Hijos del cemento


Por Jhonny Carvajal Orozco 

En la categoría a mejor cortometraje documental de la 12.ª edición de los Premios Macondo ganó Hijos del cemento, de Santiago Quirama Martínez. En este prestigioso evento, la Academia Colombiana de Artes y Ciencias Cinematográficas otorga diversos reconocimientos “a la excelencia cinematográfica, artística, técnica y narrativa del cine colombiano”. Es de resaltar que el jurado se haya fijado en el corto de Quirama, pues a diferencia de las producciones de cine industrial que arrasan habitualmente en estos premios, se caracteriza por una construcción austera, que arrebata las miradas fuera de la burbuja industrial hacia el cine artesanal independiente que se está haciendo en Colombia hoy. 

La película se enmarca en una confluencia de artistas jóvenes que hallan lo documental en la combinación entre el archivo fotográfico familiar, y el archivo de foto y video propio / ajeno, recontextualizando y resignificando el material para aproximarse a temáticas convergentes entre lo familiar y lo político. Particularmente en Colombia, la distribuidora del corto de Quirama, Materia Sensible, ha encontrado lugares para otras películas que también dialogan bajo dinámicas de producción artesanal independiente, como por ejemplo En ciertos momentos es preferible no moverse, de Juliana Uribe Gamboa (2023), o Disfonías, de Maria Camila Pulgarín y Manuela Giraldo Londoño (2024). Sobre la relación archivo-familia-cultura un gran ejemplo es Pimpi, de Andrés Mosquera (2023). 

Hijos del cemento es un movimiento hacia el interior, un tránsito por el atlas de la mente mediado por una sucesión de pensamientos y reflexiones que se manifiestan en la percepción de un trabajador de la antigua cementera El Cairo, ubicada en Antioquia, más específicamente en el municipio de Santa Bárbara. El espacio físico donde sucede la película conecta con un acontecimiento que no se nombra explícitamente, pero quizás es evocado de manera consciente a través de su aspecto fantasmagórico y espectral: la masacre de Santa Bárbara en 1963, en donde el Ejército colombiano asesinó a un grupo de obreros de El Cairo que se encontraban en huelga debido principalmente a sus bajos salarios, huelga que se enmarca en un contexto generalizado de reformas laborales en la década de los 60s tras la instauración del Frente Nacional en Colombia. 

Es útil la figura retórica de la sinécdoque para rastrear la relación entre las reflexiones del trabajador antioqueño en la historia y las dinámicas del trabajo en Latinoamérica. “Todos los días hay algo que me llama, que motiva y que no cansa, algo que mueve al camino que lleva al trabajo. Yo no tengo por qué hacerlo, y lo hago porque lo vale”. En el viaje interno del obrero de El Cairo está reflejada la vida de todo trabajador común, en donde el acto de trabajar y su necesidad construyen su individualidad y la relación que tiene con su respectiva familia. Las largas y agotadoras jornadas, la imposibilidad de ascenso social, la soledad y la lejanía de los motivos rodean a Hijos del cemento, aspectos que el capitalismo y el neoliberalismo solo parecen recrudecer en la vida de los trabajadores. 


“Por años fuimos la sangre y el cerebro, un chispazo de sinapsis obrera”. El Cairo es mucho más que una simple fábrica de cemento, es una estructura mental individual y un aparato colectivo que heredó las características de sus trabajadores, quienes a su vez fueron construidos a imagen y semejanza de la cementera. Santiago Quirama (director-montajista) y Federico Álvarez (guionista) entablan un diálogo poderoso a través de la relación imagen- texto, en donde otorgan al acto de trabajar una corporalidad y visceralidad que se cristaliza en lo más profundo de la individualidad humana. Para ir hacia nuestro interior, debemos ir hacia el interior de El Cairo. Sucesiones de fotografías donadas por la cementera muestran a los compañeros obreros mientras ejecutan los metódicos procesos para la elaboración del cemento: extraer, triturar, mezclar y embalar. El embalaje cobrará relevancia con el cierre de la fábrica: “¿También me cerraré yo? ¿Todo esto lo cierran conmigo?”, se pregunta el trabajador, mientras se asocian videos en formato vertical, tomados por alguien que trabajó en la fábrica, con el último aliento de cotidianidad que tienen los trabajadores, que luego echarán de allí como a los bultos de cemento por la banda transportadora. “Yo soy la fábrica, pero no soy quien decide”. 

Justamente, tras el cierre de la cementera es cuando el trabajador se aproxima a los motivos por los cuales trabaja. Volveremos nuevamente al espacio de la extracción y encontraremos nuestro refugio en la cantera, lugar del cual se explota la piedra caliza, esencia para la producción del cemento. Este retorno a la materia prima le permite al obrero aferrarse a sí mismo para rastrear la razón de su movimiento: su familia. Hay una transformación inminente que se evidencia por medio de lo visual cuando el grano de la fotografía análoga de la cueva se diluye en las estrellas que relucen en la oscuridad de otra forma. El sonido que inicialmente configuraba un ambiente industrial por medio de ruidos diegéticos de máquinas y golpeteos empieza a dibujar un paisaje sonoro cercano a la experiencia del hogar en la ruralidad. Hay algo en nuestra familia que nos recuerda a la fábrica y a su vez nos distancia de ella: nuestras manos y las manos de nuestros hijos; manos que usamos para levantar y picar pero también empleamos para señalar, escribir y construirnos unos a otros. El regreso a la piedra caliza es encontrar el sosiego a través de los rostros que justifican la trocha y el pavimento, lo diario y lo cotidiano, rostros que no serían como son de no ser por el tacto de quienes amamos. 


Sobre la relación entre el obrero y la caliza hay una secuencia memorable en la que se registran unos fragmentos de piedra que parecen levitar en la oscuridad por la forma en la que son iluminados. “Mis huellas se han pegado en el cemento así lo quisiera o no, cemento que ha construido el mundo”. A través de una relación asociativa que se ha tejido a lo largo del corto, la designación del todo por medio de una de sus partes es climática cuando la imagen que tenemos del trabajador es reemplazada por la piedra misma. En estos ensambles de minerales nos encontramos unidos todos los trabajadores del mundo junto a todo aquello que moldeamos con nuestras manos, incluyendo el hogar. 


La fábrica abandonada es mostrada por primera vez a color y la presencia del verde en las plantas ruderales nos recuerda que la ausencia humana también está llena de vida. El Cairo se encuentra en una especie de eterno presente sostenido por cimientos y estructuras de cemento. La memoria de Silvio y sus compañeros trabajadores reposa en la sustancia de todo lo que conforma la materia de la tierra, materia que será proyectada en el espacio todos los días a la misma hora. El fin del viaje es el retorno al inicio en el transporte que llevó al hogar durante décadas. Así completamos la ruta en nuestro mapa de cosas que hacen latir el corazón. Trabajamos hasta el final de nuestros días, pero ya tenemos el tiempo, podemos descansar. 

“Yo no sé de dónde vengo, pero por algo estoy”.

Comentarios

  1. Buena reseña, me gustaría ver ese corto, ¿dónde se puede? Saludos desde México

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    1. Gracias! escríbeme a jhonnycarvajal46@gmail.com y te lo comparto 👀

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