La cocina
Entre albures y mentadas de madre, la más reciente película de Alonso Ruizpalacios tiene de todo: sexo, sangre y drogas, pero también sueños, ilusiones y una que otra desilusión. Y, ¿por qué no?, una aguda crítica al capitalismo. La cocina (México-Estados Unidos, 2024), estrenada en el 74.° Festival Internacional de Berlín y ganadora del Premio del Público en el Festival Internacional de Morelia y de la mención especial a la mejor película latinoamericana en el Festival de Mar del Plata, narra la historia detrás de los fogones de The Grill, un famoso restaurante neoyorquino en el que se sirve de todo, incluidas violencias laborales, raciales y de género.
La historia comienza cuando un día como cualquier otro la jornada laboral se inicia con la terrible noticia de unos cuantos cientos de dólares faltantes en la caja. Lo que sucedió antes no lo sabemos, pero lo que sucedió con el dinero lo averiguaremos después, casi hacia el final de la cinta, la cual, por cierto, está basada en la obra homónima de Arnold Wesker y adaptada por él mismo.
Dicho acontecimiento, una total calamidad que descontrola todo, pero no amerita que se llame a la policía, pone de cabeza las vidas del personal del aclamado establecimiento. Entre ellas, la de Pedro, un migrante originario de Puebla, México, interpretado por Raúl Briones, quien no solo tendrá que lidiar con el hecho de ser acusado del robo (al igual que el resto de sus compañeros que no se reconocen como norteamericanos caucásicos), sino con la decisión de Julia (Rooney Mara), una de las camareras con la que tiene un romance bastante informal.
La búsqueda del culpable, ordenada por el dueño del lugar y puesta en marcha por Luis (o Lewis, como le dice Pedro), abona más hostilidad a la violencia que se intuye como cotidiana, cuya muestra más reciente es la pelea de cuchillos entre Pedro y el cocinero encargado de la parrilla. Así, entre chismes y una investigación que de policial no tiene nada, el suspenso y la tensión crecen minuto a minuto, y las cadenas de mando imponen sus leyes en esa tierra indómita o, mejor aún, entre esas barras de acero inoxidable, demostrando que The Bear y Gordon Ramsey están muy lejos de representar el infierno en el mundo culinario.
La violencia racial y laboral se inscribe también junto a distintas violencias de género, perpetradas entre cocineros y meseras. En la cocina no hay igualdad de condiciones, pues debajo del orden impuesto a medias por un chef al borde de la neurosis, se esconde una tierra sin ley en la que el eslabón más débil deberá pagar las consecuencias de una mala administración y un mal manejo del personal.
Desde su inicio, La cocina hace explícito el caos en el que se verán inmersos sus personajes. Una cámara inestable y, por momentos, fuera de foco, muestra la llegada de Estela (Anna Díaz), una joven migrante mexicana que busca en The Grill encontrarse con Pedro, quien no la reconoce sino hasta que la nueva cocinera (puesto obtenido en medio del desastre), le entrega un envoltorio con hoja santa, algunas fotografías y una nota enviada a él por su madre.
El recorrido que la joven realiza al llegar al restaurante enmarca también las lógicas laberínticas de las relaciones en The Grill. Los movimientos de cámara no escatiman ni temen acercarse a los rostros de los protagonistas del filme, quienes se muestran cada vez más descompuestos y angustiados ante la cacería de brujas que se está llevando a cabo a puerta cerrada. Mientras tanto, los cocineros no entregan a tiempo las comandas y las meseras del lugar deberán poner sus mejores caras para atender a los comensales.
A nivel formal, destacan los primerísimos primeros planos del rostro de Rooney Mara, fotografiados en blanco y negro por Juan Pablo Ramírez, y las tomas que muestran las diferencias físicas y de fuerza entre los cuerpos que habitan y transitan por el plano. Una de las más interesantes es un travelling circular, casi hacia el final de la película, en el que por primera vez todos los empleados de The Grill, incluidos el gerente, el contador y el chef principal, aparecen en igualdad de escala y, por lo tanto, de condiciones, frente a un jefe enfurecido porque el trabajo se detuvo tras el colapso de Pedro, demostrando que lo único que interesa es que la comida salga de la cocina y el dinero entre en sus bolsillos.
Y es que, minutos antes, Pedro, sobrepasado por la vida, por la decisión de Julia sobre su propio cuerpo (motivo que servirá para que en un interrogatorio el gerente del restaurante llame la atención sobre la supuesta responsabilidad del cocinero) y las culpas que no son suyas, y ante el insulto de una de las meseras, ha explotado en cólera y ha decidido destruir la cocina y todo a su paso, incluida una impresora térmica que entrega comandas sin parar.
Así convergen aquí el drama y la comedia para hacer una crítica al capitalismo tardío desde una perspectiva a la que cabría calificar de “multicultural”, que se aleja de México como el foco de interés del director (desde Güeros hasta Museo, la Ciudad de México fue el telón de fondo de sus historias), y se emplaza en Nueva York, en donde convergen las más heterogéneas nacionalidades. En palabras del propio Ruizpalacios, lo importante era retomar “la metáfora de la cocina como un hogar y un mundo, algo que tiene que ver con la experiencia de estas grandes ciudades fundadas por inmigrantes.”
Esos inmigrantes que se suponen incapaces de soñar y que, normalmente, permanecen ocultos tras las estufas y las tarjas de lavado, ocupan el primer plano en La cocina. De hecho, el primer plano es la característica fundadora del filme, tanto en lo visual como en lo sonoro. Los sonidos de la cocina, los abundantes diálogos y los rostros determinan la inteligibilidad afectiva. Asimismo, el plano musical marca el ritmo del montaje, cuya función no es puramente narrativa, sino que es también expresiva por derecho propio.
En comparación con los ritmos lentos de los comensales y de las langostas que se exhiben en una pecera en The Grill, son los cambios frenéticos de un plano al otro en el interior de la cocina los que producen una sensación de vértigo en los espectadores, misma que replica la manera en la que Estela se enfrenta con ese mundo que le parece tan ajeno, a pesar de haber sido cocinera en un restaurante de una famosa cadena comercial en México. Para ella, así como para todo el personal migrante de The Grill, el sueño americano es, más bien, una pesadilla.
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