levantar una muralla metálica a su alrededor.
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